Lord Sandwich, zona 9
Han transcurrido 21 años, desde que el paseante visitara en su espacioso despacho al ya fallecido honorable señor Raúl Salmón, por entonces presidente de la municipalidad de La Paz, capital política de Bolivia, quien lo recibió con su secretario: un coronel de etnia quetchua, amplio tórax y revolver Colt con las cachas de plata inquietantemente ostensibles. ¿Y de dónde dice el doctor que es?, inquirió. "De Alicante". "Pues, mire usted, ahora no caigo". Sin inmutarse, el paseante dijo: "Mediterráneo abajo, Barcelona, Valencia, Alicante...". "Hombre, ¿no me diga que cerca Benidorm?". "Cerca, honorable señor, muy cerca".
La primera noche que el paseante durmió en Benidorm fue en la playa de Levante, cuando aún era adolescente y la playa, virgen. No había por la arena, sillas, ni sombrillas, ni parejas burlando a los guardias, para hacerse un amor de libro, a base de posturas como las de la carretilla o la medusa, porque de levante a poniente, el Kamasutra, dio en cuento de hadas, y los adolescentes solo sabían hacer el pino y cantar Montañas nevadas, mientras los más audaces leían en el retrete a Herman Hesse y novelitas galantes: todas las hadas se habían afiliado a la Sección Femenina, y a ver quién era el guapo que iba insinuándoles numeritos, sin acreditarse de jerarquía del Movimiento, y aún ni con esas, que acechaba el nacionalcatolicismo, cirio en la diestra y dedo inquisitorial en la otra.
"Porque de levante a poniente, el Kamasutra, dio en cuento de hadas"
"El obispo de la diócesis amenazó con poner un letrero a la entrada"
A mediados de los cincuenta, Benidorm dio una voltereta espectacular. Era alcalde Pedro Zaragoza quien, sagaz y pragmático, dejó pendiente la revolución pendiente y se dedico a hacer la revolución turística, con sus ediles y otros tipos de mucho ojo. Y ya ven la que se ha montado. Atrás, el castillo de la colina de Canfali, del siglo XVI, y los 400 vecinos del XVIII que se esparcieron por las calles Major, de la Alameda y del Forn, hasta el primer ensanche del XIX. Atrás el secano, los almendros, la vid, el olivo, y la almadraba, la pesca, y hasta una terra mítica, también de secano, que sólo da divinidades de caridad y filigranas contables. La historia de todo este tinglado social y sociológico, se explica en una web que le tocó de chamba al paseante, en Internet, y que está entre la temeridad de Tintín y la fantasía de Harry Potter. La traducción del inglés, dice: "En 1.953 (Benidorm) era un lugar minúsculo entre la aldea de la pesca, que es cuando el alcalde local señor Pedro Zaragoza consiguió en su scooter de vespa y condujo ocho horas hasta Madrid para ver al dictador general Franco. Su misión para persuadir a Franco para levantar la interdicción de bikinis. Franco convencido y el alcalde fueron a casa a construir uno de los recursos más acertados del turismo que el mundo ha visto". Y colorín, colorado. "Bueno, le confiesa un experto, lo de los bikinis se apañó, tan solo si se exhibían en el reino de la arena, y aun así el obispo de la diócesis amenazó con poner un letrero a la entrada de Benidorm, que advirtiera: "El infierno". "Si lo firma su eminencia, póngalo", le replicó el alcalde.
Infierno o edén, le falta un par de manos de ecualizador para rescatar la caracola de Alfonsina Storni, y algo de sombra. Benidorm es una constelación y un escenario italiano. El espectador puede presenciar la zona guiri, a espaldas del hotel Don Pancho, con sus pubs, sus hooligans, sus happy hour, dos copas al precio de una; la zona antigua; la de levante; y la zona 9. La zona 9 se inició con Lord Sandwich, un litro de cerveza y munición escasa de boca, y hoy sale de la plaza Triangular, por la calle Esperanto y alrededores: bazares, hostales, restaurantes, bares y unas madrugadas inquietantes. Todos terminan al amanecer en las discotecas de la N-332. Criaturas efímeras que queman sus depósitos de etanol en un vuelo de 72 horas.
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