Viaje con nosotros...
Agosto, que no es una discordia ni un tránsfuga, ya está aquí dando la cara como suele. O el éxodo, porque agosto es sinónimo de perderse de vista. Mete uno en el coche a su pareja, a los niños, y el perro y se lanza a la estadística, que es el destino de millones de vehículos. Bueno, el perro sólo hasta la próxima gasolinera. ¡Qué maravillosa está la autopista con sus retenciones y esa chicharrina que nos hace sentirnos desde ya Lawrence de Arabia! Es el momento idóneo para acercarse a pisotear el paraíso ecológico que anunciaba el suplemento dominical, descubrir el lugar de ensueño que deja curiosamente de serlo cuando uno se encuentra allí con otros cinco mil, y abandonarse a ese dulce farniente para el que la vida de todos los días nos ha preparado tan bien que nos sentimos básicamente irritables, perdidos y desasosegados.
Pero si usted, querido lector, es de los que aún no ha encontrado destino para su mente inquieta, exquisita y sin embargo vacacional le propongo un crucero -o un viacrucis-por lugares que no se le habrían ocurrido nunca. ¿O acaso imaginó que podía permitirse un periplo constitucional? Pues viaje con nosotros y disfrute de todo al pasar, como cantaba aquella Orquesta Mondragón que igual ahora tenía que llamarse Arrasate o como poco Arrasate-Mondragón gracias al denuedo toponímico del nacionalismo preponderante. Si por aquello de las alusiones decide comenzar por Irlanda, sepa que el preámbulo de su Constitución invoca a la Santísima Trinidad, tal vez porque siendo dos (o tres) quiere ser una. También Dios y el número están presentes en la de Canadá que carece de preámbulo pero comienza estableciendo qué dominios hacen del Canadá un solo estado uno.
Los de América y Unidos se dieron una Constitución redactada en términos ilocutorios, es decir que fundaban y constituían la nación en el mismo momento que enunciaban su propósito y eso en un preámbulo de un párrafo: "Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos... y un etcétera que se ha visto en demasiadas películas sin que nos haya resultado el tostón que nos resultaría que se citase la nuestra, nuestra Constitución, digo. Aunque para rollo el que se traen en sitios tan dispares como el Congo y Singapur. El león herido africano y el rutilante tigre asiático comparten una visión kilométrica de los preámbulos aunque desde ópticas distintas. En el Congo se inclinan por ennumerar todas las virtudes a las que aspiran como nación, mientras que en Singapur detallan a mayor gloria de Borges todos los problemas de interpretación que pudiera plantear el texto.
Luxemburgo lleva a su Constitución la misma brevedad geográfica que le constituye así que evita los preámbulos y declara que "El Gran Ducado de Luxemburgo es un estado democrático, libre, independiente e indivisible". Lo mismo hace Suiza que al ser un poco mayor necesita preámbulo pero de una frase con que exaltar el vivir la diversidad en el respeto del otro. Indonesia lamenta el colonialismo y celebra la independencia. Albania prefiere incluir un catálogo de buenas intenciones. Taiwan evita cualquier trascendencia y se expresa en futuro: será una república del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, lo que nos indica que el periplo está tocando a su fin porque no hay Constitución en el orbe que hable más del pueblo que la redactada por Ibarretxe.
Es lo que tiene la identidad. Mientras en el mundo entero las Constituciones pueden comenzar con desideratas y considerandos sobre la vida buena que depara el imperio de la ley, sólo hay una -¡en octavo de proyecto de proyecto, uf!- que dedique tanto espacio y tanta seudoargumentación a precisar quién o qué es el sujeto constituyente. Un sujeto por cierto bastante peculiar porque pese al mucho ciudadano y ciudadana del primer párrafo no son los ciudadanos los que declaran constituirse sino pertenecer, pertenecer a un Pueblo que trasciende lo geográfico para erigirse sustancia trascendente y proveedora de derechos. Que es como viajar a la placenta. Conque abróchese el cinturón y recuerde lo que hizo Ulises con los cantos de sirena y... la amistad de sirenas y de serpientes de ma-ar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.