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Reportaje:EXCURSIONES | Manzanares abajo

Hidromasaje serrano

Numerosas pozas refrescan a quien acomete este largo descenso por el río recién nacido en la Bola del Mundo

Acompañar al Manzanares desde su cuna en la Bola del Mundo, a 2.268 metros de altura, hasta Canto Cochino, 1.200 más abajo, es como descender por las escaleras de un edificio de 400 pisos, tres veces más alto que el mayor rascacielos de Chicago, pero sorteando piedras sueltas, arenas escurridizas, céspedes resbalosos y ramas zancadilleadoras. Tan inusual ejercicio hace que, el día después, al excursionista le duela desde la uña del dedo gordo del pie hasta la última fibra de los glúteos, que no son dos músculos, sino -como descubre al sentarse, ¡ay!, ante un libro de anatomía- media docena, tres por nalga.

Otro inconveniente de esta excursión es que, para volver al punto de partida, no hay ascensor. Existe la posibilidad -sólo para grupos- de dejar por la mañana un coche en Canto Cochino y subir con otro al puerto de Navacerrada, que es donde se inicia la marcha, a fin de poder recuperar ambos al final de la misma y regresar a casa. La opción del transporte público puede parecer más simple, pero exige acorazarse de paciencia -¡dos horas en tren desde Atocha hasta el puerto de Navacerrada!- y alargar la ya dura caminata otros cuatro kilómetros, desde Canto Cochino hasta Manzanares el Real, para coger aquí un autobús. En cualquier caso, es un mareo.

Una de las tres pegas, y la mayor, de esta marcha: crea adicción

Y otra pega, la última y mayor, es que crea adicción. Los cristales de ácido láctico, o lo que sea que aguijonea los músculos después de tamaño descenso, acaban desapareciendo, pero las agujetas de la nostalgia no. Piscinas, parques acuáticos y bañeras de hidromasaje pueden calmar esta ansiedad durante días, semanas e incluso un año entero, pero, en cuanto agosto vuelve a blandir su espada de fuego, el mono del agua pura bullendo rumorosa en mil pozas de granito bajo los rascacielos de buitres de la Maliciosa y la Pedriza se torna demasiado acuciante y, sintiéndolo mucho por sus glúteos pequeños, medianos y mayores, el excursionista decide volver.

Ese día, el excursionista se acerca al puerto de Navacerrada e inicia su andadura subiendo por la pista de hormigón que, en cosa de una hora, le lleva hasta el repetidor de la Bola del Mundo, en el alto de las Guarramillas. Justo detrás se abre la verde hondonada del ventisquero de la Condesa, reconocible por el muro de contención con que antaño se favorecía la acumulación de nieve -origen del hielo que se consumía en los cafés y botillerías del Madrid decimonónico- y por la caseta que cobija la primera fuente del Manzanares.

Tras contemplar como Dios el caos granítico de la Pedriza y la calma plateada del embalse de Santillana, el excursionista emprende el descenso siguiendo un sendero que apenas se insinúa en el empinado cervunal, por la izquierda de este río bebé que va creciendo a medida que se le unen otros regatos que bajan de la Maliciosa, Valdemartín y Cabeza de Hierro. Y así continúa, sin más compaña que el agua, la hierba y el sol, hasta que, a dos horas largas del inicio, alcanza la sombra de los primeros pinos y el puente de los Manchegos (1.700 metros), por el que una pista forestal de Canto Cochino cruza el todavía niño, pero ya crecidito, Manzanares.

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El excursionista avanza por esta pista hacia la izquierda y, a los cien metros, se desvía por una senda que desciende a través del espeso brezal ribereño. Aquí el Manzanares burbujea cual jacuzzi al brincar de poza en poza, siendo ideales para el baño las que se presentan a las tres horas de marcha, bajo el dosel de unos viejos pinos albares, justo antes de que el río se despeñe en la gran cascada de los Chorros.

A partir del salto, la senda baja zigzagueando como un rayo, atraviesa el río por una pasadera de troncos y se topa de nuevo con la pista forestal, que vuelve a cruzar el Manzanares a 1.200 metros de altura. Van cuatro horas de camino. La quinta, y última, lleva al excursionista, otra vez por la margen izquierda, hasta Canto Cochino. Jalonan este trecho final pozas tan famosas como la Charca Verde. Tan famosas, que ya son otra cosa: un baño de multitudes.

La mejor época, el verano

- Dónde. El puerto de Navacerrada dista 60 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de A Coruña (A-6) y desviándose en Collado-Villalba por la M-601. Se puede ir en tren de Cercanías (Renfe, teléfono 902 240 202), así como en autobuses de la empresa Larrea (teléfono 915 304 800).

La marcha acaba en Canto Cochino (La Pedriza), a cuatro kilómetros de Manzanares el Real, pueblo donde se puede coger otro autobús (Herederos de J. Comenarejo, teléfono 913 598 109).

- Cuándo. Esta travesía de 14 kilómetros y cinco horas de duración -una de subida (400 metros) y el resto de bajada (1.200)-, con una dificultad media-alta, puede acometerse en cualquier época del año, pero sólo en verano podremos disfrutar del baño en el río.

- Quién. El Centro de Educación Ambiental del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares (teléfono 918 539 978) proporciona guías de rutas a pie por La Pedriza y organiza excursiones gratuitas con monitor.

Está a dos kilómetros de Manzanares, junto al control de acceso a La Pedriza, y abre todos los días de 10.00 a 18.00.

- Y qué más. Cartografía: mapa de la Sierra de Guadarrama, a escala 1:50.000, de La Tienda Verde (calle de Maudes, 23 y 38; teléfono 915 343 257).

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