De morros
No todo es felicidad en Casa Zanahoria. Sé que no debería hacerles partícipes de mis bajonazos, sé que tan sólo soy en este periódico ese payaso que lleva pintada una sonrisa aunque del ojo le brote una lágrima furtiva. Pero, qué caramba, ¿por qué no voy a ser yo como esos columnistas que palpitan con la realidad circundante? La realidad circundante es bastante limitada en este entorno: la otra noche salgo con mi santo y con Chiquitín a tirar la basura (planazo) y mi santo reparó en que Chiquitín levantaba la pata, como un machote, pero que de su miembro no salía el preciado líquido. Lo de mi santo es superfuerte: lleva una contabilidad de las deposiciones de Chiquitín que parece un ATS del Ruber. Dicha contabilidad la usa para atacarme a mí: si Chiquitín hace blando es porque le malcrío y le puse judías en el platillo; si hace duro lo achaca a que le di arroz a la cubana. Y yo le digo, hijo, vaya afición más bonita que has cogido a fijarte en las moñigas. Él dice que no se fija por gusto sino porque yo, mucho ay mi Chiquitín pero no lo saco jamás y un día me lo voy a cargar de atiborrarle a porquerías. "¿O es que no te acuerdas, grita fuera de sí, del día en que se tragó el palo de un Popeye?". Cuando me recuerda eso me hace de llorar. Es verdad que illo tempore yo compartía mis polos con Chiquitín y como es un ansioso un día me pegó un viaje a la mano y se zampó el palo. Mas no lo he vuelto a hacer. Ahora sólo comemos Cornetes, como mi padre. Pero lo de la otra noche era extraño: ¿por qué no meaba Chiquitín? Yo le había dado tres albóndigas desestructuradas tipo Bulli (si no Chiquitín se las traga enteras), pero eso no tenía por qué obturar su pequeña uretra. Al día siguiente era domingo. Llamé a Bicoca: Bicoca, te necesito. Me dijo: dame dos minutos. Y al momento llamó: tengo un veterinario pero es del PP, te aviso. Y yo la dije, Bicoca, al diablo con nuestras diferencias ideológicas, la salud de los míos está por encima. Dos horas estuve en la sala de espera del camarada de Bicoca. Chiquitín tenía una piedra obstruyéndole el miembro y había que abrírselo en canal. Ay. Chiquitín con piedras en el miembro, me dije, como cualquier hombre. Qué divino. Bicoca intentaba entretenerme con chascarrillos: que si la colecta para Romero de Tejada iba supervientoenpopa, que cuánto iba a aportar yo. Aporté veinte euros. Y si vuelvo a nacer, yo los vuelvo a aportar. Por fin, el veterinario salió y dijo: " Se recuperará. No era del riñón, he extraído dos espigas del campo que se le habían metido por el pito". ¡El campo, el campo! ¿No estamos yendo demasiado lejos con el campo?, le dije a mi santo por la noche. Y él me dijo que qué tipo de chucho era este que sólo podía mear en el Paseo de Recoletos. Me pareció superinadecuado toda vez que Chiquitín estaba en su cojín con los puntos aún tiernos en su nada desdeñable miembro. Ayer es que ni le hablé. Y del dolor brotó este haiku a mi convaleciente:
"Los Zanahoria
no necesitan timbre.
Chiquitín basta".
Llamé a Tokio a mi amigo el profesor Shimizu para leérselo. Dice que tengo los dioses de la poesía en mi espalda. Los noto. He mandado este mi primer haiku a Babelia, a ver si lo publican. Anda que no le jodería a quien yo me sé.
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