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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

La réplica de Altamira convierte la prehistoria en algo cercano

El encanto del Paleolítico sigue fascinando, a pesar de que la cueva original permanezca cerrada. La propuesta artificial, que han admirado ya 800.000 visitantes, cuelga a diario el cartel de "entradas agotadas" y sugiere cada año nuevas actividades.

Cecilia Jan

El Paleolítico está de moda. O eso parece, a la vista de las 800.000 personas que han visitado el Museo de Altamira, en Santillana del Mar (Cantabria), desde su inauguración, hace dos años. La réplica de la cueva real, la Neocueva, ejerce de imán para los turistas que recorren la región, y cuelga el cartel de "no hay entradas" durante todo el verano.

¿Qué encanto tiene Altamira? "Al bajar un declive del terreno surgió una puertecilla (...). Por allí se penetraba al santuario más hermoso de todo el arte español". Así describía Rafael Alberti su visita a la cueva, allá por 1928, en su libro de memorias La arboleda perdida. Y así se debió sentir Marcelino Sanz de Sautuola cuando descubrió, en 1879, las pinturas rupestres más espectaculares del Paleolítico Superior, periodo que se extiende desde hace unos 35.000 años hasta hace 10.000.

Tres cuartos de siglo después de la visita del poeta gaditano, la cueva de Altamira -declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985- sigue congregando masas. Atraídos por el reclamo de la Neocueva, situada a unos 300 metros de la original, los turistas guardan cola desde una hora antes de abrirse las taquillas, y agotan las entradas hacia el mediodía. "Vengo por el renombre del lugar y la curiosidad por ver lo que he estudiado en los libros, aunque no sea la de verdad", dice la barcelonesa Silvia, mientras espera su turno.

Cada cinco minutos en verano, y en grupos guiados de 20 personas, los visitantes traspasan el umbral de una puerta corredera que se cierra a sus espaldas, y se adentra en una reproducción del vestíbulo, la cocina y la sala de polícromos, de la que se han eliminado todas las modificaciones humanas desde su descubrimiento, dejándola como estaba hace 14.500 años. Una pasarela iluminada conduce, tras varias paradas en las que la guía explica la vida de una familia de la época o las técnicas del arte rupestre, la parte más esperada.

"Parecía que las rocas bramaban. Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones de agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala. Era como el primer chiquero español, abarrotado de reses bravas pugnando por salir. (...) Mugían solas, barbadas y terribles bajo aquella oscuridad de siglos". Las palabras de Alberti, impresas en el vestíbulo del museo, describen a la perfección la sala de polícromos. Cuellos doblados hacia atrás, miradas hacia el techo, los visitantes siguen atentos los movimientos del puntero láser de la guía.

"Me preguntan si los que pintaron la cueva eran como nosotros o más bajitos, por la altura reducida de la sala, qué significan los signos, cómo se han conservado tanto tiempo las pinturas...", dice Carmen San Miguel, una de las guías. Algo que asombra a muchos es aprender que los artistas de Altamira eran Homo sapiens sapiens y, por tanto, "física e intelectualmente iguales que nosotros", cuenta José Antonio Lasheras, director del museo.

"Es un museo pensado no para nuestros colegas prehistoriadores, sino para los que no saben nada de la época", describe Lasheras. Lorena, contable de 25 años de Zaragoza, coincide: "Está muy bien explicado, no te dejan sólo un montón de cosas en una vitrina para que leas los carteles". Su conclusión: "Parecen incluso más inteligentes que nosotros".

Pero no todos salen con las ideas tan claras. "Eran bajitos y peludos". "Tenían los brazos más largos". Pese a haber visitado ya el museo y la Neocueva, son respuestas que dan algunos participantes en el taller de caza prehistórica, uno de los que organiza el museo a diario para vivir las tareas cotidianas de los habitantes de Altamira. José Aurelio Munua, el hiperactivo monitor, muestra de forma práctica el ingenio y habilidad de nuestros antepasados y disipa toda duda sobre su inteligencia.

Los asistentes prueban a cazar un ciervo de poliespán arrojando azagayas con un prehistórico, pero muy bien diseñado propulsor, que multiplica la fuerza y la distancia del lanzamiento. O intentan encender una hoguera. Las caras de asombro surgen por igual en adultos y en niños cuando ven que el monitor, frotando dos palos de madera o golpeando dos piedras, consigue fuego. "¡Joder, si lo que dicen los libros es verdad!", cuenta Munua que exclamó un profesor de secundaria ante sus alumnos.

Pero el resto de actividades y exposiciones no logra eclipsar la existencia de la Neocueva. Las comparaciones surgen inevitablemente. "Quizá le faltan vibraciones", dice Consuelo, de 42 años, que ha traído a sus tres hijos, de 13, 8 y 6 años, "para que conozcan la evolución del hombre". "La reproducción es perfecta, pero la sensación no es tan intensa como en una cueva natural, falta el frío y la humedad", afirma Álvaro, de 26 años, que ha estado antes en la cueva del Castillo, en Puente Viesgo. "Muy bonito, pero es de plástico", apunta un valenciano en el libro de visitas.

"Se ha alimentado el venir a comparar, cuando nunca ha sido el objetivo de la Neocueva, cuya idea es hacer que la gente conozca cómo se vivía en el Paleolítico", dice Asunción Martínez, responsable de comunicación del museo. "La cueva original se abrirá con las restricciones que aconseje el estudio que se está realizando. Pero son dos experiencias distintas".

Visita nocturna, contraste de luces y sombras

Durante el verano, el museo organiza talleres infantiles, en los que, agrupados por edades, los niños aprenden sobre los animales, la moda o la alimentación del paleolítico. Una novedad de este año han sido las visitas nocturnas de los jueves, que se mantienen hasta el 15 de septiembre. El pase, gratuito, y con un aforo de 200 personas, es aprovechado por muchos de los que se han quedado sin entradas. "La visita es más tranquila, hay menos gente, y la cueva es más sugerente, por el contraste de luces y sombras", dice Carmen San Miguel, la guía.

Otra novedad es la primera exposición temporal del museo, Venus y Caín, que se puede ver hasta el 7 de septiembre en el Palacio de Caja Cantabria (Santillana del Mar). La muestra explica el nacimiento de la prehistoria como ciencia en el siglo XIX, y las representaciones artísticas de la época, entre la excesiva bestialidad y la idealización romántica. A finales de 2004 se terminan las obras para habilitar la antigua sede del museo (creado en 1979), situada al lado de la cueva original, como sala de exposiciones temporales.

Dentro de unos años, el camino que lleva del museo a esta sala se convertirá en un bosque como los que rodeaban a los habitantes de Altamira, con fresnos, abedules o avellanos, con los que se acaba de repoblar el terreno.

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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