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Columna
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Es una tía

Carla Antonelli es una de esas mujeres coquetas, de uñas cuidadas, que mantiene la línea en el gimnasio; una de esas mujeres atractivas que, si se encuentra, por ejemplo, en la barra de un bar cerca del típico trío de machirulos, va a ser objeto de sus groseras insinuaciones, de sus burdos gestos, de su más o menos explícito acoso. Si los tres machirulos de rigor descubren que Carla es transexual, esta guapa, digna y correctísima mujer será la diana de una mofa reaccionaria y cargada de estupidez, ignorancia y mala intención. Probablemente, toda esa conservadora y machista reacción esté adornada de sordas risitas o broncas carcajadas y concluya, cómplice, pronunciando esta frase: "Es un tío". Carla estaría sufriendo lo que se denomina transfobia, y el anuncio de la marca de cervezas Águila Amstel, de la empresa Heineken, ha venido a ilustrarla por televisión.

Lo que no sabían esos tres trogloditas es que estaban muy equivocados y que habían ido a dar no precisamente con un tío, sino con Carla Antonelli, una mujer de armas tomar, una activista que iba a retirar a esos borrachuzos del bar y de la circulación mediática.

Gracias a la campaña liderada desde su página web (www.carlaantonelli.com), secundada y difundida por muchas de las más de dos mil personas (Andrea, Joana, Gina, Noe...) que la visitan a diario y apoyada por una exigencia del PSOE al Gobierno, el anuncio transfóbico ha sido retirado. Y lo importante del caso es que, de la forma más chusca, ha sacado a la luz el gravísimo problema de discriminación que sufren los transexuales. "Nuestra intención no era herir la sensibilidad de nadie, sino elevar a la categoría de normalidad algo que está en la realidad social", defendió un portavoz de Heineken. "¿Normalidad, cuando se dice que la mujer transexual es un hombre?", respondió Carla. Estaba poniendo el dedo en la llaga del problema: aparte de mala baba, hay desinformación y falta de conciencia de la sociedad sobre la realidad transexual.

La reivindicación transexual es, ni más ni menos, una cuestión de derechos humanos. Como bien explica Carla, su conflicto de identidad de género es una patología, no porque se trate de una enfermedad, pero sí desde el momento en que requiere ayuda sanitaria: tratamientos hormonales y, opcionalmente, quirúrgicos y terapia psicológica, que sería menos necesaria de no padecer un rechazo familiar en el 70% de los casos y una marginación social que, en muchos otros, les aboca a la función pública -no les pueden echar- o a la prostitución como únicas salidas laborales. Actualmente, sólo Andalucía cubre el tratamiento sanitario de reasignación de género en el hospital Carlos Haya, de Málaga, donde asimismo son derivados los casos, también costeados con fondos públicos, de Extremadura: las listas de espera llegan a los dos años. Aragón lo aprobó por mayoría, pero aún ha de seguir el arduo e insensible camino de la burocracia que supere los obstáculos centralistas: Sanidad abrió expediente al hospital Tres Cruces, de Bilbao, por efectuar una mastectomía a un transexual masculino. En Madrid, los colectivos transexuales habían firmado con Rafael Simancas un acuerdo para que los casos de reasignación de sexo de la Comunidad no fueran derivados a Málaga: la crisis de la Asamblea deja en suspenso muchas necesidades e ilusiones vitales y, sobre todo, un derecho constitucional. Sólo quien tenga suficiente dinero (entre dos y cuatro millones de pesetas, según sea reasignación femenina o masculina) podrá al fin acabar con la cárcel de un cuerpo que no le corresponde. Que esto no se entienda, que llegue a considerarse un capricho no es una limitación transexual, sino educacional.

La imagen de Carla sentada ante su ordenador, sólida y alegre, con su gata Aroa remoloneando plácida alrededor, choca con el calvario de humillación, exclusión, falta de autoestima y estigmatización que, como cualquier transexual, ha sufrido esta mujer. Pero, héroe de su propia biografía, Carla apenas guarda rencor, tiene fe en el futuro político y una energía que le permite crear, desde la soledad de ese rincón de su cuarto, una sonora red diaria de denuncia, apoyo e información que sería tarea institucional. Cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad moral, cualquiera que se parara un momento a observarla sin prejuicio, cualquiera que, simplemente, tuviera un poco de vista sólo podría afirmar: "¡Es una tía! ¡Menuda tía!".

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