Sanse acabó
¡Ay, la Salve! Llegó el 14 por la tarde con el sálvese quien pueda. Ahí estaba Odón defendiendo la Salve como ceremonia religiosa o puede que solemne pero negando que hubiera debido haber una comitiva que procesionase al templo, por más que la comitiva fuera en los últimos tiempos laica ya que, pese a la presencia de alguna sotana, allá se estaban jugando el tipo los laicos por el simple motivo de ejercer el derecho que les asistía a desfilar en tanto que corporación municipal, como el propio Odón, nuestro alcalde, supo defender en su día. Aunque la memoria le haya jugado una mala pasada y se crea que en aquellos tiempos, los suyos, desfiló bajo palios y restos franquistas, teniendo a la Legión con su cabra Blanquita por heraldos y a unos rancios por compañeros de viaje. Más le hubiera valido recordar que suprimió el desfile cediendo a la presión de los radicales y que si no se atreve a reeditarlo es por temor a la crispación que podría generar y que no generan las convocatorias de aquellos que lo hundieron a pedradas y cócteles molotov.
Planteada la cosa en estos términos, se entiende que no deba intervenir la Ertzaintza ni aun bajo mandato judicial, porque crisparía
Porque esa es otra. Como Begoña Errazti no está de Semana Grande ha podido decir sin empacho que a ella no le molestan las manifestaciones siempre y cuando no acaben en bronca, lo que quiere decir que siempre defenderá el derecho de quienes pidan manifestarse, por ejemplo, en nombre de ideas tan legítimas y poco crispadoras como la defensa de ETA y el llamamiento a que se aplaste y golpee -jo ta ke- a quienes no comulgan con los bienpensantes. Claro que, planteada la cosa en estos términos, se entiende que no deba intervenir la Ertzaintza ni aun bajo mandato judicial, porque crisparía. O que no se convoquen determinadas salves para no provocar, como piensa en el fondo Odón aunque ahora encuentre más donostiarra eludir el debate. Y claro, después de la Salve llega la Virgen con la tradicional izada de banderas en el palacio municipal y ahí sí que hay que reconocerle a Odón que no se corta con la española, que también crispa. ¿Por qué entonces una crispación sÍ y otra no? ¿Qué Krispis queremos?
Llega pues el día de la Virgen, la supuesta patrona de estas fiestas, con la prohibición judicial de la manifestación de los amantes de la ikurriña y pirómanos de la española. Mucha policía en torno al Ayuntamiento. Un helicóptero de la Ertzaintza, trasunto de aquella abeja Maya de cuando Odón no era alcalde, otea el horizonte. En el kiosco del Bulevar, o sea en pleno frente de batalla, la Banda de Falces ataca el Que suene la banda en el instante en el que cien congregados con otras menos ikurriñas corean que su bandera sí pero la española no. Un mando de la Ertzaintza les anuncia que han de disolverse. El gran Disraeli de la antigua política local, Joseba Permach, regatea exigiendo que les dejen seguir un cuarto de hora. Disponen de cinco minutos asegura, que no manda, el mando.
La banda de Falces toca La Gran Evasión mientras los ikurriñófilos disfrutan de sus cinco minutos de gloria. Luego, en lugar de disolverse, desfilan en manifestación o Salve hasta el interior de la Parte Vieja, donde podrán realizar tranquilamente el homenaje a su bandera (esa ikurriña sólo puede ser de ellos). Así son las cosas, lo que no se quiere ver parece que no sucede. En el kiosco, lo juro, atacan la melodía de Parque Jurásico cuando los crispables pero no crispadores consiguen hacer lo que Odón no se atreve, ganar la Salve, digo la calle. Pero así son las fiestas.
Vuelve la normalidad al Bule, que recupera a sus tatuadores de alheña, pintores-milagro, músicos de ocasión y estatuas vivientes. Rueda ya la fiesta hacia su término y se aparta de estas páginas para cederle el honor a Bilbao, que es mayor. ¡Salve, Marijaia!
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