Cacerolada
Nos lo tiene dicho Borges: "No hay azar, lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad".
Al recuerdo de esa reflexión suya me ha llevado la coincidencia entre los últimos atentados de ETA en Alicante y la publicación en prensa del anticipo del plan Ibarretxe -que entiendo perfectamente que el PNV insista en llamar borrador habida cuenta de todo lo que borra-. Porque es evidente que en este caso no hay azar, que esa coincidencia tiene un sentido principal y profundo.
Coloca la violencia terrorista y la propuesta del lehendakari en una misma coordenada temporal y espacial, precisamente para subrayar que están en esa misma coordenada, en idéntico aquí y ahora. Y que esa vecindad no hay que olvidarla. Y que no olvidarla significa tenerla en cuenta. Que ETA mata, amenaza, extorsiona, amedrenta, revienta sedes de partidos políticos, hoteles y academias de idiomas y lo que haga falta, y que así no hay plan que valga, o esto no es plan, o ese plan no puede ser sino papel perdido o borrador mojado.
"Lehendakari', con su permiso, voy a hacer todo el ruido que me dé la gana. De hecho, considérese cacelorado"
Suponiendo - que es mucho suponer y conceder- que un programa tan unilateralmente concebido adquiriera el grado de debatible, la discusión de asuntos tan serios como los que plantea necesitaría de unas condiciones de libertad, serenidad ideológica, equilibrio emocional, transparencia informativa, anchura temporal, minuciosidad de intercambio y de diálogo, energía de respeto mutuo, que me están pareciendo mientras las relaciono argumentos de novela de ciencia-ficción; que no son ni remotamente -ni oníricamente me atrevería a decir- ingredientes de nuestro panorama social o político.
No hay azar; sólo la compleja maquinaria de ETA. No hay azar, sólo una causalidad que nos vincula a ETA. Porque el terrorismo no sólo coexiste con cualquiera de nuestros proyectos de convivencia sino que los emborrona - eso sí que es un borrón-borrador- y sobre todo los distorsiona, alterando su diseño, su urgencia o sus dimensiones. ¿Sin la presión etarra, sin influencia alguna de la violencia, qué poder de persuasión real tendría el soberanismo? ¿Qué lugar ocuparía entre las prioridades y preocupaciones de la sociedad vasca? Y estoy segura de que el panorama-respuesta a estas dos preguntas sería entonces muy distinto del que nos permiten las circunstancias actuales sentir o pensar o desear.
Pero el verdadero motivo de esta columna no es del todo el que acabo de apuntar. Estas líneas pretenden ser una respuesta a una frase del lehendakari, "cometida" después de conocer la publicación filtrada de su (t)(e)(x)(t)(o) -y así lo pongo porque no sé cuántas letras le quedarán al final-: mientras llega la versión definitiva del plan "abstenerse de hacer ruido".
Lo que podríamos traducir por algo parecido a esto: "mientras yo que soy el que manda me pienso cómo te voy a ordenar la vida a ti que eres el que apechuga, tú no pienses y si lo haces guárdatelo para ti, no me interrumpas ni me distraigas y sobre todo no me critiques".
Dicho además en el más clásico estilo represivo del "prohibido lo que sea, o prohibido todo, ya que estamos". Unilateral y autoritario es el plan Ibarretxe; unilateral y autoritaria su primera defensa pública -es que no hay azar- del mismo.
Pero lo que más me ha indignado es lo del ruido. Esa asunción de que del adversario no puede venir sino alboroto y pataleo; nada que tenga que ver con una crítica seria, fundamentada y convincente.
No hay que insistir en que ese desprecio del oponente es un plumero visto y de muy mal pronóstico; la única ventaja es que se descalifica solo, por su cuenta.
En cuanto al ruido, me ha dado para terminar, una idea: Lehendakari, con su permiso -expresión que dadas las circunstancias utilizo en su vertiente más retórica- voy a hacer todo el ruido que me apetezca. De hecho, considérese desde aquí consistentemente caceroleado.
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