SAQUEADORES Y LIBROS
¿Quiénes eran los saqueadores que han dejado más heridas, rencores y cólera en los iraquíes que los bombardeos de la coalición? Una de las explicaciones es la abundancia de delincuentes comunes sueltos por orden de Sadam Husein. El vandalismo alcanzó a las cinco universidades de Bagdad, que han puesto en marcha, como la Facultad de Lenguas, elecciones democráticas para elegir decano.
No he escuchado a un solo iraquí lamentar la caída de Sadam Husein, detestado por la mayoría del pueblo
"Aquí nunca ganarán unas elecciones libres los fanáticos", me asegura el decano Dia Nafi Hassan
La Universidad Nacional de Bagdad me encara con la versión más moderna y progresista de Irak
La dictadura destrozó a una sociedad que hace cuatro décadas había alcanzado un elevado nivel de cultura
El nuncio no parece muy optimista sobre las posibilidades de que surja una democracia moderna en Irak
Hay unanimidad en abominar de los espantosos saqueos que siguieron a la caída del dictador
Si la visita a Nayaf y Kerbala fue un retroceso al Irak medieval, la mañana que paso en la Universidad Nacional de Bagdad me encara con la versión más moderna y progresista de la sociedad iraquí. Muchachos y muchachas alternan en los patios, los pasillos y las aulas con absoluta naturalidad y muchas chicas andan destocadas y con los brazos al aire, aunque la mayoría se cubre los cabellos con el velo islámico. Lo único que todavía recuerda Las mil y una noches en Bagdad son los ojos de las bagdadíes. Es día de graduación y reina una atmósfera festiva y bulliciosa. Promociones enteras se fotografían bajo los árboles, con ramos de flores y sus profesores en el centro del grupo, y al son de una música alegre, desparramada por los jardines a través de parlantes, grupos de chicos bailan, cantando a voz en cuello, jaleados por las chicas. Morgana se mueve entre los bailarines, como pez en el agua, y es muy bien acogida. La atmósfera es amistosa, alegre y confiada. (Pero, a la mañana siguiente, en esta cafetería, un soldado norteamericano que conversaba con varios estudiantes fue asesinado de un balazo en la cabeza por un individuo que se fugó).
Estoy en la Facultad de Lenguas, que tiene cerca de cinco mil estudiantes, ochocientos de los cuales pertenecen al Departamento de Español. Gozan de buenos profesores, sin duda, pues invado un par de clases donde mantengo un diálogo animado, en el que participan los estudiantes de ambos sexos, con una curiosidad ávida por todas las cosas de España. En cambio, de América Latina saben poco. El local está en estado ruinoso en razón de los saqueos, pero nadie lo diría a juzgar por el excelente buen humor de los universitarios.
Los profesores acaban de cobrar sus sueldos de abril, con dos meses de atraso. Las convulsiones de estos tiempos han hecho que los salarios experimenten delirantes reajustes. Quienes antes cobraban el equivalente de 5 dólares al mes (siempre estuvieron mal pagados, pero desde la guerra del Golfo y el embargo internacional los sueldos se fueron a pique) ahora han recibido 250. Sin embargo, el Rector ya les anunció que esta cantidad será rebajada el próximo mes a 165. Nadie sabe por qué estas subidas y bajadas tan arbitrarias ni tampoco cuánto durará este voluble sistema que refleja la caótica economía del país. Lo único claro es que los profesores universitarios iraquíes viven con dificultad de lo que ganan y por eso tantos se van a enseñar a Libia, Jordania o los Emiratos del Golfo, donde los salarios son altos.
Es un placer conversar con el decano de la Facultad de Lenguas, el grueso, crespo y exuberante doctor Dia Nafi Hassan, especialista en literatura y lengua rusa y experto en Chéjov y en Turgueniev. Su despacho es un horno y está prácticamente vacío, porque todo en esta universidad -y en las cinco universidades bagdadíes- fue saqueado y quemado al caer la dictadura el 9 de abril, de modo que se quedaron sin ventiladores, escritorios, sillones, ordenadores, archivadores, carpetas, libros, y entre paredes tiznadas, ventanas rotas y sin vidrios, y pasillos y escaleras desbaldosados. Acaso más grave, se quedaron también sin registros de las matrículas, calificaciones y expedientes de los alumnos, devorados por las llamas. "La Universidad de Bagdad, como todas las instituciones, ha recuperado una condición virginal", bromea el decano. Pero ese huracán de barbarie que devastó la universidad como los hunos de Tamerlán, "los hijos del Infierno", devastaron la antigua Mesopotamia en el siglo XIV indiferentes a la civilización que produjo las maravillas artísticas e intelectuales de Nínive y Babilonia, no ha hecho la menor mella por lo visto en el buen humor y el optimismo de colegas y alumnos del doctor Dia Nafi Hassan, quien, exultante, me revela que, como un anticipo de lo que ocurrirá pronto en todo Irak, la Universidad de Bagdad ya se ha encargado de poner en marcha la democracia. Hace poco hubo elecciones y aquí, en la Facultad, él fue llevado al decanato por 42 de los 52 votos emitidos. Está orgulloso de la legitimidad de su mandato. Su entusiasmo parece compartido por los demás profesores presentes.
Espera que lo que ha ocurrido aquí ocurra pronto en Irak. Que los propios iraquíes tomen las riendas, sin la tutela de "extranjeros" (léase norteamericanos). Y que éste sea un país libre y democrático, como lo son los países europeos occidentales -menciona a Francia, España e Inglaterra-, dotado de un Estado laico, tolerante con todas las creencias, y entre ellas, claro está, la del islam, que es la suya. Cuando le pregunto si no podría ocurrir aquí lo que en Argelia, donde, a comienzos de los años noventa se convocaron las primeras elecciones más o menos libres de su historia independiente, y resultó que iban a ganar los fundamentalistas, que, luego de alcanzar el poder gracias a la democracia, habrían acabado con ésta e instalado una teocracia, el decano me lo niega, gesticulando con absoluta convicción. "Aquí nunca ganarán unas elecciones libres los fanáticos", me asegura. "Aquí la gran mayoría de los musulmanes somos personas civilizadas, abiertas, de espíritu democrático".
Yo deseo ardientemente que así sea. Pero es evidente que hay un buen número de fanáticos sueltos por ahí, pues los mismos profesores de la facultad me cuentan que algunos de los asaltantes que participaron en el saqueo y vandalismo que destruyeron este local y carbonizaron las bibliotecas -visito las de ruso y alemán, convertidas en cenizas, sin que un solo libro o revista se salvara de las llamas- y las oficinas de la facultad, dejaron también en las paredes lemas integristas maldiciendo esta casa del mal y del infiel.
¿Quiénes eran estos saqueadores que han dejado más heridas, rencores y cólera en los iraquíes que los bombardeos de la coalición? No exagero si digo que en las decenas de diálogos, charlas y entrevistas de estos días no he escuchado a un solo iraquí lamentar la caída de Sadam Husein, quien claramente era detestado por la gran mayoría del pueblo que esclavizó, y que, por el contrario, todos, o casi todos, parecen celebrarla. Ni siquiera he escuchado muchas lamentaciones por las víctimas de los bombardeos. Pero, si en algo hay unanimidad, es en abominar de los espantosos saqueos que siguieron a la caída del dictador y que han convertido a Bagdad y, al parecer a buen número de ciudades y pueblos de Irak, en ruinas, casas desventradas y quemadas, altos de escombros por doquier, y a una inmensa cantidad de ciudadanos esperanzados con el fin de la dictadura -fueron ellos quienes derribaron las estatuas del dictador y han pintarrajeado y raspado sus imágenes por doquier- en gentes que han perdido todo lo que tenían, sus muebles, sus recuerdos, sus viviendas, sus ropas, los ahorros que escondían en sus hogares por temor a que en los bancos se los confiscaran. Todos se preguntan: "¿Por qué los norteamericanos se cruzaron de brazos?". "¿Por qué no los pararon?". Es un misterio todavía sin respuesta. Había cientos, miles de soldados en las calles que hubieran podido atajar con energía desde un primer momento a ese enjambre enloquecido de Alí Babás que como una nube de langostas hambrientas arrasó con Bagdad y otras ciudades iraquíes, a lo largo de varios días, sin que aquéllos intervinieran. Hasta ese momento, habían sido recibidos por muchos iraquíes como libertadores, pero, a partir de los saqueos, la simpatía se trocó en frustración y hostilidad.
Una de las explicaciones para el vandalismo es la abundancia de delincuentes comunes sueltos en Irak por orden de Sadam Husein. ¿Cuántos eran? Entre treinta y cien mil. Las cifras jamás coinciden y alcanzan a menudo extremos fantásticos, como ocurre siempre en los países que carecen de una información libre y la gente se guía por conjeturas o pálpitos. Sin duda, buena parte de los estragos provino de esas masas de delincuentes lanzados a hacer de las suyas en ese país sin ley y sin orden que Sadam Husein quiso legar a la posteridad. Fueron causados también por pandillas de agentes, torturadores y funcionarios del régimen empeñados en hacer desaparecer todo trazo de sus fechorías. Pero, también, fue inevitable que las circunstancias volvieron Alí Babás a muchos benignos ciudadanos a quienes, viéndose de pronto sin mordaza y sin censuras, en un mundo sin trabas y sin ley, se les despertó el salvaje sin frenos, ávido de violencia, que todos llevamos dentro, y a quienes el entorno incitó a dejar sentada su frustración y su protesta de la manera más feroz, o a tomarse la venganza tantas veces anhelada, la posibilidad de arreglar las cuentas pendientes con aquel vecino, colega, pariente, litigante, adversario, en tanto que el fanático vio llegada la hora de castigar a los pornógrafos y a los degenerados, a los envidiosos a vengarse de los envidiados, y, en general, a un pueblo humillado, maltratado, atemorizado y enajenado por 35 años de autoritarismo a darse un baño de brutalidad y libertinaje purificadores, como en las grandes fiestas dionisíacas que comenzaban como un canto a la felicidad y terminaban en sacrificios humanos y suicidios masivos. Todo esto es comprensible, después de todo. Pero no lo es que las fuerzas que ocuparon Irak y que habían preparado esta guerra con tanta minucia y perfección tecnológica -a juzgar por la velocidad con que fue ganada y la precisión matemática de los bombardeos- no lo previeran ni hicieran nada para conjurarlo.
Todo esto me lo explica, en su florido italiano, el arzobispo Fernando Filoni, nuncio apostólico de Su Santidad, que lleva dos años en Bagdad. Es pequeño, astuto, acerado, locuaz y experto en emergencias. En Sri Lanka y Teherán ha tenido un excelente entrenamiento para venir a este hervidero de tensiones que es Irak. "El Santo Padre estuvo contra esta guerra porque sabía lo que iba a pasar -me dice, con su boca sin labios y haciendo una mueca de lástima-; muy fácil ganarla, pero dificilísimo, luego, administrar la paz". La Nunciatura es una casa sencilla, de orden y limpieza maniáticos, un insólito remanso de paz en esta ciudad.
La dictadura destrozó literalmente a una sociedad que hace cuatro décadas había alcanzado un elevado nivel de cultura, con hospitales y universidades que eran las más modernas del Medio Oriente y profesionales a la altura de los mejores del mundo. En los cincuenta, Bagdad tenía un nivel cultural y artístico que era la envidia de sus vecinos. El Baaz y Sadam Husein acabaron con todo eso. Hubo entonces una verdadera hemorragia de médicos, ingenieros, economistas, investigadores, maestros e intelectuales a los cuatro rincones del mundo. (Mientras lo escucho recuerdo que, cuando venía a Irak, en mi escala de Ammán, un diplomático arraigado ya años en Jordania, me dijo: "Para este país, la tragedia de Irak ha sido una bendición: los músicos, los artistas, los intelectuales más destacados aquí son emigrados iraquíes".) La censura, la represión, el miedo, la corrupción y el aislamiento fueron empobreciendo culturalmente a este país hasta dejarlo en los mínimos en que está ahora. Por eso había tanta ilusión de la gente común con la liberación. Un espíritu cordial recibió a los norteamericanos, se diga lo que se diga. Pero con los saqueos y la total inseguridad que reina desde entonces, esa simpatía se ha vuelto antipatía y rechazo. "No hay que ver en ese sentimiento amor a Sadam Husein, sino odio al caos y a lo precaria que se ha vuelto la vida".
Monseñor Filoni cuenta que el miedo a los robos y asaltos, y a los secuestros y violaciones, ha creado una verdadera psicosis. Muchas familias han dejado de llevar a los niños a las escuelas, apenas salen de sus casas, y, ya que no hay policía, retienen las armas que los norteamericanos les piden entregar para defenderse de los atracos. El nuncio no parece muy optimista sobre las posibilidades de que surja de todo esto una democracia moderna en Irak. Hay muchas tensiones sociales, total inexperiencia política en el pueblo, falta de práctica democrática y demasiada anarquía en el país para que el proceso democratizador pueda llevarse a cabo en poco tiempo. En el largo plazo, quizás. Pero, muy, muy largo. Sus palabras repiten casi literalmente lo que le escuché, en Ammán, a aquel amigo: "Lo más que puede esperarse para Irak, con un criterio realista, es una democracia tutelada y relativa, a la manera de Jordania. Aquí acaba de haber elecciones y no salió ni una sola mujer elegida. Pero, por disposición de la ley, habrá seis mujeres en el Parlamento, pues se ha establecido un cupo femenino. Los islamistas sólo han obtenido el 17 y medio por ciento de los votos, un triunfo para el régimen del rey Abdalah. Pero, si no hubiera sido por una ley electoral ad-hoc, inteligentemente concebida, que impide presentar candidatos por listas cerradas, los extremistas islámicos hubieran alcanzado un porcentaje mucho mayor. De otra parte, los jefes de tribus, que deciden el voto de masas de electores, son más machistas e intolerantes que los propios islamistas. Para mí, un sistema como éste es lo mejor que podría pasar en Irak".
Cuando le digo a monseñor Filón que amigos iraquíes me han asegurado que el caso de Tarek Aziz, católico, ministro de Relaciones Exteriores y cómplice de Sadam Husein, no fue excepcional, que hubo muchos miembros de las comunidades católicas que simpatizaban con la dictadura, y entre ellos incluso un alto jerarca de la Iglesia, niega con la cabeza. Los católicos de Irak, me explica, un millón aproximadamente, es decir, un 5% de la población, divididos en distintas ramas -caldeos, que en su liturgia utilizan aún el arameo, la lengua de Cristo; asirios, armenios, latinos-, en los primeros años del régimen se sintieron protegidos, porque el Baaz se proclamaba laico e impuso un sistema donde coexistían todas las creencias. Pero, desde la guerra del Golfo el laicismo se extinguió. Sadam Husein utilizó el islam para ganar apoyos en los Estados musulmanes y se proclamó el portaestandarte de la fe en lucha contra los infieles enemigos de Alá. Surgió una estricta censura religiosa, el régimen alentó el uso del hijab o velo islámico, la situación de la mujer sufrió un duro retroceso, en la televisión y la radio se impuso como obligatorio leer fragmentos del Corán y presentar a clérigos y teólogos y, consecuentemente, la inquietud cundió en las comunidades católicas. Hubo, incluso, algunos aislados hechos de violencia religiosa que provocaron pavor. El nuncio me cita el asesinato de una monja, sor Cecilia Mouchi Hanna, de 71 años, en agosto de 2002, acuchillada por tres jóvenes que, al parecer, fueron también amnistiados cuando Sadam Husein decidió vaciar las cárceles. "Los católicos, como todas las minorías, están más interesados que nadie en que haya en Irak un sistema democrático que garantice la libertad de cultos. Pero esto no se conseguirá sin cierta autoridad y firmeza".
La primera vez que monseñor Filoni vino a Irak no había la libertad que hay ahora, pero al menos había orden y cierta seguridad. La gente, recuerda, en esta época del año, de calor tórrido, subía sus colchones a las azoteas y dormía allí, contemplando las estrellas. ¿He visto yo las estrellas del cielo de Bagdad? Le confieso que, ocupado por los asuntos terrenales, no lo he hecho. Debo hacerlo sin pérdida de tiempo, me aconseja, aprovechando esos apagones que dejan toda la ciudad en tinieblas. Allá arriba, en esa bóveda entintada, las estrellas refulgen con una fuerza y una limpieza que incitan irresistiblemente a pensar en Dios. Acaso fueron esas noches estrelladas de esta antiquísima Mesopotamia las que, en los albores de la vida, inauguraron los diálogos del hombre con la divinidad. "La leyenda dice que aquí nació Abraham, en Ur, ¿lo sabía? Acaso aquí, entre el Tigris y el Éufrates, no sólo nació la escritura, también la fe".
© Mario Vargas Llosa, 2003. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2003. Mañana: Frejoles blancos (4)
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