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Crónica:ESCENARIOS URBANOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

El mascarón en el tejado

Cuando el paseante llega a la fachada marítima de El Campello, la noche le ofrece el alivio de un viento salino y fresco, y se le embiste una miríada de pompas de jabón, que le estallan en los ojos y lo deslumbran de iris y álcali. Se los frota y descubre a las niñas con sus cerbatanas de constelar el insomnio, y, unos palmos más arriba, una mamá conduciendo el cochecito de su hijo, una mamá disputándole a su hijo los arneses del perro, una mamá a punto de serlo en la espuma biológica de la ola, un sprint de patinetes y bicis donde la adolescencia depura polinomios y romanos, por la calzada peatonal, una clientela en las terrazas donde se sirve una carta de enigmas y manjares de la bahía, una juventud que ojea en el reloj la hora que anunciará su reino. Y por encima, un penetrante aroma de pescaduría, de aceites, de sudores que tumban o de desodorante que no te abandona, hasta que te disuelve de las axilas a los tuétanos. De una a otra esquina, el tapeo, la cerveza, las copas, la venta de zapatos artesanales, los restaurantes, las heladerías, las tabernas, los bares, los manteros rumanos y senegaleses que exhiben una geografía de habilidades; y muy por delante la anchurosa playa de arena fina y de cuerpos insinuados, que antes no era arena ni playa, sino piedra y canto rodado, entre el muro y el Mediterráneo, que se crecía y se derramaba, por todas las oquedades, cuando el Carrer del Mar era aún un espacio de estopa, de brea, de aromáticos calderos, de bonanzas o borrascas, de pescadores y carpinteros de ribera.

"Las terrazas son un punto de vista y una red para pescar palabras al vuelo y citas íntimas"
"En el tejado, la talla de un lobo de mar, con su cachimba y un gesto irónico e impertinente"

Entra la madrugada y la madrugada es una batida multitudinaria, pero incruenta, hasta los confines del alba. En El Campello las miserias humanas se resuelven en un cierto aire de familia. Las barras despachan a tutiplén y las terrazas son un punto de vista y una red para pescar palabras al vuelo y citas íntimas.

Así es que el paseante toma asiento y observa y se abstiene, según la recomendación de los estoicos. Escucha un disco de los Pink Floyd, cuando asiste a un curioso fenómeno: el vecino de mesa atiende su móvil y parece que dialoga con el fascinante toque de guitarra de Sit Barrett y su music in colour. El vecino dice con arrogancia:

-¿Quién eres tú? Eres un enano, ¡un enano!, ¿ te enteras?

Los altoparlantes responden:

-It's awfully considerate of you / To think of me here (es terriblemente considerado de tu parte / que pienses en mí aquí).

El vecino grita:

-Como para pensar estoy yo. Tú dedícate a estudiar. Porque si continúas en ese plan te mando al carajo y ya te las ventilaras, sin un puto duro.

Y la guitarra de Barrett y los Pink Floyd responden:

-I don't care if nothing is mine / And I don't care I´m nervous with you (No me preocupa si no tengo nada / y me da igual sentirme incómodo contigo)

-Ahora, me sales con pijadas. Pues no te soporto más. Así que corto en este punto.

Y corta y le comenta a su compañera que todos los jóvenes son unos desgraciados. El paseante escucha las últimas estrofas de Jugband Blues, entre la nostalgia, ¿o la melancolía?, y el sonido humano de El Campello. Luego, visita El Desdén, para oír música en vivo. Y piensa en Berstein, sobrino de Leonard Berstein, y un saxofonista de jazz, que treinta años antes, en el Carrer de Mar, le dio quizá su último solo, mientras flotaba en una nube de maría. Para el paseante, el Carrer del Mar empieza en El Lobo Marino, justo donde termina. En la fachada de la casa de planta baja y un solo piso, como casi todas las del Carrer, una placa registra: "El Lobo Marino. Año 1853". El año corresponde a la construcción del edificio, el bar se inauguró en 1971. En el tejado, la talla de un lobo de mar, con su cachimba y un gesto irónico y algo impertinente. El paseante sabe que lo ve todo y que nada se le escapa. Qué memoria la suya.

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