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Columna
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Optimismo

Sólo las sospechas más serias sobre la condición humana justifican el optimismo. Los gatos que se comen a los pájaros del jardín son crueles, pero algún gato cruel puede hacernos el favor de comerse al pájaro que canta junto a la ventana desde el amanecer, interrumpiendo nuestros sueños. Supongo que habrá épocas en las que el optimismo dependerá de los gatos pacíficos, que sobreviven como selvas de compañía, misterios familiares dispuestos a conformarse con un tejado nocturno o con los versos de un poeta. Pero en este verano el optimismo depende de los gatos cazadores, o de los gatos buscavidas; por ejemplo, de ese gato que merodea por las mesas del chiringuito playero en busca de una gamba descuidada. Porque aquí estamos, bajo la ola de calor, consolados por los ojos azules del mar, sin más utopía que la espuma de cerveza. Miro a la multitud que pela gambas con una disciplina militar, y una oleada de optimismo humedece la arena seca de mis previsiones políticas. Se trata simplemente de no volver a confundir los votos con las conciencias, los intereses del electorado y los buenos sentimientos. La izquierda conseguirá poco denunciando las guerras, las falsas coartadas, los miedos manipulados, la ruptura del derecho internacional, la traición a Europa, los bombardeos, la muerte y la represión. Tampoco servirá de mucho, aunque algo ayudará, que se centre en los asuntos nacionales, denunciando que el Estado es cada vez más ineficaz, que los servicios públicos no funcionan, que las obras públicas parecen un esperpento, que los aviones se caen y que la vida democrática sufre un proceso degenerativo muy alarmante. Ni siquiera creo que resulte definitiva la antipatía de un Gobierno que en vez de dar explicaciones se dedica a insultar a la oposición y a torear con datos falsos las preguntas de la opinión pública. Sin embargo, hay motivos para el optimismo. La izquierda puede explicar ahora que vivimos hipotecados por culpa de la especulación inmobiliaria y que podríamos pedir más raciones de gambas, más langostinos, si el precio de la vivienda no nos dejase el sueldo a medio gas. Una ración de gambas en verano bien vale un cambio de voto. Por los chiringuitos playeros se mueve ya el gato que se comerá a la pajarita de Chencho Arias.

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