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Tribuna:LAS INUNDACIONES DE AGOSTO DE 1983
Tribuna
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20 años después

La Comunidad Autónoma del País Vasco, aunque no suele padecer desastres naturales de gran magnitud, frecuentes en otras latitudes, no escapa a fenómenos catastróficos derivados, sobre todo, de riadas e inundaciones. No olvidemos, por otro lado, que las inundaciones afectas a pequeñas cuencas torrenciales han sido en las últimas décadas las responsables de buena parte de las catástrofes humanas.

En estos días se cumplen veinte años del episodio de lluvias torrenciales con catastróficos efectos de inundación, que durante los días 25, 26 y 27 de agosto de 1983 sumieron a una parte de la Comunidad Autónoma del País Vasco en el desasosiego y desesperación. El mes de agosto del año 1983 resultó ser el más lluvioso del año agrícola (1982-83), en términos relativos para el conjunto peninsular y especialmente varias jornadas de la última década del mes dejaron más de 200 mm./24 horas en algunas estaciones meteorológicas.

La inundación es un fenómeno natural que forma parte de la dinámica natural del ecosistema fluvial
Debemos remontarnos a principios del siglo XV para encontrar las primeras referencias sobre inundaciones

Aunque las lluvias afectaron al todo el territorio de la comunidad, fueron las cuencas vertientes de los ríos cantábricos, especialmente la cuenca del río Nervión, las que recogieron más precipitación y, por tanto, las más afectadas por el efecto de la avenida. No era la primera vez que la fachada más septentrional de la comunidad sufría los devastadores efectos de las aguas de escorrentía. Tenemos que remontarnos a principios del siglo XV para encontrar las primeras referencias sobre inundaciones que se han ido sucediendo, solamente en el área de Bilbao, en un orden de 39 episodios devastadores. Más próximas en el tiempo, recordamos las inundaciones de octubre de 1953, de junio de 1975 y 1977 y de julio de 1988, pero fueron las de agosto de 1983 las más virulentas y con mayores consecuencias catastróficas. Precisamente este matiz catastrofista es el que genera la alarma social del fenómeno.

El 24 de agosto de 1983, la depresión fría se desplaza hacia el este instalándose sobre la mitad septentrional de la cuenca occidental mediterránea. La existencia de aire frío en las capas altas de la troposfera y el desarrollo ciclónico en superficie favoreció la aparición de las primeras precipitaciones de cierta consideración, llegándose a alcanzar 503 mm. en la jornada del día 26 en Larrasquitu (Vizcaya). La cuantiosa precipitación caída en tromba durante los días 26 y 27 provocó el desbordamiento de los cauces arrasando todo lo que encontraron a su paso. El caudal del río Nervión alcanzó los 3.000 metros cuadrados por segundo.

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Fueron varios los factores que contribuyeron a magnificar la virulencia de la avenida. Por un lado, la gran intensidad horaria de las precipitaciones, acumuladas principalmente durante los días 26 y 27 de agosto. En un intervalo temporal de pocas horas precipitaron grandes cantidades de agua. Por otro lado, la capacidad de absorción de la tierra fue mínima debido a que las lluvias caídas durante todo el mes de agosto favorecieron la saturación de humedad de los suelos. Esta situación propició que la escorrentía superficial fuera rápida y agresiva.

También la propia topografía del terreno, con fuertes pendientes, añadía un carácter de torrencialidad a los cursos de agua, que en pocas horas aumentaron desproporcionadamente su caudal. La fuerte velocidad del agua arrastró la vegetación arbórea y arbustiva de las laderas, cuyo tapiz vegetal quedó considerablemente afectado. Pero sin duda, el factor antrópico cobró cierta responsabilidad en la magnitud de la catástrofe. La galopante presión urbanística en los valles, favorecida en cierta manera por la estructura topográfica del territorio, había cambiado el paisaje fluvial de los ríos y arroyos con intervenciones directas en el cauce (encauzamientos, rectificaciones del trazado, eliminación de meandros, coberturas, etcétera), y con la progresiva ocupación del espacio de libertad fluvial de los ríos.

Agua y sedimentos llenaron de desolación calles y avenidas inundando garajes, comercios y viviendas, mientras los afectados, desconcertados por la situación que estaban viviendo, trataban de ponerse a salvo. Se vivieron momentos de angustia e impotencia mientras el agua imponía un sórdido murmullo de horror y muerte.

Las inundaciones supusieron un duro golpe para la infraestructura económica de la comunidad, que poco a poco fue recobrando el aliento. La inundación había afectado a más de cien municipios y se había cobrado 34 muertos y cinco desaparecidos. Las pérdidas materiales alcanzaron un importe de 360.600.000 euros; la valoración total alcanzó en Vizcaya los 862.450.000 euros y hasta 1.202.020.000 euros en todo el País Vasco.

Hoy, veinte años después, al recordar aquel episodio catastrófico, que permanecerá en la memoria histórica de las gentes para siempre, nos preguntamos si alguna vez volverá a repetirse la misma situación. Sólo la madre naturaleza lo sabe. Ahora bien, no debemos olvidar que la inundación es un fenómeno natural que forma parte de la dinámica natural del ecosistema fluvial, plenamente previsibles en su localización espacial y en su tipología de peligrosidad.

Por otro lado, cada vez creo más que la esencia del comportamiento humano se asienta sobre la base de no renunciar a cometer los mismos errores una y otra vez. Ante esta situación, debemos aceptar la probabilidad de que la inundación pueda volver a producirse y eso sí, apoyarnos sobre todo en la aplicación de medidas no estructurales preventivas, (ordenación territorial de zonas inundables, sistemas de vigilancia y alerta meteorológicas e hidrológico-hidráulicas, seguros, sensibilización y educación social frente al riesgo, dar más espacio de libertad fluvial a los cauces,...) para paliar y mitigar sus efectos.

Víctor Peñas es geógrafo y miembro de Bakeaz.

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