_
_
_
_
Tribuna:CRISIS EN EL AYUNTAMIENTO DE MARBELLA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una cuestión de Estado

Fue un día largo, demasiado para los hastiados ciudadanos de Marbella; José Luis Gutiérrez, Alfonso Ocaña, Francisco Parra, los sucesivos alcaldes socialistas no eran capaces de dar gobernabilidad a la capital de la Costa del Sol. Seguramente aquel día alguien, ¿quién?, le sugeriría a Jesús Gil que había llegado el momento de sentar sus reales en Marbella. ¿Por qué no en Sitges o Zarauz?. Las circunstancias eran idóneas: un pueblo que había confiado en una formación política que había dado al traste con las esperanzas e ilusiones de la capital andaluza del turismo e iniciado el camino de los primeros casos de urbanismo bajo sospecha.

Desde entonces es una historia de fracasos: fracaso de los partidos políticos, de la Justicia, de la Administración, del Estado, en suma, el fracaso del sistema democrático. El discurso del gilismo emergente era tan sencillo como falso. Se trataba de acabar con la inseguridad ciudadana y la prostitución; a cambio, inseguridad jurídica y corrupción, salsa y cutrerío, mucha salsa hasta acabar con la propia imagen de Marbella.

Es un fracaso de los partidos, de la Justicia, del Estado, de la Administración, en suma, del sistema democrático
Más información
La ciudad estupefacta

Y, el régimen dura y dura. Hace pocos meses hubo elecciones municipales y confiados, porque creíamos que lo habíamos hecho bien, todos los partidos democráticos perdimos y Gil ganó, de nuevo, por mayoría absoluta. Pero, realmente no lo habíamos hecho tan bien. El urbanismo, el núcleo inspirador, y leiv motiv del interés y codicia ajena, seguía sin resolverse a pesar de la potencia de las competencias autonómicas en la materia y la justicia seguía sin imperar mostrando constantemente sus vergüenzas en Marbella.

Pero, hay remedio. La clave está en los partidos políticos. Son la base constitucional de la democracia y a ellos, a nosotros, nos corresponde dar una solución dialogada a algo que debería de ser una "cuestión de Estado" para Andalucía. Sin embargo, nuevamente estamos bajo, no ya la sombra sino la penumbra y caspa de las pelucas rubias y morenas del síndrome de La Moncloa.

Los partidos estatales renuncian, otra vez, a dar soluciones a Andalucía. El PP prefiere trasladar la crisis de la Asamblea de Madrid a Andalucía, el PSOE se defiende sabiendo que ahí le duele y todo queda igual.

Sin embargo, tras el anuncio de la moción de censura, el GIL está hoy dividido y formalmente disuelto aunque no ha desaparecido el gilismo como forma de hacer política o como coartada a intereses especulativos.

La pregunta hoy es ¿hay gilismo bueno y gilismo malo? ¿Depende si está en Marbella, Estepona o Manilva? ¿Existe la figura del arrepentido? ¿Se puede acabar con el gilismo apoyándose en gilistas como el Duque de Suárez acabó con el franquismo apoyándose en franquistas? ¿Se puede negociar con un gilista, alcalde o no, el PGOU de Marbella?

La moción de censura, instrumento legítimo para cambiar de alcalde, nos pone, otra vez, en evidencia. Que el PSOE no la apoye, como antes el PP, la hacen inviable por inútil. Sin el PSOE no habrá solución urbanística en Marbella, sin el PP no habrá paz y renuncia a la confrontación como sistema básico y diabólico del bipartidismo irresponsable que antepone, incluso a la salud e higiene democrática en Marbella, la lucha partidaria.

Un efecto sí ha tenido ya la moción, la disolución del GIL y la descomposición del PSOE. De lo primero queda un alcalde sin apenas apoyo social, salvo que lo vote el PP y lo que queda del PSOE, es decir, un alcalde gilista sin el sustento de la fuerza que se presentó a las elecciones pasadas: un tránsfuga de sí mismo. De lo segundo, queda el partido que dió paso a Gil y que es incapaz, con todo lo que manda, de encontrar el camino para arreglar Marbella.

Javier Aroca Alonso es secretario nacional de Comunicación e Imagen del PA.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_