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Columna
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No dormir

Ahora, por las noches, me acuerdo del poeta de Granada, casi secreto, Pablo del Águila, quien murió hace más de 30 años cuando sólo tenía 20, aunque los que eran menores que él lo recuerdan muy viejo o muy sabio: "Lo peor, ya se sabe, son las noches", escribió, y yo lo repito cada noche de este agosto infernal. No duermo, leo: novelas, novelones. De día prefiero periódicos, todos los periódicos que caen en mis manos. En uno de Milán, el Corriere della Sera, descubro una nueva manía, o enfermedad, o desarreglo alimentario: el síndrome de los devoradores nocturnos o night eating, patología que afecta al 1,5% de la población (el uso de la lengua universal y de las estadísticas le da a la noticia un aire de científica autenticidad).

El enfermo devorador emprende expediciones nocturnas al frigorífico, excava o bucea en busca de las piezas más calóricas, y, sin ganas, se da una comilona a la luz de la lámpara interior de la nevera. Es la ansiedad, explica la periodista Margherita De Bac, la angustia de las vacaciones. ¡Se nos van estúpidamente, insatisfactorias, igual que la vida de todo el año! Por la mañana el comilón se siente moralmente fatal, culpable, clandestino, acechando la posible aparición de todos los síntomas del gran mal del verano: el golpe de calor. ¿Siente la boca seca, aturdimiento, dolor de cabeza? ¿Tiene fiebre? ¿Es la resaca de la comilona nocturna o se está despidiendo del mundo? El mundo se ha vuelto terrible, un planeta inhóspito cuya atmósfera mata, y es pavoroso morir de nada, morir del tiempo que hace.

La hipocondría, o la conciencia, puede alcanzar dimensiones universales. Los días son apocalípticos, es decir, de descubrimientos ("Apocalipsis, en griego, significa revelación", escribe Claudio Magris). En The Guardian leo un artículo de George Monbiot: si nos gobernara la razón, mantendríamos con las grandes industrias contaminantes una guerra similar a la que hubo contra Hitler. ¡Están destruyendo las condiciones necesarias para la vida humana sobre la Tierra! El cambio climático amenaza el futuro de la humanidad. "No estamos hablando del fin de las vacaciones en Sevilla", dice el articulista, sino del fin de las circunstancias que permiten la vida.

Hablando de climas imposibles a Monbiot le viene a la cabeza Sevilla, en una libre y lógica asociación de ideas, como si hubiera oído que la ola de calor ha duplicado aquí el número de entierros en agosto. Dejo los periódicos: de noche prefiero novelas, desde niño, novelones para toda la noche infinita, banquete de letras en vez del viaje bulímico a la nevera, una novela de 1.295 páginas, muy buena, excepcional (no te puedes quedar dormido, te haría daño si te cayera encima el libro gigante, aunque no es eso, es el interés lo que te mantiene alerta y despierto): El fantasma de Harlot, de Norman Mailer, memorias de un agente de la CIA. (Beppe Severgnini, en el Corriere, recuerda que en estos días todo el mundo aconseja lecturas, y él también hace su sugerencia: leer los tiques de la compra. Mueven a reflexión profunda las descomunales subidas en productos mínimos como helados o salchichas.)

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