Menorquina de Aznar
En su tradicional discurso de fin de vacaciones, José María Aznar sacó el lunes en Menorca todo lo que le ardía en el corazón, hurgando en las heridas que afligen a los socialistas y mostrando su satisfacción por no ser como ellos. Les acusó de hacer el juego a los terroristas en Irak, de carecer de modelo de Estado y, sobre todo, de anteponer sus intereses particulares a los de España al negarse a integrar con el PP un frente democrático contra el plan Ibarretxe. Son acusaciones relacionadas con el binomio terrorismo-nacionalismo, sobre el que va a girar la campaña del PP para las legislativas de marzo.
Por grandes que fueran los defectos de cualquiera de sus predecesores en La Moncloa, ninguno de ellos dejó de mantener una cierta distancia entre su papel como líder de un partido y su condición de presidente de todos los españoles. Aznar actúa casi siempre como lo primero, tanto si las cosas le van bien como si le van mal. Es posible que, viendo la que está cayendo en el Reino Unido, Aznar esté tan preocupado como muchos otros dirigentes del PP por los efectos que pueden derivarse de la implicación española en Irak, apoyada en argumentos que se han revelado falaces. Pero su única reacción es culpar de esos efectos a la oposición. Siempre lo ha hecho.
A veces de manera incoherente. Es contradictorio defender la necesidad ineludible de unidad entre socialistas y populares frente al proyecto rupturista de Ibarretxe y, al mismo tiempo, hacer todo lo posible para que se impongan en el PSOE los sectores partidarios de romper el pacto antiterrorista. A no ser que lo que se pretenda no sea tanto combatir la deriva nacionalista como aprovechar esa deriva para atacar a los socialistas. Es cierto que los socialistas no acaban de rematar su proyecto autonómico, pero el emplazamiento permanente de Aznar en los términos en que lo hace resulta tan ineficaz como los de la Tercera Internacional en favor de la "unidad por la base" frente a las "direcciones traidoras".
Aznar acusó a Zapatero de no tener otra posición política que "la ambición de poder". Es una frase calcada, hasta en la entonación, de la que pronunció hace 10 años, en idéntica circunstancia, en Castellón; sólo que entonces él era el jefe de la oposición e iba dirigida contra quien era presidente del Gobierno. El desprecio que Aznar deja traslucir ahora hacia Zapatero recuerda al que a la altura de 1993 transmitía Felipe González hacia quien habría de ganarle tres años después.
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