_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Irak, la Unión Europea y... ¿el fin de la diplomacia?

El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, al anunciar el ultimátum a Irak en vísperas de la guerra, dijo: "La ventana diplomática se ha cerrado". Esta sencilla frase tenía muchas implicaciones. Por una parte, era una declaración formal de guerra. Por otra parte, era la constatación de la inutilidad de la vía diplomática o, quizá, ¿la liberación de la obligada vía diplomática? ¿Hubo en vísperas del conflicto oportunidades reales para la vía diplomática?

Hace ya unos meses pude presenciar cómo un ministro europeo de Asuntos Exteriores sacó de su bolsillo el teléfono móvil y llamó al teléfono móvil personal de otro ministro de Asuntos Exteriores, y le dijo que acudía a esta vía de comunicación directa para "entendernos mejor". Con un simple gesto se habían eliminado embajadores, directores generales, gabinetes, asesores, etcétera. ¿Es una pérdida de tiempo o es un problema para la comprensión mutua que intervengan todos estos profesionales?

Lo cierto es que, cada vez con más frecuencia, jefes de Gobierno, ministros y altos cargos hablan por teléfono entre ellos con cualquier pretexto y acuerdan por teléfono cuestiones a veces muy importantes sin consultar con nadie. El secretario de Estado danés de Asuntos Exteriores me dijo que esta diplomacia telefónica era muy útil y servía para que los responsables políticos se conocieran mejor. No tengo por qué dudarlo, pero en muchas ocasiones no queda rastro de estas conversaciones sin testigos. Y, desde luego, es muy raro que se informe a los representantes diplomáticos de estos diálogos telefónicos. Se filtra sólo lo que interesa que se conozca. ¿Qué quedará de estas conversaciones en los archivos para conocimiento futuro de los historiadores? Me temo que nada o muy poco.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Antes (póngase la antigüedad que se quiera), las negociaciones internacionales las llevaban básicamente los diplomáticos que tenían cierta autonomía para concluir acuerdos. Hoy en día, los diplomáticos apenas negocian nada importante; desde luego, no en las relaciones bilaterales europeas. Pero creo que tampoco demasiado en lo multilateral. ¿Qué margen de maniobra tuvo el representante español en la ONU durante la crisis de Irak? ¿Cómo pudo tenerlo si cada vez que hubo una reunión importante fueron los propios ministros de Asuntos Exteriores los que asistieron en representación de los países miembros del Consejo de Seguridad?

En diciembre del año 2002 se pudo presenciar en Copenhague el espectáculo insólito de la negociación final de la ampliación de la UE a cargo de los propios jefes de Estado o de Gobierno, con cuestiones muy técnicas. Las anteriores negociaciones de ampliación de la UE se negociaron por los expertos, se concluyeron por los ministros de Asuntos Exteriores, y los jefes de Estado y de Gobierno se limitaron a sancionar y a dar un cierre formal.

La gran reforma de la UE no la están negociando los diplomáticos ni los expertos. La han hecho, en el marco de la Convención, los parlamentarios y los representantes personales de los jefes de Gobierno, que en muchos casos son los propios ministros de Asuntos Exteriores. No critico el método, me limito a describirlo, porque se han señalado las ventajas de este sistema sobre el "secretismo" de las negociaciones clásicas entre diplomáticos. La ministra de Asuntos Exteriores ha dicho que con este método se ha puesto fin a la diplomacia del siglo XIX.

Es muy posible que en el marco de una Unión Europea ampliada ya no haya espacio tampoco para la diplomacia... del siglo XX. El ámbito de lo político ha invadido todos los terrenos. Los jefes de Gobierno y los ministros no paran de viajar y de celebrar cumbres. Lo que antes era extraordinario, hoy es habitual. A fuerza de reuniones y llamadas telefónicas constantes, el gobernante acaba por tener la convicción de que sólo él tiene las claves para entender la realidad. No necesita asesores. Y, si hay algún cabo suelto, se envía a un representante personal o persona de confianza para averiguarlo, pero no se confía la misión al embajador o al personal diplomático.

No es fácil imaginar cómo va a organizar sus trabajos la Unión Europea de 25 países o de 30 en un futuro muy cercano. La Convención, que ha hecho un trabajo muy estimable, no ha abordado esta cuestión, por lo menos de manera directa. Se ha ocupado, más bien, de crear nuevos cargos de nivel político (además de muchísimas otras cosas, evidentemente). Si se mantiene el método actual, totalmente centrado en las representaciones permanentes (embajadas) en Bruselas, pienso que podrán cerrarse o reducirse muchas embajadas, porque no habrá margen ni contenido para una acción bilateral.

Además, el mundo empresarial y de las finanzas cada vez recurre menos a nuestras representaciones diplomáticas a la hora de invertir o de realizar grandes operaciones. Creen o imaginan que tienen mejores fuentes de información y asesoramiento que el que le puedan ofrecer las embajadas. Las grandes actuaciones culturales se realizan también privadamente, porque no hay Estado o Gobierno que pueda competir con los circuitos comerciales.

Los diplomáticos tampoco pueden competir en materia informativa con Internet, ni con la CNN o cualquier cadena de noticias de difusión inmediata en todo el mundo. Se suele decir que la ventaja del diplomático estriba en ofrecer la interpretación correcta de la noticia, pero ¿interesa a alguien este aporte cuando lo que cuenta es el mensaje corto de quince o veinte segundos en el telediario de mayor audiencia? ¿Tenía realmente alguna posibilidad de ser escuchado y correctamente interpretado el diplomático sueco Hans Blix? Precisamente, hace algunos días, el ministro de Asuntos Exteriores danés, Per Stig Moeller, tuvo que reconocer públicamente que, efectivamente, le había interpretado incorrectamente y que por ello había informado de manera indebida al Parlamento.

Si la discreción, el análisis sosegado y los buenos oficios ceden ante la provocación, las urgencias mediáticas y la doctrina del más fuerte, ¿qué futuro le aguarda a la diplomacia? Si en la Unión Europea no hay apenas resquicio para lo bilateral y si, en general, se negocia por teléfono, a muy alto nivel o en Bruselas, ¿qué hacemos con los

diplomáticos? ¿Vamos a volver a la diplomacia antigua, donde lo importante era "recibir" bien?

Hace ya algunos años tuve el privilegio de participar en un almuerzo con el arzobispo de Canterbury y, en el transcurso de una conversación muy interesante, me dijo: "Como representante de una Iglesia provisional, yo no debería opinar...". Me impresionó la sinceridad y la humildad de aquel personaje, tan alejadas de otra proclamas de verdades inmutables.

Quizá la diplomacia sea una profesión también provisional, aunque sea de las más antiguas.

Tengo la impresión de que tendrá que abordar una muy profunda transformación si quiere sobrevivir con sentido durante bastante tiempo. Hay que modernizarla, sacudirle los falsos esplendores, olvidarse de los privilegios y especializarla para que los funcionarios diplomáticos sepan "casi todo de un poco" y no "un poco de todo". Hay que renovar los principios, cambiar el carácter de las misiones, revolucionar los consulados, flexibilizar las contrataciones de personal, descentralizar la gestión y, sobre todo, confiar en las personas y en su capacidad de generar amistad y entendimiento.

No estoy muy seguro de que en el actual escenario internacional y europeo haya espacio, tiempo y voluntad para imaginar algo de lo sugerido. Quizá sea un ingenuo o un iluso, pero me gusta pensar que el mundo sería más seguro si hubiese oportunidades reales para que la diplomacia, modernizada y adaptada, tuviese mayor protagonismo. Al fin y al cabo, cuando se dice de una respuesta o de una actitud que "es muy diplomática", desde luego no se está amenanzando a nadie ni se está declarando la guerra a nadie.

Josep Pons Irazazabal es embajador de España en Dinamarca.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_