Hotelucho
Atravesar el paso del Cerreto (1.261 m.) junto al Muda camino de la Emilia tiene su emoción y resulta grandioso. Pero al final, tiramos de nuevo hacia la Toscana. Una cosa en mármoles -es ésta tierra marmórea-, entre la artesanía y la poesía (La materialità dell'esistenza, ahí es nada), una bienal de escultura, nos detuvo un tiempo. Sofisticado. Querían esculpir la idea y hasta el pensamiento. Me gustó lo que hacían con la palabra (negro puro sobre el blanco de grandes bloques de mármol).
De allí, al sur, al Vaticano. Y entre otras muchas cosas, claro está, paramos, para aborrecerla -cuanto menos yo-, en la Cátedra de San Pedro, de Bernini. Una cosa barroca hasta la náusea (Barroco avanzado, 1657-1666), situada en el ábside de la Basílica de San Pedro, con el trono de San Pedro y los padres de las iglesias latina y griega. En realidad, un amasijo de formas en las que se mezcla el mármol, el bronce dorado y el estuco (usted me dirá). Algo que rompe todas las fronteras entre las materias, entre éstas y lo visionario o lo iluminado, y hasta entre lo natural (los rayos de sol que entran por el vitral) y el artificio (un revoltijo de rayos de bronce que pretenden prolongar aquéllos). ¡Horror!, dije, lo tuyo es teatro, puro teatro,... cosa hueca.
Y me explicaron que no, que aquello era un Barroco llevado al límite. Pero que este movimiento surgió en siglo XVII como réplica al Manierismo, etcétera. Que trataba de superar la distorsión de aquél, del movimiento manierista y era el modo de armonizar las dificultades de volumen, perspectiva y representación del Renacimiento. (Luego, vimos la Aparición de la Virgen a San Francisco, de Pietro da Cortona, del primer Barroco, en el memorable Museo del Vaticano y tuve que darles la razón... a mi pesar. ¡Y vimos La Sixtina restaurada -precursora, me dijeron, del Manierismo-, y quedamos asombrados!)
Pero yo me quedé con la explicación que me dio mi amigo porteño. Barroco viene de Baroco, me dijo. ¿Endendés vos? Los escoláticos del medioevo tardío tuvieron una rara ocurrencia, dijo, que simplificaba los silogismos llamándolos Barbara o Baroco, etcétera, muy serios ellos. De aquello, algunos humanistas como Montaigne o Buchanan, gente irónica y con sentido del humor (y algo impertinente), hicieron chanza. A la gente pedante, hueca, mundana e inútil (los escolásticos lo eran), le tildaban de tener una cabeza llena de "Barbara y Baroco". Cabeza hueca. La cosa tuvo éxito. En el XVIII a toda cosa inútil, hueca, abstrusa y fantástica, le llamaron despectivamente Baroco. Y con ese apelativo se quedó la arquitectura sobrecargada de Francesco Borromini (s. XVII, autor del centro de los jesuitas), y la decoración de Bernini y su escuela. Abstruso, rebuscado, oscuro. Yo me quedé con eso. Olvidé lo demás.
¿Acaso no vivimos hoy, digo, un tiempo Baroco o barroco? El racionalismo y las vanguardias de principios de siglo resultaron un tremendo paso adelante, desde la plástica a la edificación. Pero, por decirlo así, ¿no resulta frío el cubismo de un Picasso? A mí no me emociona. ¿No resultan impersonales esas construcciones industrialistas y frías de la Bauhaus? Hasta Le Corbusier en su Casa-estudio para Ozenfant resulta frío (no, claro, en su Casa de la Cascada). Les faltaba calor humano.
Frente a ello surgieron corrientes varias. El Neoexpresionismo alemán (Kiefer, Baselitz), americano (Rauschenberg) o el del español Miquel Barceló, cargados de materias varias y cultura historicista. O aquello de Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta (Beuys, 1965), las instalaciones y las condenas del Holocausto. También el nuevo realismo (Lavabo, Antonio López, 1967). Y algo que conocemos: el Guggy de Frank Gehry, un suflé en Bilbao. Todo apunta hacia una reacción contra la racionalidad del pasado y a favor del calor del hombre concreto. Ya empiezan a verse excesos horrorosos, barocos, en esa dirección. Eso creo.
Naturalmente, no me atreví a sacar esta conversación en la terraza del hotelucho a los pies del Pisanino.
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