"Es urgente restaurar la soberanía de los iraquíes"
Pregunta. ¿Cuál es su sentimiento respecto a la situación en Irak un día después del atentado contra la sede de la ONU en Bagdad?
Respuesta. Mi sentimiento es el de estar ante el riesgo de una doble espiral. Por un lado la de la confrontación: frente a la lógica de la fuerza se multiplican los actos terroristas con un número creciente de víctimas, lo que suscita en Francia una gran emoción; por otro lado está la descomposición que se deriva de dicha confrontación: me sorprende que, ante la acción desarrollada por las fuerzas de la coalición, el pueblo iraquí no tenga la menor responsabilidad. Esa doble espiral reduce, día a día, las posibilidades de éxito de la reconstrucción de Irak. Es una situación cargada de peligro para el país y toda la región, que nos obliga a preguntarnos ¿cuál es la manera más eficaz de actuar? Mi convicción me lleva a decir que la lógica de la seguridad no es la que permitirá encarrilar de nuevo Irak. Hay que pasar de una lógica de ocupación a una lógica política de restauración de la soberanía iraquí. Es urgente poner en marcha esa idea, que será para todos un electroshock saludable.
"Debe crearse una fuerza internacional bajo mando de la ONU en Irak"
"Hay que transformar el Consejo de Gobierno en un auténtico Ejecutivo provisional"
P. ¿Eso qué significa?
R. Para la coalición existe la tentación de acentuar la política de seguridad sin preocuparse del terreno político. Hay que ser lúcidos. No creo que a base de declararle la guerra al terrorismo y de acentuar las medidas de seguridad -aunque hay que hacer todo lo que sea posible en ese terreno- se logre llegar a nada. La prioridad hay que dársela a los pasos políticos que devuelvan a los iraquíes el control de su destino. Eso comporta también el compromiso del conjunto de la comunidad internacional, a través de la ONU, para que aporte su respaldo a ese proceso y le de toda su legitimidad. En el contexto actual hay que tener la valentía de tomar las decisiones que se imponen. No conviene permanecer en la ambigüedad, aunque sepamos que no hay una solución sencilla. La vía de la responsabilidad colectiva es la única que nos permite salir de la trampa en la que hoy estamos atrapados.
P. ¿Cómo?
R. De entrada hay que transformar el Consejo Provisional del Gobierno iraquí en un auténtico Gobierno provisional, capaz de actuar y tomar decisiones de manera independiente para proseguir la tarea de poner orden en Irak. Y sin perder de vista una prioridad: el restablecimiento de los servicios públicos esenciales. El Gobierno provisional debería ocuparse de preparar elecciones para una Asamblea Constituyente, que debería ser elegida antes de que acabe el año. Un representante especial del secretario general de la ONU debería ser nombrado para que supervise al lado del Gobierno ese proceso de transición política.
P. Eso excluye un administrador jefe estadounidense.
R. Lo importante es que la responsabilidad la ejerzan los iraquíes. Es con ellos y a través de ellos que podemos salir del callejón sin salida. Y todo eso hay que hacerlo acelerando el calendario de esa transición, pues estamos ante una situación grave y que requiere medidas de urgencia. Pero, repito, lo esencial es pasar de una lógica de seguridad a una lógica de soberanía. Para reforzar la legitimidad de ese Gobierno provisional hace falta el respaldo de la ONU y del conjunto de los países de la región, así como de organizaciones como la Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica.
P. En Afganistán ese mandato central de la ONU, esa acción colectiva, no ha evitado una posguerra que también es un fracaso...
R. Afganistán, en efecto, demuestra las dificultades de una acción internacional. Pero nada nos impide pensar que una mayor movilización y durante más tiempo no acabe por dar mejores resultados. El principal desafío en Afganistán pasa por reforzar el Gobierno de Karzai. Si la comunidad internacional -en Afganistán o Irak- reemplaza a los pueblos, el riesgo es que acabe encontrándose en el lugar del acusado.
P. ¿Dónde se sitúa la frontera entre la asistencia a un Estado en dificultades y la injerencia que viola el principio de soberanía y el respeto del otro?
R. La frontera es muy tenue, es cierto. Todo depende de la manera en que se concreta esa ayuda. Y ahí interviene el factor tiempo: hay que ir deprisa, pues en esos casos uno se compromete a una carrera de velocidad entre las fuerzas que buscan la desestabilización y desmovilización y la exigencia de recomposición. Y si digo que hay que ir deprisa, en Irak aún hay que correr más. En líneas generales creo que la comunidad internacional debiera valorar mejor las exigencias de la urgencia.
P. ¿Tanto en Irak como en Afganistán u Oriente Próximo?
R. Sí. El mismo engranaje permite el aumento de la desmovilización y el resentimiento en los tres lugares. Eso es evidente en Oriente Próximo. Tomemos el caso de los palestinos: no ven qué dividendos les aportan las perspectivas de paz, ni ven que se normalice su vida cotidiana. ¡Llega un momento en que nadie cree en que aquello puede cambiar! Entonces gana la desesperación. Si queremos evitar eso -y creo que los israelíes viven el mismo drama ante la multiplicación de atentados-, si queremos que la paz sea creíble y no sea una mera palabra, la comunidad internacional no puede conformarse con semiremedios. En Irak sucede lo mismo, y tenemos que invertir una lógica y tomar decisiones que estén a la altura del reto. Hay que saber ver el mundo tal y como es, sin equivocarse de objetivo. En Irak hoy lo que nos amenaza es una situación de vacío que sólo puede ser colmada por la afirmación de la soberanía iraquí. El problema de la seguridad es muy importante. El Gobierno de Irak debiera decir cómo desea ser ayudado por la comunidad internacional. Hoy la seguridad depende de las tropas de la coalición, pero, si se quiere ser eficaz, no bastará con ajustar o ampliar los efectivos del dispositivo actual. Lo que conviene es poner en pie una verdadera fuerza internacional bajo mandato de la ONU. La urgencia es la soberanía. La legitimidad de una autoridad iraquí es el punto de partida, no el de llegada.
P. Volvamos al conflicto israelo-palestino...
R. El mismo razonamiento vale para Oriente Próximo. Hay que evitar entrar en esquemas de desesperación. Es preciso que aquellos que desean avanzar hacia la paz, tanto en el campo palestino como en el israelí, puedan tener ante ellos un camino creíble. Creo que es peligroso lanzarse a procesos demasiado largos. Hay que tomar conciencia de la gravedad de la situación y acelerar la puesta en práctica de la Hoja de Ruta. Y ahí también, después del último atentado en Jerusalén, hace falta un electroshock: compromiso rápido de una conferencia internacional; compromiso rápido de elecciones en los territorios palestinos; compromiso rápido de un despliegue de fuerzas internacionales que modificarán la ecuación. Tenemos que demostrar a los pueblos de la zona que la situación cambia. Hay que salir de la lógica de las condiciones previas para poner en marcha una dinámica de paz: los palestinos tienen que comprometerse de manera clara en su voluntad de poner fin a los atentados, los israelíes acelerar la retirada de los territorios y la liberación de prisioneros. Son precisos gestos irreversibles, gestos que indiquen que cada cual ha comprendido la necesidad de tomar hoy el riesgo de la paz.
P. Con la Hoja de Ruta cuestionada por el terrorismo, tenemos la sensación de que se repite lo vivido con los acuerdos de Oslo...
R. ¿Cómo puede salirse de una situación en la que, cada vez que damos algunos pasos hacia la paz, ésta es tomada como rehén por el terrorismo? En el mundo de hoy, a menudo, ante la crisis hay que acelerar. Es necesario que los pueblos de esas regiones puedan tocar con sus manos muy pronto los resultados concretos de un progreso político. Hay que comprometerse en una lógica de acción y una lógica de resultados. Si los palestinos se comprometen activamente contra la violencia, sitúan a las organizaciones más radicales ante sus responsabilidades; si Israel aporta la prueba tangible de su compromiso de ver cómo se crea a su lado un Estado palestino viable, entonces saldremos del círculo vicioso. Lo que vemos hoy es que una parte cada vez mayor de los palestinos duda, que un número en aumento de israelíes se pregunta si, al fin y al cabo, la paz no es un espejismo. Y el riesgo es que, si dejamos que pase el tiempo, nos arriesgamos a encontrarnos con una situación cada vez peor. La comunidad internacional debiera tener la valentía de forzar el destino, de tomarlo en sus manos para que la paz pueda ser creíble. Ante ese desafío o ante todos los demás, hay que elegir la voluntad contra el caos. Tenemos que hacer todo lo posible para asegurarnos la unidad de la comunidad internacional, que es condición sine qua non del éxito. Hay que trabajar de acuerdo con ese espíritu constructivo, en especial con nuestros aliados europeos, así como con nuestros socios americanos, con los que compartimos una idéntica exigencia de acción y un mismo rechazo al statu quo.
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