Buenos mariscos con vistas al Cantábrico
REAL BALNEARIO DE SALINAS, Asturias, una oferta culinaria que rejuvenece
Al mismo borde del agua, en un extremo de la playa de Salinas (Asturias) y no lejos del museo de anclas al aire libre, los amplios ventanales que cierran las galerías de este establecimiento permiten contemplar los bravíos oleajes del Cantábrico. Después de 13 años al frente de este balneario construido en 1917 y transformado en restaurante en los pasados años sesenta, su alma máter, Miguel Loya, lo ha convertido en un referente de la cocina asturiana contemporánea. Dos factores encumbran sus señas de identidad actuales, el privilegiado emplazamiento del local y la magnífica calidad de las materias primas.
Tras la incorporación de sus hijos Javier e Isaac a la cocina y a la sala, se aprecian soplos de renovación en la gestión y en el estilo de sus recetas, sencillas, de corte burgués, que respetan los productos, emplean salsas fáciles y presentan puntos de cocción acertados.
REAL BALNEARIO DE SALINAS
Avenida de Juan Sitges, 3. Salinas (Asturias).
Teléfono: 985 51 86 13.
Cierra domingos noche.
Precio: de 35 a 50 euros. Menú del día, 17. Menú fomento de la cocina asturiana, 31. Menú degustación, 44. Sardinas en costra de sal, 9,30. Ventresca de bonito del norte, 18. Lechazo asado al horno, 19,50. Tocinillo de cielo con leche merengada, 5 euros.
Pan ... 4
Café ... 7
Bodega ... 8
Ambiente ... 8
Servicio ... 7
Aseos ... 6,5
Para la mayoría de los asiduos es preceptivo empezar por una fuente de marisco. Quizá percebes, quisquillones, almejas finas o gambas recién hervidas. Frutos del mar que se tratan correctamente. En los entrantes se aprecia el esfuerzo por ponerse al día. Lo pregonan la ensalada de cigalas con yogur griego, el carpaccio marino en diferentes texturas, sus verduritas braseadas o los exquisitos lomos de sardinas a la sal con aceite de perejil, bocado que no mejora nada con el nido dulzón de cebolla confitada. De entrada resultan pésimas y amazacotadas las croquetas, y decepciona la marmita de bonito, pasada de laurel y con los tacos de pescado resecos. Fallo incomprensible porque la casa pisa bastante firme en los productos marinos.
Es irreprochable el rodaballo con verduritas, cocidas de manera impecable; muy sabrosa la ventresca de bonito, a la que perjudica la acidez de una vinagreta ramplona, y tan sabrosa como desajustada la lubina al champaña (cava), plato emblemático de la casa cuya salsa se desliga por efecto del último golpe de gratinado. Entre las carnes, aparte de su renombrado lechazo castellano, en sus parrillas de carbón se asan el entrecó de vacuno mayor y el lomo bajo de ternera. Y a la plancha, el delicado taco de vaca de montaña. El servicio, muy profesional, contribuye a la confortabilidad del ambiente. El café es bueno, pero el pan no está a la altura.
POSTRES, MENÚS Y BODEGA
UNO DE LOS mayores atractivos de este restaurante es su carta de postres. Repertorio goloso en el que afloran dejes a mantequilla, huevos frescos, especias fragantes y productos muy nobles. Si el ensamblaje del tocinillo de cielo con la leche merengada es genial, el canutillo de azúcar con crema de coco y masa crujiente de canela no es menos delicioso. Tampoco se queda atrás la manzana caramelizada con helado de crema catalana, deslumbrante. Y para acompañar tantas golosinas, una vistosa selección de vinos dulces por copas, oportos, moscateles y jereces.
Cada mediodía la casa prepara un guiso de cuchara. Repollo con patatas (lunes), lentejas estofadas (martes), potaje asturiano (miércoles) y cocido madrileño (jueves). Y hay tres menús: por 17,30 euros, el del día incluye un plato de cuchara y tal vez un pescado al horno, además del postre. El menú fomento de la cocina asturiana (31 euros), que, junto al entrante y el plato de cuchara, incorpora pescado y carne. El menú degustación (44 euros), más lucido, lo integran cuatro entrantes, un pescado y una carne, así como dos postres.
La bodega, bien abastecida en vinos españoles con algunas incrustaciones foráneas, es el gran capricho de la familia Loya.
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