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La imposición de la barbarie

Tras un proceso histórico acumulativo de injerencias externas y gobiernos totalitarios, la región de Oriente Próximo padece actualmente las consecuencias de una triple barbarie: la de los regímenes árabes patrimonialistas y clientelistas que se perpetúan en el poder a través de una práctica política depredadora de sus sociedades, la de Israel contra la sociedad palestina y la de la política internacional, con EE UU como fuerza ocupante en Irak. Y como la barbarie engendra barbarie, los ataques suicidas se han convertido en un ejercicio del terror que no podrá ser afrontado en tanto no se den respuestas políticas que pongan fin a esa situación de barbarie generalizada que padecen las sociedades de esa región.

El mundo árabe ha desaparecido como sistema y conjunto regional, de manera que se da la paradoja de que, si bien su acumulación de recursos materiales y simbólicos (grandes reservas de petróleo, situación geopolítica clave entre tres continentes y valor simbólico como referencia religiosa para una parte sustancial de la humanidad) le ha llevado a estar muy presente en el sistema internacional, sus actores regionales son completamente incapaces de pesar orgánicamente sobre su evolución. Desde la guerra del Golfo y tras el 11 de septiembre esos regímenes árabes, con un déficit de legitimidad creciente ante sus sociedades, comprendieron que el nuevo orden estadounidense les garantizaba el apoyo de EE UU siempre que asumiesen su proyecto estratégico (acuerdos militares y de seguridad, aceptar la situación en que quedase sometido Irak y apoyar las negociaciones de paz palestino-israelíes de acuerdo con las reglas de juego impuestas por Israel y EE UU). A cambio, esos regímenes reciben apoyo político, ayuda económica (y la influencia de Washington en el Fondo Monetario Internacional) y carta blanca para gestionar la disidencia de sus sociedades con los métodos represivos que consideren necesarios para seguir perpetuándose en el poder.

En consecuencia, aquellos regímenes árabes que a finales de los años ochenta iniciaron ciertas reformas políticas liberales dieron marcha atrás desde los noventa (el golpe de Estado en Argelia de enero de 1992, apoyado por todos los países occidentales, marcó la pauta) y en toda la región se ha ido experimentando hasta la actualidad un creciente agravamiento del gobierno dictatorial, un empeoramiento agudo del Estado de derecho y un progresivo estancamiento de las posibilidades de una mejora socioeconómica que repercuta en beneficios para sus marginadas poblaciones. Es más, la política internacional liderada por la superpotencia, lejos de apoyar los marcos políticos reformistas, o bien invita a practicar una guerra contra el terrorismo al margen del Estado de derecho que no hace sino alentar las tendencias involucionistas y totalitarias, o bien practica una política de hostigamiento y aislamiento. Por ejemplo, la dinámica reformista y liberalizadora en Marruecos no ha encontrado el apoyo exterior suficiente en tanto que, tras los atentados de Casablanca, a los sectores demócratas marroquíes les va a suponer un enorme esfuerzo añadido mantener esa dinámica de cambio frente a los actores inmovilistas, que sin duda siguen existiendo en el seno del sistema político marroquí, porque la política internacional lo que exige no es el avance democrático y del Estado de derecho, sino un alineamiento sin fisuras a una lucha antiterrorista global que se caracteriza por una enorme indefinición y falta de control jurídico y que, por consiguiente, lo que reclama es eludir derechos humanos, civiles y políticos al servicio del cumplimiento de los diktat de Washington. En Jordania, país donde se ha desarrollado también un mayor pluralismo político, en los dos últimos años se ha experimentado un proceso creciente de leyes restrictivas contra la libertad de expresión, manifestación y asociación, a la vez que las elecciones celebradas en junio pasado (las primeras desde 1997) lo que han mostrado es que nada ha cambiado a favor de la pluralidad, sino a favor del tribalismo político, en tanto que su dependencia de Washington se hace cada día más creciente. En Irán, país no árabe pero central en Oriente Próximo, lejos de apoyar a los sectores reformistas con un gran potencial de transformar el sistema político autoritario de la República islámica, se le está convirtiendo en el siguiente objetivo de la "guerra preventiva" al servicio del proyecto hegemónico que comparten Ariel Sharon y el presidente Bush, quienes sueñan obsesivamente en recuperar el Irán "gendarme estadounidense" en Oriente Próximo que fue el despótico régimen del sha.

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Entretanto se pretende resolver el conflicto palestino-israelí a través de la aplicación de la Hoja de Ruta, cuando el verdadero problema está en el muro que Israel está construyendo en Cisjordania imponiendo una realidad sobre el terreno que no habrá posible negociación que lo resuelva. Sin embargo, las reacciones contra ese muro de separación -eufemísticamente llamado por Israel "cinturón de seguridad"- están siendo muy moderadas, por temor -se dice- a perturbar este momento en que se han renovado las "conversaciones de paz". Pero la implicación de Israel en dichas negociaciones no busca más que exactamente eso, ganar tiempo para imponer hechos consumados sobre el terreno mientras aparenta ciertas concesiones como desmontar colonias "fantasmas", evacuar dos controles militares de los 150 que hay en Cisjordania, liberar a menos de 400 presos palestinos de los casi 8.000 que hay en las cárceles israelíes, a la vez que no deja de realizar asesinatos selectivos y exigir acuerdos de seguridad con la Autoridad Palestina para aplastar cualquier resistencia a la ocupación.

Y a esa gran herida palestina que funciona como un espejo de injusticia y humillación en el que se ven reflejados todos los árabes y musulmanes se está abriendo otra que es la iraquí. En Irak, EE UU está tratando a los iraquíes como Israel a los palestinos. A la increíble ineficacia de la gestión colonial (inseguridad, anarquía, demolición del Estado, pauperización extrema) se añade una deriva militarista incapaz de resolver los problemaspolíticos y económicos y un menosprecio diario a la dignidad humana de los iraquíes que es el caldo de cultivo de la creciente resistencia anticolonial que rebrota por todo el país. El "memoricidio" al que se ha sometido a estos ciudadanos, asistiendo, cuando menos, pasivamente a la destrucción de todo su legado cultural y arqueológico e imponiendo una especie de año cero que comienza el 9 de abril de 2003, cuando la tristemente famosa estatua de Sadam Husein cayó en la plaza del Paraíso, ha sido un ejercicio de desprecio hacia un pueblo orgulloso y consciente de su inmenso patrimonio cultural e histórico, que no puede tener sino consecuencias reactivas graves y violentas contra esa bárbara ocupación, a las cuales van a querer colocarle la "denominación de origen Al Qaeda" para ocultar su verdadera raíz y origen.

Se ha llegado a un punto de conjugación de barbaries en esta parte del mundo que, si se siguen enmascarando a través de azuzar el choque de civilizaciones y de usar a conveniencia y sin supervisión jurídico-legal el término terrorista, nos sumergimos cada vez más en la versión tolkieniana del "lado oscuro".

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid. Acaba de publicar el libro Iraq, un fracaso de Occidente.

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