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Ciencia recreativa / 21 | GENTE
Columna
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Confirmado: los bostezos se contagian

Javier Sampedro

Tal vez le haya pasado alguna vez. Está en una solemne reunión, el de al lado bosteza y allá que va usted con su bocaza de hipopótamo ante la mirada perpleja del jefe del departamento. A veces basta con que bostece un actor en la tele, o incluso un personaje de una novela. Hay bostezos particularmente contagiosos, y ninguno es peor que el acabado en un gemido de escala descendente, similar al ruido que hacen al alejarse los coches que van en sentido opuesto. Si encima el emisor cierra los ojos a la vez que la boca y se queda con cara de panoli, el contagio alcanza proporciones epidémicas.

Gordon Gallup y sus colegas de la Universidad Estatal de Nueva York acaban de analizar el asunto experimentalmente (Cognitive Brain Research, 17 2). Han reclutado a 65 estudiantes de unos 20 años y les han enseñado 24 vídeos de siete segundos en que aparecen personas riéndose, bostezando o con cara de póquer. Después de ver cada vídeo, el estudiante tiene que rellenar un cuestionario sobre lo que ha visto. Esto no es más que un engañabobos para que el sujeto no se mosquee. Lo que importa es que, mientras el estudiante miraba el vídeo, un experimentador le observaba por un espejo unidireccional, y apuntaba si había bostezado o no.

Bien. Como los vídeos la verdad es que eran bastante aburridos, el 9% de los estudiantes bostezó incluso cuando no había visto más que gente riéndose o con cara de póquer. Pero los vídeos de bostezos hicieron bostezar nada menos que al 40% de los estudiantes. El bostezo contagioso se puede considerar probado experimentalmente.

¿Por qué a unas personas se les contagia el bostezo y a otras no? Gallup supuso que el fenómeno tendría algo que ver con la diferente capacidad de cada individuo para imaginarse en la piel de otro y saber así qué quiere, qué sabe o qué intenta hacer éste. Los psicólogos llaman a esta capacidad teoría de la mente, porque requiere meterse en la mente de otra persona, metafóricamente hablando.

Hay tres tipos de pruebas para medir la teoría de la mente de un individuo. El primero pone a prueba su habilidad para descubrir en una historia que un personaje alberga una creencia errónea. El segundo, que es una vuelta de tuerca, evalúa su capacidad para caer en que un personaje de una historia puede estar sosteniendo una creencia errónea sobre otro personaje. El tercero es el más primitivo, por así decir, y sólo mide la habilidad de un individuo para reconocer una metedura de pata social (por ejemplo, cuando un personaje comenta con un vecino la tabarra que da el nuevo inquilino con su trompeta, sin reparar en que su interlocutor es precisamente el trompetista). Pues bien, los resultados de las dos primeras pruebas no tienen nada que ver con el contagio de los bostezos. Pero los de la tercera sí: cuanto mejor descubre un estudiante las meteduras de pata más sutiles de un personaje, más se le contagian los bostezos.

Los psicólogos experimentales también saben que los individuos con menos teoría de la mente, es decir, con menos capacidad para meterse en la piel de otro, suelen mostrar una personalidad denominada esquizotípica: sienten una ansiedad mayor de lo normal ante cualquier situación social, tienden a creer en cosas extrañas o mágicas, carecen de amigos muy cercanos y rara vez manifiestan un afecto muy efusivo. El equipo de Gallup ha mostrado que los estudiantes que menos bostezan por contagio son los que muestran más rasgos de esa personalidad esquizotípica.

Los científicos de Nueva York concluyen que el contagio de los bostezos está muy relacionado con la empatía, o con la capacidad para meterse en la piel de otro. Y también con la consciencia de uno mismo, puesto que no se puede leer la mente de otro sin estar acostumbrado a examinar la propia. Dígaselo a su jefe de departamento en la próxima reunión.

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