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Tribuna:CRISIS EN EL AYUNTAMIENTO DE MARBELLA
Tribuna
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Gil y los gilíes

No por ser de Perogrullo deja de ser pertinente recordar que el reinado de ese formidable patán que ha destrozado Marbella se ha debido a la suma de varios factores: en primer lugar, los votos mayoritarios de unos ciudadanos que quieren presentarse ahora como unos pobrecitos estafados y engañados. Digámoslo de una vez y sin tapujos: este estiércol que nos salpica a todos los malagueños, y no sólo a los marbellíes, se debe antes que nada a la coprofagia de los votantes del GIL, tan encantados porque les hubieran quitado las prostitutas del paisaje como indiferentes por ver su paisaje prostituido.

En segundo lugar, la complacencia de una fiscalía que no sabe dónde esconderse para justificar el hecho de que campeen por sus respetos quienes acumulan un número escandaloso de causas pendientes, delincuentes de despachos, gerencias y gestorías, infinitamente más perjudiciales que los chorizos de poca monta a los que se envía a la cárcel sacando pecho. El fenómeno GIL es ante todo un escándalo judicial, que engloba tanto a los juzgados como a los juzgadores.

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Y en tercer lugar, a determinados sectores de la prensa, y no sólo a los de la prensa rosa y amarilla. Gil es un animal mediático por la sencilla razón de que hoy lo mediático se nutre fundamentalmente de animales, de la fauna más esperpéntica que pueda rebañarse en las cloacas de la sociedad: lo mediático ha encumbrado a esta fauna, y cuando la necesidad de entretenimiento patrio se sacia con los fines de raza del Hotel Glamour no es de extrañar que el más astuto de los desaprensivos reine en ese pantanal. Gil podía estar destrozando para siempre la joya de nuestro litoral en beneficio propio; podía estar hipotecando de por vida el capital fijo de la industria turística, esto es, el territorio, que a todos nos pertenece y él nos ha usurpado; Gil podía estar hundiendo la imagen de marca de la Costa del Sol, de la que tantas familias viven. No importa: en los platós televisivos de Madrid siempre ha habido periodistas dispuestos a montarse un buen programa amarillo a base de reírle las gracias al capo, y lo que estuviera haciendo en este rincón periférico de nuestro país carecía de toda importancia, anécdotas provincianas, esperpento lejano y útil, sobre todo útil, para rellenar mil horas de programación, miles de páginas de periódicos, en fin, para alimentar la fabulosa industria de la información, sea cual sea la acepción en que algunos hayan prostituido el término.

Pero hay otro sector que ha contribuido sobremanera a la entronización mediática del personaje: me refiero naturalmente al inmobiliario. No rindo ningún tributo a lo políticamente correcto si me apresuro a decir que ha habido muchos profesionales del ramo que no han querido seguir el juego marbellí. Es sencillamente verdad, y conozco a varios lo suficientemente sensatos como para no embarcarse económicamente en el tocomocho de los convenios del gerente de Urbanismo, todos nulos de raíz por fundamentarse en un planeamiento ilegal. Otros sí lo hicieron, con plena conciencia de que, habida cuenta de la lentitud de la justicia, aún cuando ésta dictaminara la ilegalidad de lo convenido, las obras ya estarían ejecutadas y entonces ya no habría huevos (sic) de demolerlas, según te explicaban en el Ayuntamiento.

Con este sórdido juego de complicidades se ha estado operando durante más de una década y aún hoy, cuando parece que la Junta de Andalucía puede empezar a poner coto a las vulneraciones de la Ley del Suelo -la tonta de la casa de la legislación vigente- y el TSJA ha dictado ya algunas sentencias tan ejemplarizantes como tardías, aún hoy, repito, se confía en la contundencia de los hechos consumados para poder llegar a una componenda que no lesione los intereses de los que aceptaron la conocida fórmula del fifty-fifty. Cabe preguntarse cuántos aventureros de bandera de conveniencia no habrán ya abonado por adelantado y en metálico el 50% de la edificabilidad sobredimensionada con la que estos trileros engolfaron la gestión urbanística. Da miedo pensarlo, el suficiente miedo como para justificar una moción de censura que quitara de en medio a los insensatos que se disponían a pactar con la Junta. No es, pues, sólo Gil, sus intereses y su integridad física lo que está en juego, sino los intereses de mucha más gente.

La hipocresía más repetida en estos días ha sido la de que hay que impedir "que Marbella se pare". Quienes así se expresan no se refieren, claro está, al colapso administrativo de un municipio desgobernado, sino a que no se paren las licencias previstas hasta llegar a una ciudad de 600.000 habitantes, que es lo que el PGOU de Gil preconiza.

El problema es que Marbella, como tantos otros sitios de la Costa, carece de los más elementales recursos hídricos e infraestructurales como para soportar el menor crecimiento. Pero aunque las vías de comunicación estén hoy saturadas y aunque lo que otrora fueran privilegiados espacios del piedemonte costero sean hoy espeluznantes barriadas del peor desarrollismo post-autárquico, hay todavía alcaldes que declaran a pecho descubierto que hay que crecer por la segunda, tercera y cuarta línea de costa. Son las consecuencias de la semilla del GIL, pero lamentablemente es algo peor: es la voz del subconsciente de una región que, aunque se diga turística, sigue viviendo mayoritariamente de los ladrillos, de ahí que, con la esperpéntica moción de censura del miércoles pasado, las aguas vuelvan, en gran medida, a su cauce.

Gil vuelve a reinar, pues, en el país de los gilíes, habitantes de un lugar de la costa malagueña que cometió el pecado original de ser privilegiada y que hoy, en la espesura de una conspiración de silencio, camina hacia su suicidio colectivo al ritmo alegre de las grúas y las excavadoras.

Salvador Moreno Peralta es arquitecto, urbanista y académico de San Telmo.

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