Beloki está de uñas
El vasco se sometió a una sesión de pedicura en bici por un dedo rebelde, en una etapa ganada por Petacchi, con Freire tercero
Los ciclistas no andan, pero tienen que cuidar los pies. Encerrados en estrechas y rígidas zapatillas provistas de calas y tornillos, los pies de los ciclistas, pies suaves, delicados, lejos de ellos callos y juanetes, sufren una tortura cotidiana. Cuando les duelen los pies, los ciclistas no pueden pedalear apenas. Un problema de pies puede alejar a un ciclista de la victoria. Los pies es la parte de su cuerpo que más cuida Lance Armstrong, que todos los inviernos coge un avión para que su ortopodólogo particular haga un molde de sus pies, en constante evolución, fije en yeso todos los detalles, cavidades, puente, empeines y dedos, y, a partir de ese molde, le fabrique unas plantillas especiales, unos guantes que le permitan pedalear sin sufrir, pedalear sin girar los tobillos en ángulos extraños, sin cerrar o abrir los pies sobre los pedales. A Santiago Botero le dolían los dedos gordos de los pies cuando corría en el Kelme. Ha llegado a un equipo alemán, el Telekom, tecnología punta, y la semana anterior al Tour se pasó por la Universidad de Friburgo para que le fabricaran unas plantillas a medida. Anda ahora como nunca. Iban Mayo pasaba mucho calor durante la Dauphiné Libéré. Sentía que se le asfixiaban los pies, que no podían respirar, constreñidos y empapados en sudor, se cocían. Un día, con un fino destornillador se dedicó al tuning de la zapatilla: las taladró estratégicamente para que los dedos respiraran, para que los pies recuperaran la sensibilidad adormecida. Joseba Beloki, conocido por ser un tiquismiquis para todos los pequeños detalles de la vida de ciclista -el cuidado del material, la altura del sillín, el peso de las espinacas...-, también cuida sus pies con esmero. Incluso viaja todos los años a Biarritz para que un podólogo le fabrique a medida unas plantillas. Pero tanto cuidado no impidió que ayer, mediada la etapa más calurosa de este Tour, y la más rápida en muchos años -más de 48 km/h de media-, una uña del pie izquierdo se rebelara. Un incordio. Rápidamente pensó una solución. Por la emisora avisó del problema al coche del equipo, se dejó caer a cola de pelotón, saludó a Jimmy Casper, que por allí continuaba con el collarín minerva haciendo la esfinge, se quitó la zapatilla y el calcetín corto sin bajarse de la bicicleta y plantó su pie en el hueco de la ventanilla trasera del vehículo. Allí, el mecánico Faustino, más acostumbrado a cortar cables con alicates, con unas tijeritas de manicura rebanó la uña que incordiaba. Así, en marcha, sin que Beloki se bajara de la bicicleta. Uff, qué alivio.
Así, Beloki, el de la fácil pedalada, el hombre del podio que asusta por su magnífica forma, se pudo reincorporar silbando al pelotón. Y se dispuso a vivir allí emociones varias. Pudo observar, por ejemplo, cómo los intermitentes del espectáculo -técnicos a los que las leyes laborales de Raffarin pueden dejar sin derecho a paro- intentaron paralizar la carrera. Había un escapado, el joven Geslin, que pasó por los pelos, indemne y veloz, junto al piquete, pero el grueso del pelotón debió poner pie a tierra. Fueron un par de minutos, los suficientes para que el amplificador del Tour trasladara el problema de los trabajadores franceses al mundo entero. La cámara enfocó un momento a Armstrong -el hombre invisible del Tour del Centenario- y se le vio sonreír.
Al escapado le cazaron -como el primer día Bruseghin y los hombres del Fassa Bortolo guiaron al pelotón veloz- y en grupo compacto se presentaron en Saint Dizier, como estaba previsto. Allí, el ciclotímico Petacchi, el que no sonrió cuando ganó el primer día, el que el segundo día dijo que no estaba bien y llegó retrasado, el que, sufriendo una depresión, estuvo a punto de colgar la bicicleta hace un par de años, el que ganó seis etapas en el Giro, culminó con fuerza el trabajo de su equipo e hizo inútiles los esfuerzos, la habilidad y la clase de Óscar Freire, que no encontró hasta el final hueco para enseñar la bicicleta. Antes había habido una caída monopersonal -el austriaco Hasselbacher, que quedó contra la acera casi desnudo, como si hubiera sufrido una cogida en un encierro-, antes, también, el francés Jean Patrick Nazon, el hermano bueno de Damien, aquel fugaz sprinter del Banesto, había logrado, a base de bonificaciones, conquistar el maillot amarillo para el Jean Delatour, una primicia para el quinto equipo del ciclismo francés. Y después, un par de minutos más tarde, llegó el doliente Mercado, el escalador granadino del iBanesto.com, que sufría problemas digestivos y planteaba a su equipo una grave duda para la contrarreloj de hoy: si sigue mal ¿le debe esperar el equipo aunque eso arruine las posibilidades en la general de Mancebo o debe dejarle solo, aunque eso suponga que llegue fuera de control -en torno a los 18 minutos- y la retirada antes de la montaña?
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