1966-1984: llegan los pentacampeones
En 1966 la organización del Tour instaura el primer control antidopaje de su historia, bajo la supervisión del Doctor Pierre Dumas. Ya venía haciendo falta esta medida, pues era un secreto a gritos que, desde principios de siglo, muchos ciclistas recurrían a sustancias farmacológicas para mitigar la fatiga. Las drogas estrella eran los estimulantes del sistema nervioso central, como las anfetaminas. De hecho, en la segunda guerra mundial las anfetaminas sustituyeron al alcohol como estimulante de los soldados en el campo de batalla.
El 13 de julio de 1967, y bajo un sol de justicia (más de 40 grados de temperatura), un ciclista inglés de 29 años, Tom Simpson, cae inconsciente de su bicicleta a escasos tres kilómetros de la descarnada cima del Mont Ventoux. Pese a los esfuerzos de su director por volver a subirlo a la bicicleta, vuelve a caer. Ya no se levantará más. La autopsia revela que una explosiva mezcla de anfetaminas y coñac, unida a la deshidratación, ha parado su corazón. Miles de aficionados contemplan este trágico episodio por las pantallas de su televisor. Lejos de servir de escarmiento, al poco mueren otros dos ciclistas por la misma causa.
En 1975, Merckx estuvo una hora sobre bicicleta estática manteniendo una potencia similar a 0,6 caballos
En efecto, la creencia -o convicción- de que las ayudas farmacológicas son tan ineludibles en el ciclismo como el propio sufrimiento llevaba ya muchos años arraigada: "¿Acaso piensan que se puede llegar de Burdeos a París sólo con agua mineral?", preguntaba con ironía el primer pentacampeón del Tour, Jacques Anquetil.
El segundo pentacampeón, también de la misma era, fue Eddy Merckx. Un ciclista adelantado a su tiempo. En 1975, en el laboratorio de Fisiología del Ejercicio de la Universidad de Colonia, Merckx es capaz de aguantar una hora sobre un incómodo ciclo-ergómetro (bicicleta estática), manteniendo una potencia media de 455 W, el equivalente de 0,6 caballos de potencia. Sólo los grandes campeones de la actualidad, como Armstrong o Ullrich, podrían aguantar semejante esfuerzo.
El Tour de esa época se parece bastante al de nuestros días: 22 etapas de poco más de cinco horas y una velocidad promedio de casi 36 km/h. Y también se parece la Fisiología del Ejercicio, que crece a pasos agigantados de la mano de grandes científicos como el sueco Bengt Saltin o el ya fallecido científico estadounidense Phillip Gollnick. Utilizan diversas técnicas, sobre todo la de biopsia muscular, para analizar las respuestas y adaptaciones musculares al ejercicio. En laboratorios de todo el mundo, deportistas de élite, sobre todo maratonianos y esquiadores de fondo, se someten a pruebas de esfuerzo que permiten, entre otras variables, conocer su consumo máximo de oxígeno. En 1982, Bergh publica lo que hasta la fecha es el récord mundial de consumo máximo de oxígeno, medido en un esquiador de fondo escandinavo: 93 mililitros de oxígeno por kilo de peso por minuto. En cambio, hay que esperar hasta los años noventa para que aparezcan los primeros estudios científicos sobre el perfil fisiológico de los participantes del Tour.
Lo que no se hace esperar es el dopaje sanguíneo. A principios de los setenta, un sueco, Ekblom, publica un estudio pionero sobre dopaje sanguíneo que marcará un antes y un después en la historia del deporte de resistencia. Al transfundir glóbulos rojos a un grupo de deportistas, su consumo máximo de oxígeno aumenta significativamente. Después se suceden las investigaciones. Y sus resultados no ofrecen dudas: cuanto más aumente el hematocrito (porcentaje de glóbulos rojos de la sangre), mejor para el rendimiento.
Alejandro Lucía es profesor de la Universidad Europea de Madrid.
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