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Columna
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Dinastías sociales

La guerra ideológica tiene dos frentes, el intelectual y el mediático, y en ambos Bush y el partido americano siguen cosechando triunfos. El viaje del presidente de Estados Unidos a África, aparte de perseguir los consabidos objetivos económicos -conquistar mercados e imponer productos- ha sido una ininterrumpida secuencia de éxitos político-ideológicos que han coreado los medios de comunicación. En Senegal se ha apuntado la abolición de la esclavitud -una de las pocas acciones de progreso que tolera la derecha dura americana- como si acabase de decretarla él; en Zimbabue se viste de pacificador entre el Gobierno y la oposición, y en Botsuana milita en la cruzada contra el sida, pero silenciando que Washington este año ha reducido los fondos destinados a esa lucha y se ha opuesto a la introducción de los medicamentos genéricos necesarios para hacerla efectiva.

Bush pues sigue en pos del Nobel y la única incógnita es si se le otorgará antes o después de que enterremos a Fraga en olor de democracia en el Valle de los Caídos. En el frente intelectual no ceja el implacable derribo de los supuestos y categorías de ambición crítica y voluntad de progreso y su sustitución por otras más acordes con el proyecto de regresión social que promueve la Internacional reaccionaria. Después de que la actividad ha suplantado al trabajo, las redes a las clases sociales, el pobre al proletario, el consenso al conflicto, las tribus a los pueblos, la gobernancia al gobierno, llega el último gadget retórico-análitico: las dinastías sociales como eje principal de la estructura del poder en la sociedad.

Simplificando a nivel de columna, se trata de una versión ennoblecedora de la lectura tradicional sobre el rol de las grandes familias en el ejercicio de la dominación social, tema fuera de agenda pero absolutamente central en las décadas de los 60 y 70, bien a través de los estudios de las élites (Wright Mills 1960, Guttsman 1963, Boltomore 1964, Frey 1965, Lipset y Solari 1967, Suleiman 1978, etcétera), bien de la clase dirigente / dominante (Meynaud 1963 y 1964, Connell 1977, Birnbaum 1978, Therborn 1978, etcétera), bien de la estructura del poder en su conjunto (Dahl 1961, Lhomme 1966, Rose 1967, etcétera). La propuesta que se nos hace ahora, como muchas en la investigación político-social actual, responde a consideraciones ideológicas muy vinculadas al mercado académico y editorial. Que, cuando la política se ha reducido a cratología, hayan desaparecido los estudios del poder responde obviamente a un propósito de ocultamiento y que en su lugar vuelvan a florecer las sagas familiares, es una manifestación más de la tendencia a privilegiar lo privado, lo personal y lo anecdótico convirtiéndolo en espectáculo, en materia people.

El último número del semanario francés Le Point dedica a este tema su cuadernillo central, titulado Las dinastías. En línea con todas las descripciones de este tipo, cuya obra pionera fue el estudio de Ferdinand Lundberg America's sixty families (The Vanguard Press 1937), se nos recuerda que de las 50 mayores empresas francesas, que coinciden casi en su totalidad con las 50 mayores fortunas de Francia, 40 están dirigidas por sus fundadores o sus descendientes directos, en bastantes casos mujeres, como en Decaux, Richard, Dumas (Hermés), Michelin, Clarins, Riboud (BSN), Mulliez (Auchan), Rocher, Heriard-Dubreil, etcétera. Le Point subraya los casos de la familia Lagardère, propietaria de un impresionante holding de empresas editoriales, mediáticas, aeronáuticas, militares, espaciales; de la familia Pinault, que con su conglomerado Artemis controla un grupo empresarial tan vasto como Lagardère y de la familia Bouyghes, verdadero gigante en los ámbitos de la TV y de las obras públicas, en las que los hijos ya han sucedido a sus padres-fundadores.

Lo más significativo de esta tentativa no es su pobreza teórica y metodológica, sino su voluntad de presentar el poder como la consecuencia legítima del éxito personal y de la continuidad familiar. Es decir, la negación de lo colectivo y de todas las determinaciones sistémicas y estructurales. Esta absolutización de lo individual-familiar, base de la ideología radical conservadora, no tiene hoy alternativas ¿por qué ? ¿Qué hacen los núcleos de pensamiento crítico? Relanzar la resistencia ideológica es tarea a la que no pueden sustraerse, entre nosotros, los equipos de Mientras Tanto, Ecología Política, Viento Sur, El Viejo Topo, Archipiélago, etcétera, y las fundaciones de las formaciones de la izquierda. Para intentar salir del pensamiento único.

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