La tragedia de un poeta del bosque
Los cinco familiares fallecieron al inicio del incendio tras abandonar su casa, que hubiera sido su mejor refugio
Era "un hombre de bosque", un apasionado poeta aficionado que le cantaba al bosque, y conocía la Vall d'Horta como la palma de la mano. Pero el domingo a media tarde no encontró ningún camino para huir de su amado paisaje de encinas y pinos, que ardía con virulencia. En cinco minutos malditos se fraguó la tragedia sobre él y su familia: Felip Fernández Closas, de 66 años; su hermana Elena, septuagenaria; su esposa, Amàlia Marquès, de 60 años; su hija Ester, de 34, y su suegra, Francesca Carbonell, octogenaria, fallecieron juntos, asfixiados, mientras intentaban huir de la Cabana del Felip, donde acababan de almorzar en familia, como tantos domingos de verano.
Creyeron que el rápido avance del fuego que rodeaba la Cabana hacía insegura la casita que Felip Fernández había construido junto a la ladera del parque natural de Sant Llorenç del Munt hace casi 30 años, pero paradójicamente hubiera sido el único camino posible para escapar. Los árboles de su alrededor quedaron calcinados, pero la casa conservaba ayer por dentro la calma de un día de vacaciones cualquiera, como si nada hubiera sucedido: la mesa puesta; la fruta, a punto para servir; el periódico del día -el del domingo- aguardando la sobremesa; los libros, ordenados en la estantería.
Dentro de la casa, ni rastro del incendio. Fuera, a mediodía de ayer, entre troncos chamuscados todavía humeantes, la ropa seguía tendida, intacta, los zapatos junto a la ventana y el cuatro por cuatro familiar perfectamente aparcado y sin rastro siquiera de ceniza. Pero las cinco personas que disfrutaban de una apacible tarde de verano fallecieron poco después de cerrar la casa a toda prisa. Hoy, a las 11.00 horas, se celebra su funeral en el tanatorio de Sabadell, donde residía la mayoría de ellos.
En Sant Llorenç Savall, donde Felip Fernández era muy popular, nadie podía entender cómo alguien tan experimentado en el bosque hubiera quedado apresado. Muchos vecinos lo echaron de menos en la tarde del domingo, cuando todos se volcaron en apagar el incendio, pero nadie sospechaba lo que ya había sucedido. Si no estaba allí, pensaron, seguro que estaba apagando el fuego en otro lugar.
Sin embargo, yacía junto a buena parte de su familia muy probablemente casi desde el inicio del incendio, a menos de 100 metros de su casa. El fuego prendió al lado mismo de Els Rossinyols, una masía medieval restaurada, en el camino que lleva al castillo modernista del Marquet -que perteneció a la familia del poeta Joan Oliver- poco antes de las 17.00 horas del domingo y se bifurcó: una cabeza siguió montaña arriba; la otra cruzó dos campos de avena y el torrente. En medio, la Cabana del Felip quedó rodeada.
Pánico
La reconstrucción que han hecho los vecinos -Joan Margenat, de La Roca; Joaquim Herrero, de Els Rossinyols- coincide: presa del pánico, la familia trató de huir, los cinco subieron al pequeño coche de Amàlia Marquès, que ayer estaba calcinado junto a la casa, pero la intensa humareda les impidió avanzar. Salieron como pudieron del coche, pero ya no debían ver ni dónde se encontraban. Un golpe de humo les mató. Habían dejado cerrada la casa y cuando los bomberos llegaron creyeron que ya no había nadie en los alrededores y se marcharon a auxiliar a otros. En cualquier caso ya no podían hacer nada: la tragedia ya se había consumado, aunque los cuerpos no se encontraron hasta más de 10 horas después.
Ya entrada la noche, un vecino acudió a la Cabana del Felip. La manguera echaba agua y en medio se había formado incluso un gran charco. Cerró el grifo, dio voces y nadie respondió. El amigo se marchó intranquilo, pero convencido de que el Felip y los suyos estaban a salvo. ¿Cómo iba a pasarle algo a uno de los mejores conocedores del bosque?
Felip era el único de los fallecidos que vivía en la casa prácticamente todo el año desde que se jubiló. El resto residía habitualmente en Sabadell, donde su esposa trabajaba como asistente social, mientras que la hija -la mayor de tres hermanas-, licenciada en Traducción, había vivido en Francfort en los últimos años, pero acababa de llegar para quedarse y trabajar en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Muchos fines de semana se reunían en la Cabana.
Mecánico jubilado, ex trabajador de la fábrica de grifos Micalor, a Felip Fernández le encantaba leer y discutir, y tenía inquietudes literarias: en 1997 se atrevió incluso con un libro de poesía, Un tros de pell (Ketres Editora), en cuyo prólogo también se le describía como "un hombre de bosque". Le inspiraron días de verano como el del pasado domingo en el bosque que tan bien conocía -fue cofundador, junto con Josep Druguet, y otros, de la colla de cazadores del Senglar [jabalí] Llorençana, 27 años atrás-. Para él, no obstante, se ha acabado "sentir les olors de la terra revoltada / afinar l'oïda i sentir sorolls / dins la boscúria soterrada dels sentits", deseos que expresa en la última estrofa de Retorn, el último poema de su libro.
El obrero del FOC
Activo, vitalista, de carácter fuerte -todos sus amigos le recuerdan así-, preparaba otros trabajos: una pequeña historia del grupo de cazadores y sus memorias de su paso por la política, en la que se inició en los años sesenta, a través de movimientos cristianos. Pasó como militante de base en las escuelas políticas tanto de Jordi Pujol (CC) como de Pasqual Maragall (Front Obrer de Catalunya, FOC), si bien él siempre tuvo el corazón en la izquierda. Era un "hombre progresista, que estaba por encima de los partidos y mantenía buenas relaciones con los partidos de izquierda", recuerda su vecino y amigo Joan Margenat.
En las últimas elecciones formó parte de la candidatura del PSC en Sant Llorenç, que obtuvo un edil por primera vez. No en vano se había comprometido con el FOC hasta el punto de que se le conocía como El Obrero del FOC de la comarca. Entonces era sólo una forma maliciosa y simpática de subrayar el carácter básicamente intelectual de aquel partido izquierdista. Pero FOC es fuego en catalán y desde el pasado domingo el apodo parece una terrible coincidencia.
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