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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Madres e hijas

Como todo el mundo sabe, las hijas son como los melones. Sólo las hay de dos tipos: las buenas y las malas, también llamadas hijas descastadas e ingratas. En materia de madres, en cambio, el monstruario es muchísimo más amplio: están las madres judías, que gozan de una amplia tradición literaria y cinematográfica a sus espaldas y tienen fama de ser las más eficaces a la hora de explotar los sentimientos de culpa de sus retoños; las madres castradoras, también muy documentadas; las madres incestuosas tipo Yocasta, la buena de Bernarda Alba (estas dos variedades van muy bien en el teatro), y la modalidad más simpática aún patentada por Gorki en su novela La madre, donde una madre acaba implicada en una denuncia contra su hijo revolucionario a la policía zarista. El hecho de que esta novela sea uno de los libros de cabecera de mi madre siempre ha arrojado una sombra inquietante sobre nuestra relación.

Myriam Mézières: animal inquieto, viajera impenitente y apátrida vocacional que ni siquiera tiene una lengua que considere la suya propia

En cualquier caso, si desde Sófocles a Almodóvar pasando por Lorca, las madres, igual que los padres, eran más bien un tema de inspiración para caballeros, de un tiempo a esta parte las damas nos hemos puesto las pilas. Los resultados son una cosecha de libros (Con mi madre, de Soledad Puértolas; Tot un carácter, de Imma Monsó, entre otros) donde las relaciones entre madres e hijas aparecen retratadas en toda su tortuosa y estratificada complejidad y desde las perspectivas más variopintas. Puértolas nos embarca en una historia que inicialmente promete ser un sereno homenaje (devoto aunque no perruno) a la figura de su madre para acabar pergeñando un libro durísimo, lleno de claroscuros y de emoción, mientras que Monsó aborda desde el humor y la ironía la historia de una hija que un buen día, horror, espanto, pavor, empieza a recoger indicios concluyentes acerca de lo mucho que en realidad se parece a su progenitora.

Pues bien, a esta cosecha viene ahora a añadírsele Flores de Sangre, una película codirigida por Alain Tanner y Myriam Mézières (conocida internacionalmente por sus papeles en las películas Una llama en mi corazón y El diario de Lady M. y a quien el público barcelonés pudo ver años atrás en sus espectáculos teatrales eróticos Extraña fruta y Carne y sueños). Además de dirigir y de firmar el guión, Mézières encarna a Lily, una modalidad de madre harto original, bailarina de strip-tease con grandes aptitudes para la autodestrucción, que vive a salto de mata, está casi siempre sin blanca, tiene una calamidad detrás de otra por vida sentimental y se aloja con su hija Pam, que no conoce a su padre, en hoteles donde a menudo tienen que largarse sin pagar. La singular concepción que tiene Lily de la educación de la niña, que no va al colegio y a veces se ve obligada a buscarse la vida para comer porque su madre está en la cama mortalmente deprimida tras el abandono de algún hombre, choca con la visión del asunto que tienen las autoridades competentes y Lily no tarda en perder la custodia de su hija, que va a parar a un centro de menores.

Hasta aquí la película, que traza con momentos de honda poesía la ambigua relación de Pam con su madre, mantiene notables similitudes con la tumultuosa biografía de su guionista, hija de una pianista checa y de un egipcio a quien jamás conoció. Aprovecho una visita de la actriz y directora a Barcelona para quedar con ella. Animal inquieto, viajera impenitente y apátrida vocacional que ni siquiera tiene una lengua que considere la suya propia, insiste en quedar en el puerto, como si instintivamente prefiriera los lugares donde, en caso de emergencia, pudiera largarse inmediatamente, fletando un barco a lo James Bond. De hecho, no puedo por menos de advertir que todavía lleva en un asa del bolso una de esas etiquetas que te ponen en el mostrador de facturación antes de coger un avión y donde se lee "Equipaje de mano".

¿Estás de acuerdo en el dogma proclamado por el gran John Cheever en sus Diarios, según el cual hay que "escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor y a nuestra felicidad"?, le pregunto, en parte porque me interesa la respuesta y en parte para disimular el transitorio ataque de envidia que quien nació en Barcelona y nunca ha vivido más de dos meses seguidos en ninguna otra parte siente hacia una figura tan desarraigada y ligera de equipaje como Myriam Mézières, que casi siempre vive en lugares tan literarios como son los hoteles. "Yo creo que para la creación siempre se parte del material más íntimo. Pero hay que trascenderlo, claro, porque el psicodrama no es arte. La cuestión esencial es ser capaz de convertir un secreto en espectáculo".

El guión de la película, que cuenta con producción española, francesa y suiza y fue rodada en París y L'Alcúdia, fue escrito por su autora primero en castellano, pues al principio esperaba producirla y rodarla íntegramente en España, un país donde siempre se ha sentido a gusto. "Supongo que venir a España era mi destino. Con mi madre, a veces coincidíamos en los hoteles de París con grupos de flamenco. Me impresionaron tanto que incluso recuerdo el olor de la colonia de algunos hombres. Y allí fue donde oí hablar por primera vez esta lengua, que caía sobre mi piel como una lluvia de metralleta".

Lamentablemente, la película de Mézières, que contiene una reflexión tan bella como pesimista en torno a los límites de la libertad y nuestro escaso margen de elección frente a las fuerzas incontrolables que tan a menudo dominan nuestras vidas, ha desaparecido de las carteleras barcelonesas después de tres semanas y media, algo que cada vez sucede con mayor frecuencia. Ahora sólo cabe ya esperar que los cines Renoir la repongan en breve y que las negociaciones con ciertas salas de Girona y Tarragona para su exhibición inminente lleguen a buen puerto.

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