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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Escalada en Irak

Si Irak no fuera un país ocupado militarmente, sería irresistible la tentación de asociar el brutal atentado contra la embajada jordana -el más grave contra un objetivo no militar- con la secuencia de sangrientos actos terroristas de procedencia islamista y factura similar que encajan en lo que podría denominarse reto global contra EE UU y sus intereses asociados. Una secuencia cuyo referente propagandístico inmediato son las regulares amenazas magnetofónicas de Sadam Husein o -fuera de Irak- las de personajes de rango en Al Qaeda, pero cuyo origen es en realidad anterior al 11-S: ayer se cumplían precisamente cinco años de las voladuras de las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania, en lo que propiamente significó el comienzo a toda orquesta del desafío del integrismo armado contra el enemigo por antonomasia.

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En el caso jordano, su alineación con Washington en la guerra contra Sadam y en la persecución de las redes fundamentalistas le hacía un blanco predecible, por más que algunos quieran ver una respuesta, de signo contrario, al reciente asilo concedido por Ammán a dos hijas del déspota derrocado. Muchos iraquíes desprecian el régimen hachemita, como se puso de manifiesto ayer con el intento de saqueo de la misión diplomática tras la explosión de la mortífera camioneta, que marca un punto de inflexión en la violencia que padece el país árabe. Si hasta ahora los ataques han sido de características guerrilleras, el camión bomba supone la traslación a Irak del patrón terrorista por antonomasia, y con él la constatación de una cierta capacidad técnica y organizativa, más allá de la emboscada o el disparo de un mortero.

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El atentado, culminación de una jornada nefasta para las tropas estadounidenses en la capital, supone en cualquier caso un peldaño más en el hostigamiento contra el ejército ocupante. EE UU no ha preparado a sus tropas para la consolidación de una resistencia organizada en Irak. Lo de menos ya, pasados más de tres meses desde que el presidente Bush proclamara el final de los combates, es que resultasen grotescos los vaticinios del Pentágono sobre una población civil que aclamaría a sus tropas. Lo relevante ahora es que la inseguridad se acrecienta en lugar de disminuir, y que este goteo de muertes poco digerible obliga a revisar una estrategia equivocada. En el clima actual, la reconstrucción del país árabe y su despegue económico son una entelequia. Como lo es la posibilidad de organizar una rápida transición hacia el autogobierno de los iraquíes con ciertas garantías de normalidad.

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