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EL AGOSTO DE JUAN LUIS DE LA RÚA

Treinta días en bañador

El segundo de sus cinco hijos (tres chicas y dos chicos) tenía dos años cuando Juan Luis de la Rúa, presidente del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) y su mujer compraron un chalé en un pueblo de la sierra relativamente cerca de Valencia. Desde entonces ése es el destino de sus vacaciones. Las de este agosto tienen una importante novedad: son la primeras como abuelo de un bebé de ocho meses ante el que se prometió ser abuelo profesional y sin embargo ahora confiesa sin pudor alguno que se le cae la baba y le echa de menos si pasan más de dos días sin verle. Ha descubierto un amor inesperado, libre de responsabilidad, más ligero, más loco.

Lo suyo es empeño por descansar. Se compromete a colocarse el bañador y no quitárselo hasta el próximo 31. Salidas, las menos. Visitas, las de la familia. Baños, todos. Durante este mes le declara la guerra a la tele y lee poco y de lejos los periódicos. Su objetivo: desconectar para poder seguir.

Tiene el tiempo medido en la costumbre. Anda seis o siete kilómetros, pegado a un aparato que mide los pasos, la velocidad y las calorías que quema. Si pierde tres kilos habrá logrado uno de los retos que se ha marcado. No perdona una siesta, riega los frutales que sustituyeron al huerto de tomates, judías, berenjenas, pimientos y melones que cuidó durante años. La conversación con los suyos es el placer nocturno, en ocasiones con cartas o dominó. El juego de la familia es, casi siempre, el cotos, típico de Alcoi, donde estuvo destinado nada más lograr la que fuera su primera plaza de juez. Es una especie de truc con modificaciones. Lo combina con el continental y el dominó. Se confiesa buen jugador, pero sin grandes alharacas. Donde no tiene rival es haciendo paellas a la leña. Es en el ritual de preparación donde más disfruta, y el jalear de los comensales cuando el arroz está ya en los platos. Recuerda un premio que avala especialmente su habilidad con la paella: segundo de la urbanización en la que vive, de entre una veintena.

De fondo hay casi siempre música en esa militancia en el descanso. Tiene poca curiosidad por lo moderno y verdadera devoción por Puccini, Wagner, Verdi y Mozart. De entre todas la óperas una: Norma. De entre todas las voces: Joan Sutherland. Para él la melodía más hermosa de la voz humana está en el viaje de los graves a los agudos que Sutherland hace en aria de la creación de Bellini. Y cuando no es bell canto, es zarzuela: La verbena de la paloma, Doña Francisquita, Agua, azucarillos y aguardiente, La revoltosa o La rosa del azafrán. El presidente del TSJ, si se arranca, es capaz de cantarlas casi todas sin titubear en las letras.

La música es compañía permanente, no estacional. Pero lo que sí varía sustancialmente en agosto es la lectura. Grandes esfuerzos intelectuales, no. Si no puede resistir la tentación de enredar en un libro entre las manos, año tras año elige a la misma autora: Agatha Christie. De la Rúa evita la ocasión para no tener la tentación de empañar el descanso.

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