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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Calixto Bieito triunfa en Edimburgo con un 'Hamlet' insólito

Si el público siempre tiene razón, el veredicto está claro. Los clamorosos aplausos al final de la representación demuestran que Calixto Bieito ha triunfado en el Festival de Edimburgo con su Hamlet. Queda todavía la opinión de buena parte de la crítica, pero, al paso que suele ir en los periódicos británicos, cuando la dé ya no hará falta. Los escandalizados con las Comedias bárbaras, los que se quedaron de piedra con los aseos de caballeros en Un ballo in maschera, esos que redujeron su visión de Macbeth a pura necrofilia parece que se van acostumbrando a las propuestas de quien es hoy, quieran o no, un director de escena renovador y lleno de ideas.

Para The Scotsman, la conclusión está clara: "Un Hamlet como nunca hemos visto", aunque también le acusa de ir demasiado lejos, sobre todo con Ofelia, a la que el protagonista viola. Y el vespertino Evening Standard, siempre un puntito sensacionalista, afirma que "el catalán le pone una bomba al príncipe de Dinamarca".

Sobre el papel la cosa era complicada. Bieito, para adaptarse a las dimensiones y el aforo del Royal Lyceum, ha preferido ofrecer una versión abreviada de la obra de Shakespeare, dejar sólo nueve actores -con el fabuloso George Anton como Hamlet- y reducir drásticamente su duración. A eso hay que añadir que en el escenario aparece un bar, con su pianista y todo -Horacio, el Fantasma-, y con músicas que van de Bach a Marilyn Monroe, karaoke incluido.

Está claro que no es el Hamlet que cualquiera puede ver y que sólo quien conozca la obra -que se dará en cinco funciones a partir del 30 de septiembre en el teatro Romea de Barcelona- podrá juzgar el sentido de los cortes de Bieito. No debería haber tanto problema con el momento culminante, el "ser o no ser", que aquí ha sorprendido porque el soliloquio va dirigido no a una calavera, sino a las cenizas de Polonio.

Bieito, que lo había avisado, ha trazado una reflexión sobre el poder y la paranoia. Ésta queda en manos del propio protagonista, que entretiene su neurosis leyendo el Hola y haciendo yoga; aquél pertenece a una familia real alcohólica y brutal, corrupta hasta las cejas. No hay demasiado lugar para la esperanza. Eso es lo que quedará, seguramente, de este Hamlet, leído desde hoy con el deseo de no traicionar lo que la esencia de su mensaje mantiene y mantendrá por los siglos de los siglos. Y, de paso, el Festival de Edimburgo va ganando poco a poco su apuesta.

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