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Columna
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Calor

El viejo no recuerda un calor semejante en todos los años que lleva de vida. Ni siquiera en el Sáhara, donde hizo el servicio militar, el calor le parecía tan insoportable. Recordaba que alguien le habló una vez sobre una cueva en el desierto, en donde se podían ver pinturas rupestres, con árboles, ciervos y hombres cazando. El Sáhara fue alguna vez una tierra fértil, con bosques, ríos y lagos.

Hay que joderse, piensa el viejo, con esto del ozono nos está pillando el desierto, está subiendo a por todos nosotros, el jodido calor africano. A veces, en el servicio militar, para mitigar el calor, él y sus compañeros fumaban un poco de grifa, traída del norte de Marruecos, y bebían el vinacho de la cantina, un tinto seco como el desierto que se calentaba al contacto con el aire.

Ése era otro tipo de calor, un calor más sano, porque el Sol ya no es el mismo
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Qué calor. Con éste calor no se puede ni recordar, piensa el viejo, cuando constata que ha olvidado el nombre de algunos de sus compañeros, eso sí, se acuerda de Corcuera, Corcuera, que una vez se enfrentó a todos para defender a otro soldado de una cruel novatada, Corcuera, el mejor tirador cuando estaba borracho, un gamberro que piropeaba a las saharauis en su propio idioma, ¿qué habrá sido de él? No, no se puede pensar con este calor, seguramente se estaría más fresquito en la tumba, bajo la lápida, aunque si le oyesen los nietos le rogarían que por favor no dijese tonterías. Alguna vez les ha pedido un poco de ese chocolate para liarlo, pero ellos le han llamado loco, dicen que parece mentira, a su edad, que ande pensando en fumarse un puerro, dios mío, se lo toman en serio, ¿acaso no es mayor y puede hacer lo que le venga en gana?

Pero quién se han creído que son, él ha soportado cosas peores, incluso más calor, aunque ése era otro tipo de calor, un calor más sano, porque el Sol ya no es el mismo, se parece a los tomates de ahora, que sólo hacen agua en la ensalada, ¡todo está hecho una mierda! Jamás nadie usó protección solar en El Aaiún, la piel se acostumbraba, eso era todo, se oscurecía como la de un saharaui, y los rasgos se endurecían, incluso el pelo se le ponía a uno más hirsuto, tal vez por los vientos de arena o el alisio, que hacían de las guardias un infierno. Sí, aquellos eran otros tiempos, él diría que mejores, claro está, porque ya ni siquiera la nostalgia es lo que era, como decía aquella famosa escritora, cuyo nombre tampoco recuerda, y es que esto de perder la memoria es una maldición.

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El médico le dice que tiene que ejercitar la mente y el cuerpo, aparte de tomar la medicación, y eso es lo que hace, todas las tardes, intenta recordar las cosas mientras se da un paseo, todavía puede hacerlo solo, bajo los plátanos, aunque a veces se confunde de camino, y cuando tarda mucho en llegar a casa le están esperando preocupados, pero es que al atardecer se está mucho más fresquito en la calle, y salen a pasear las mujeres, y ellos, pobres ingenuos, creyendo que ha vuelto a olvidarse de su propia dirección, cuando él no se perdería ni en el mismísimo desierto.

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