Ahora sí
Con la aprobación de la moción de censura del miércoles pasado en el Ayuntamiento de Marbella se cerraba, se cierra, uno de los hitos políticos por los que esta ciudad ha pasado en democracia.
Entre lo leído, oído y visto no me he encontrado ni una reflexión serena, crítica y autocrítica de los partidos democráticos del arco parlamentario andaluz asumiendo su cuotaparte de responsabilidad en la crisis del Ayuntamiento marbellí. La culpa siempre es de los otros. He leído mucho análisis rosa, de ocasión, personalista, exculpatorio, culpatorio, con actores del drama entrando y saliendo de escena, con partidos políticos saliendo y entrando de las distintas propuestas imaginables e imaginadas.
La gente, asqueada y harta de la corruptela de las fuerzas democráticas, apostó por Gil en 1991
La imposición, por la vía Montaner-Salinas, del PGOU del 86 marca el inicio de la crisis
Si hay que buscar nuevos soportes legales para la disolución, búsquense o refórmense las leyes
En uno de sus momentos de lucidez, después de sus particulares idus de abril, Rodríguez de la Borbolla fijó en los partidos democráticos la responsabilidad de la victoria en 1991 de un Jesús Gil que copó 19 de los 25 concejales elegidos.
Estábamos asistiendo, en aquella fecha de 1991, no al inicio de la crisis del Ayuntamiento de Marbella sino a la primera y más grave consecuencia de una crisis iniciada en la institución municipal en los últimos años de la legislatura local (1983-1987).
La imposición por todos los caminos de parte de la Junta de Andalucía al Ayuntamiento socialista de Marbella de los criterios y detalles del PGOU de 1986, actualmente vigente, por la vía Montaner (consejero de Obras Públicas) y Salinas (vicepresidente del Gobierno y con largos tentáculos en el mundo económico/administrativo/político marbellí), marca el inicio de una crisis institucional que continúa en las elecciones municipales del 87 cuando el alcalde socialista, que había obtenido mayoría absoluta en 1983 (15 sobre 25) es descabalgado de la lista a última hora (y fuera del plazo legal) por las direcciones provincial y andaluza del PSOE, poniendo en su lugar a una vieja gloria que empezó perdiendo la mitad de los concejales, siguió "extraviando" el valiosísimo alfanje regalado por el rey de Arabia y "tropezando" con un maletín con varios millones anticipo de Alfonso de Hohenlohe. Obligada dimisión y un breve sucesor que pasará a la pequeña historia local de la picaresca municipal en cuestión de policía, urbanismo, expropiaciones y paseos marítimos inéditos.
Izquierda Unida, que obtuvo en el 87 el mejor resultado de su historia en Marbella (5 concejales), dilapidó su capital político, primero haciendo coalición con el PP e Independientes de San Pedro de Alcántara para quitarle la alcaldía al PSOE en la sesión de investidura y, cuando se desmontó la operación, poniendo una moción de censura a mitad de legislatura para inmediatamente sentarse a gobernar con el PSOE unas semanas después.
Lo del 91 estaba cantado. De la noche a la mañana no se le había ido la cabeza al electorado marbellí. De hecho, con los resultados de las autonómicas de 1994, proyectados a las municipales, PSOE e IU hubieran tenido sobrada mayoría absoluta en la ciudad.
Sencillamente, la gente cansada, asqueada, harta de la mezquindad y de la corruptela de las fuerzas democráticas, unas a niveles de Marbella, otras a niveles más amplios, apostó por el discurso de un Jesús Gil que prometía "enriquecerse él, pero repartir también la riqueza con los marbellíes".
Luego vino una larga noche. Se expulsaba al secretario del Ayuntamiento por no plegarse a las imposiciones del nuevo alcalde, mientras el Ministerio de Administraciones Públicas y la Junta de Andalucía, ambos en manos del PSOE, miraban para otro lado y le reían la gracia. Vinieron ministros socialistas a decir desde el balcón de la Plaza de los Naranjos que el desarrollo gilista de Marbella era un modelo a seguir en la Costa del Sol, vinieron chanchullos y robos judiciales, indultos y un largo etcétera. Y vino el "Caso Marbella", con los mismos actores del PGOU del 86 negociando y recibiendo talones de Jesús Gil a cambio de unas "bagatelas" urbanísticas.
Y vinieron las municipales del 2003, con un Gil inhabilitado, con segundones respondones y jaraneros, con una candidata socialista que ahora parecía se iba a comer el mundo (por cierto, su campaña electoral fue llevada y ayudada por los mismos del PGOU del 86 y del "Caso Marbella") y una candidata del PP sentada a la puerta de su tienda en forma de escaño en el Congreso de los Diputados.
Y el electorado de Marbella, libre, democráticamente, volvió a darles la victoria a los del GIL o a sus herederos, que para el caso es lo mismo, y al resto los mandó a por pipas. Aquí no ha habido engaño, esto no era un melón sin calar, aquí la gente (folklore aparte) ha votado sabiendo a quién votaba y a quién no votaba. De ahí, también debíamos haber tomado nota.
Como deberíamos haber tomado nota de lo que está pasando en la Asamblea de Madrid, donde el mayor reparo que se le puede hacer al PP y a Aznar (Tejada aparte) es no haber fortalecido y respaldado el sentir mayoritario de la votación del electorado madrileño y, en cambio, haber apostado por medrar a costa de los tránsfugas. Cuando los tránsfugas del GIL, del PSOE y del PA pusieron la moción de censura, los partidos democráticos dejando atrás las heridas, los revolcones electorales y las querellas y demandas judiciales (para eso están los tribunales) debiéramos haber respaldado el legítimo poder democrático (aunque no nos guste, como tampoco a Aznar le gustan los socialcomunistas de Madrid y no es argumento) y fortalecido el sentido mayoritario de la votación del electorado marbellí. En cambio, nos lanzamos por la pendiente fácil de la disolución del Ayuntamiento, posicionándonos así más o menos en el mismo lugar que el PP y Aznar en la Comunidad de Madrid. Unos allí y otros aquí. Una buena ocasión perdida.
Pero hace unos días, en el Ayuntamiento de Marbella se aprobaba por escaso margen una moción de censura contra el alcalde de esa ciudad, votada por una coalición de concejales y concejalas, todos ellos y ellas tránsfugas de sus respectivos partidos. No sé si es la primera moción de censura de estas características en este país, no lo sé ni me importa. Sí nos debe importar la respuesta urgente, democrática y ajustada a derecho tanto de los poderes constitucionales del Estado español como de los partidos democráticos que empezaríamos así a corregir nuestros errores marbellíes.
Por eso, aunque antes de aprobada la moción de censura no había lugar a la petición de disolución, ahora, cuando ésta ha triunfado, no hay más respuesta que la disolución y nuevas elecciones. Cuando la voluntad democrática en el sentido del voto y la de las fuerzas políticas que se presentaron a las elecciones han sido vulneradas al cien por cien hay que ir a la disolución del Ayuntamiento y devolverles la palabra a los ciudadanos y ciudadanas de Marbella con unas elecciones municipales regladas para los próximos 3 meses.
No planteo la disolución porque el nuevo ayuntamiento vaya a hacer "gestión dañosa para los intereses generales....o incumpla sus obligaciones" como estipula el artículo 61 de la Ley de Base de Régimen Local para argumentar una disolución, pues una ciudad se abre y funciona todas las mañanas muchas veces a pesar de su Ayuntamiento, sino que planteo la disolución, ahora sí, porque el Ayuntamiento de Marbella está gobernado en contra de la voluntad general de sus ciudadanos expresada en las urnas y eso es el principio de toda quiebra democrática.
Y si para eso hay que buscar nuevos soportes legales, búsquensen. Y si hay que reformar las leyes, refórmensen. Por que ya está bien de este goteo de golpecitos de Estado. Golpes de Estado donde, por cierto, planean los mismos elefantes blancos, que siempre se quedan sin quitarse/quitarle la máscara, por supuesto.
Luis Carlos Rejón es diputado de IU en el Congreso por la provincia de Córdoba.
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