La municipalidad rubia
Cuanto ocurre es muy raro. Y lo más raro de todo es que no arda ni estalle el Ayuntamiento de Marbella, con la cantidad de tintes de complicada manipulación que se reúnen en el inconsistente Consistorio. Resulta asombroso que no haya mujeres morenas en el trance municipal marbellí (quizá en el origen del escandalazo se encuentre la negrura de los pelos de Pantoja). Pero más asombrosas aún me parecen las respectivas rubieces de las damas, según pertenezcan al GIL, ya no pertenezcan al PSOE o sigan encalladas en el PP. Las melenas rubias peperas son áureas, inconfundibles, ordenadas y anamatósicas. Las de la ex PSOE, un ir poniendo e ir capeando, a juego con los avatares quirúrgicos faciales y esa tirantez agónica de los huesos en los hombros. En cuanto al tono capilar de la alcaldesa del GIL, es como si don Jesús G. y G. se hubiera hecho travestón y le hubiera robado a Johnny Depp una de sus pelucas. Resultado: han puesto de munícipe a la madre de Ivana Trump. Me pregunto de qué color llevan el pantojo todas estas rubias caídas del suelo.
Resulta asombroso que no haya mujeres morenas en el trance municipal marbellí
Es un mes de agosto bien extraño. De repente, me percato de que ni una sola semana he arrojado un vil vistazo a las revistas del corazón. Ni acordarme. ¿Qué me está ocurriendo? Debe de ser una especie de transustanciación. Voy perdiendo la sinsustancia. Mi encéfalo ya no segrega endorfinas. De madrugada escucho apagones multitudinarios por la radio y corro a ver las imágenes de la CNN+. La gente de Nueva York está aprendiendo a tener paciencia. Con el tiempo tendrán tanta como la gente de Ramala o la de Nablús.
Gracias a Internet, averiguo mi horóscopo del día siguiente. Cuestión de que lo acontecible me pille prevenida. Y ésta es otra. Mi horóscopo consta de dos partes. Primera parte: "Procure distraerse, ya que las preocupaciones pueden incidir en su salud". Segunda parte: "Evite tratar cuestiones económicas con sus hijos". No puedo seguir todos los consejos. Si evito tratar cuestiones con los hijos, como soy esterilizada voluntaria, es decir, irreproducible (yo y mi paquete genético a tomar por saco), me preocupo tanto que ello incide en mi salud.
Vayamos, pues, poco a poco. Salgo temprano para pasear a mi perro mientras aún se puede respirar. La ciudad está llena de gente que ha tenido la misma idea. Algunos yacen, desplomados, en los bancos de diseño. Viejecitas que parecen haber sobrevivido a los calores de los hospitales de Francia y los incendios de los bosques de España, lívidas porque casi nunca abandonan sus pisitos de jubiladas, atraviesan las calles aferradas a sus muletas y oteando el horizonte con caras de miedo.
Nos encaminamos hacia... ¡Ah! ¡El lugar funesto! ¡Un quiosco de periódicos! No, no podré, no lo soportaré, no podré contemplar esas primeras páginas de los diarios, insanamente coloreadas por el fuego, las explosiones, las cifras de muertos y heridos. Un señor con el que suelo cruzarme corre con los pelos de punta y un periódico en la mano. "¡Perdone, pero voy a leerlo a la farmacia de turno!", grita. Me quedo lela ante el quiosco, hasta que mi perro me propina un codazo en el tobillo. Ay, sí. Déme el Hola, el Diezmi y, no me fastidies, ese Lecturas donde Carmina Ordóñez rompe su silencio. Por fin alguien destroza algo que a nadie nos importa en lo más mínimo.
Y es entonces cuando llego a la desoladora conclusión de que este verano no he necesitado enchufarme a la prensa liviana para encontrar temáticas. Más bien al contrario, he debido rechazar algunos hilos argumentales que la realidad ajena al famoseo me proporcionaba. Por ejemplo, no comento la investigación sobre el doctor David Kelly, que está resultando seria y muy perjudicial para Pinocho Blair y sus Pinochitos asesinos, cantidad de basura under the carpet. De todas formas, ¿a quién le importa una comisión bien llevada? Aquí nuestro Pinocho se hurga la nariz y con las pelotillas que le salen monta comisiones.
Por consiguiente, resulta verdaderamente balsámico detenerse en la contemplación de los últimos hijos de Julio Iglesias, rubios de insistencia biológica. Hay tanta insistencia rubia en Miranda Rijnsburger, la madre, que los niños no se parecen en absoluto a Julio el Reproductor, sino a Ana Matos, y ello resulta tan alarmante, o más, que si se asemejaran al cantante, porque es la prueba viviente de la Involución de la Especie.
Un consejo final. Si, como yo, necesitan ficción, vayan al ¡Hola! (páginas 66-71). Hay una boda para la que ni san Synónimus ni yo hallamos definiciones sin incurrir en irrespetuosidad monárquica.
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