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Columna
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¿Parlamento, para qué?

Instalada la mayoría absoluta, que en tiempos socialistas se hubiera llamado rodillo, algunos han dado en el desaliento porque el resultado de las votaciones en el Parlamento carece del mínimo de incertidumbre que requiere cualquier competición. Pero el sencillo ejercicio de asistir a las sesiones del Pleno del Congreso, de su Diputación Permanente o de sus comisiones o la lectura de sus actas serviría para disipar esa actitud teñida de la melancolía a la que inducen los esfuerzos estériles. Porque resulta muy ilustrativo cómo pregunta cada grupo y cómo responden el PP y el Gobierno, aunque se sepa de antemano que sólo puede prosperar lo que La Moncloa disponga. Dos ocasiones recientes, fechadas ambas el jueves pasado, vienen a probar el interés de la esgrima dialéctica de los diputados y a confirmar también la necesidad de que los medios informativos reforzaran la atención que prestan a los debates parlamentarios, sin incurrir en mayores gastos, porque a la carrera de San Jerónimo se puede llegar en metro.

La tribuna del Congreso de los Diputados exige que las fuerzas políticas, antes de medirse numéricamente, intenten un ejercicio de argumentación. Ninguno piensa en cambiar el voto de su antagonista, porque todos actúan como si estuvieran sometidos al mandato imperativo de sus partidos. Pero más allá de los escaños están los ciudadanos que escuchan y que pueden ser convencidos con consecuencias irreparables el día de las urnas. Sabemos que, en la distribución convencional de papeles, al Gobierno y a su grupo corresponde dar el tono de la responsabilidad, aunque el aznarismo haya desertado para instalarse en la crispación y azuzar todo lo peor. En cuanto a la oposición, se ubica en el lugar geométrico que equidista de todas las demagogias y desinformaciones. Así pudieron demostrarlo en su día cuando pasaron por ahí Felipe González y, aún en mayor grado -hasta poner en riesgo la estabilidad del país, según denunció el arrepentido Luis María Anson-, José María Aznar.

Pero cenemos, Inés, y aproximémonos cuanto antes a los ejemplos prometidos al comienzo de estas líneas. Veamos enseguida al portavoz del PP Gustavo de Arístegui interviniendo en la Diputación Permanente, donde para justificar al Gobierno se remontó a los sesenta años de continua inestabilidad y conflictos en Oriente Próximo. Es como si nada pudiera enmendarse sin atender a la desintegración del Imperio Otomano. Se interesó después por la proliferación. Y señaló que, teniendo Irak armas de destrucción masiva o sospechando sus vecinos que las tenía, podría haberse iniciado una carrera de armamentos capaz de desembocar en un conflicto generalizado con cientos de miles de bajas. Así pudo Arístegui apuntarse limpiamente el logro de haberlas evitado.

Pasó luego el portavoz del PP a referir la deserción de los yernos de Sadam -Husein Kamel al Hassan y Sadam Kamel al Hassan-, que se marcharon a Jordania en 1995, y se adornó con una suma de detalles oscurecedores. Por último, declaró que la polémica suscitada en otros países no se aplica al nuestro, y aconsejó a sus interlocutores que fueran a otros Parlamentos donde sí se había producido ese debate [sobre los falsos informes acerca de las armas de destrucción masiva] del que, al parecer, estamos exentos porque nosotros procedemos conforme a la información que nos dan sin averiguar nada por nuestra cuenta ni someter a verificación alguna los datos recibidos.

Avanzada la tarde, se produjo otro de los momentos estelares cuando en la Comisión de Defensa el ministro Federico Trillo respondió sobre la arribada con retraso a la base naval de Rota del buque Galicia procedente de Dubai. Las excusas del ministro, basadas en las averías durante la travesía, iniciada el 25 de junio, hubieran exigido, por pura lógica, concluir con el anuncio del inmediato desguace del barco. Pero además resultó apasionante el trabalenguas relativo a las potencias ocupantes, a tenor de la resolución 1.483 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Un texto exhibido como aval para el envío de los efectivos destinados a Irak en número de 1.300. Trillo, con toda limpieza, resaltó que Estados Unidos y el Reino Unido eran potencias ocupantes, condición de la que España carecía, aunque vaya a situar allí sus tropas. Algo así como sucedió con la División Azul, enviada a combatir a Rusia sin que España renunciara a su declaración de "no beligerante". Y luego dicen que el pescado es caro y algunos se preguntan lo del Parlamento para qué.

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