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Crónica:TOUR 2003 | Sexta etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Esperando a Beloki

Petacchi gana su cuarta etapa en la quinta llegada masiva la víspera del comienzo de la montaña

Carlos Arribas

Todo está perdido. No hay esperanza.

¿Quién dijo que el ciclismo era un deporte de rebeldes, de inadaptados? Quizás lo fuera Luis Ocaña, que hace 30 años llamaba corderitos a sus compañeros por no atreverse a desafiar a Eddy Merckx más que de boquilla. Quizás lo fuera Maurice Garin, que el 2 de julio de 1903 llegó a Lyón con el alba después de pedalear más de 17 horas a poco más de 20 por hora de media para ganar, en solitario, tras media docena de pinchazos y una noche pedaleando, la primera etapa del primer Tour de Francia de la historia. No lo fueron, o no lo parecieron, los 194 corredores que ayer llegaron en manada a Lyón, cinco días y más de mil kilómetros más tarde -devorados a más de 45 de media bajo un calor achicharrante-, guiados por las leyes del rebaño, dirigidos -vía emisora codificada, ¿para qué querrán encriptar sus lugares comunes?, órdenes directas al oído, antes de que el ciclista tenga siquiera tiempo de empezar a pensar- por unos directores que ni siquiera conducen para poder ver por un monitor ultra plano, última tecnología, la retransmisión televisiva de la etapa, por unos directores que hace tiempo desistieron de creer que el ciclismo debe ser, antes que nada, sorpresa y sobresalto.

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Las primeras etapas, antes de la montaña, estaba escrito que debían ser las de los sprinters y las de las pocas migajas a que aspiraban los seis equipos franceses, y así ha sido. Ha habido sprints todos los días, aunque eso signifique dolor de corazón para más de un aficionado, para los amantes del ciclismo sin cálculo, planificación y pinganillo -que es como llaman en el argot al auricular que comunica con la voz del supremo-. Ha habido sprints todos los días y un equipo, el Fassa Bortolo, ha quedado destrozado. El Fassa Bortolo es el heredero directo de aquel Ariostea especializado en fugas a pares o tríos. Era, se podría decir, un equipo de ladronzuelos rápidos de manos y reflejos, sabia y espectacularmente dirigidos por Giancarlo Ferretti, profeta del beneficio rápido.

Pero este Tour, el del Centenario, el del recuerdo de todos los héroes que hicieron grande la leyenda, ya no hay sitio para los ladronzuelos: el equipo de Ferretti se ha pasado directamente al enemigo, a la policía. Como si fuera un vulgar equipo con sprinter más, el Fassa Bortolo ha dominado la primera semana, ha transformado en mulas laboriosas a corredores de gran clase y ha conseguido que su llegador, el triste Alessandro Petacchi, gane cuatro etapas. Gran botín cuyo recuerdo se diluirá como la sangre en el agua cuando empiece el Tour de verdad, hoy mismo, en la montaña.

Más valen cuatro Petacchis en mano que un Basso volando, parece decir Ferretti, quien una vez comprobado que la persecución interminable de los fogosos O'Grady y Geslin -quienes fueron alcanzados sólo a falta de 300 metros de una etapa de 230 kilómetros- había acabado con todos los especialistas en el llano, puso a tirar a Ivan Basso, el joven italiano que lleva consigo las emociones de muchos aficionados. Le hizo, la víspera de Morzine, desgastarse en un duro repecho. Fue un gesto de rendición. "Si Armstrong es imbatible, ¿por qué voy a renunciar a ganar etapas? ¿De qué me vale que Basso quede quinto o cuarto o décimo? ¿Qué diferencia hay?", dice Ferretti.

Petacchi, sobrado, ganó la etapa pese a no contar con ningún compañero en los últimos metros. Salió más tarde que la víspera, desde la rueda de Cooke que remontaba al coloso noruego Hushovd; en 15 metros sacó cinco a ambos, hizo su tradicional marca del zorro -un zigzag partiendo desde la izquierda de la calle- y levantó los brazos un día más.

Al ver a Basso trabajando para un sprinter, dejándose las energías mientras Armstrong viajaba en carroza, a rueda -el equipo del líder llega hasta la montaña más descansado que ningún año, después de un esfuerzo de, como mucho, hora y media, sumando la contrarreloj por equipos y el prólogo-, Joseba Beloki quizás recordó aquel día del Tour de 2000, vísperas del Mont Ventoux cuando su director en el Festina le ordenó tirar a la caza de una escapada para que su sprinter, Marcel Wust, pudiera intentar ganar la etapa. Beloki llegó sin galones y se los debió ganar a pulso, aguantando en la montaña, terminando en el podio de su primer Tour. Desde entonces arrastra consigo una imagen borrosa, ambigua, muy acorde con los tiempos de miedo y prudencia que corren. "Arrastro la imagen de que quedo segundo o tercero porque no puedo ganar, no porque sea casi el mejor", dice. Una imagen de la que se confiesa harto. "¿De qué me valió el año pasado ser segundo en el Tour y tercero en la Vuelta? ¿Quién se acuerda de ello? Sólo vale para los libros". "Así que este año es el último en que me lo juego todo en el Tour", anuncia. "Atacaré en la montaña, atacaré de lejos, como llevo diciendo varios días, y si aún así veo que no puedo con Armstrong, no lo intentaré más. El año que viene me olvidaré del Tour, me construiré un palmarés en otras carreras. Cambiaré mi imagen".

Quizás, finalmente, no esté todo perdido. ¿Hay esperanza?

Alessandro Petacchi saluda en el podio tras ganar su cuarta etapa.
Alessandro Petacchi saluda en el podio tras ganar su cuarta etapa.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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