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Columna
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Con Chillida

La galería bilbaína Colón XVI ha inaugurado un nuevo espacio expositivo (Henao, 10), diseñado con acucioso acierto por el arquitecto donostiarra Ángel de la Hoz, que se ha abierto al público con una treintena de obras de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002). Son obras fechadas entre 1946 y 1999, trabajadas sobre papel, acero corten, alabastro, tierra cocida, bajo la denominación de esculturas, dibujos, collages, gravitaciones, lurras, bajorrelieves,...

Es una experiencia formidable ver reunidas obras que se gestaron en diferentes épocas, mas la mirada las hace presente, y decide dejarse cautivar por sus claridades formales, que, como las estrellas, brillan de tan desnudas como están. Aquello que Chillida nos ofrecía en el momento de la creación, ahora tras la contemplación, se torna fuerte y delicado al tiempo, gracias a esa claridad formal. Supo, no sé si antes o después que lo dictara el poeta Edmond Jabès, que el vacío tiene, por abertura, lo desconocido, y que lo desconocido no aplasta al vacío, lo deslumbra.

En determinadas obras sobre papel y en algunos collages el artista no perseguía la búsqueda dialéctica de lo lleno y lo vacío, ni siquiera la resultante de esa confrontación, como es el volumen. Sólo quería dejar huella de su grafía plasmada sobre dos dimensiones. En otros momentos, muy concretamente en algunos collages, creemos estar frente a un pintor informalista abocado compulsivamente a perderse en los azarosos juegos matéricos de los fondos.

No obstante la riqueza formal y matérica, es en las esculturas donde la creación raya a cotas de alto vuelo, sin perder un átomo de claridad formal. En sus trabajos escultóricos no hay técnica orgánica alguna, porque la técnica es obra de lo racional. A Chillida le interesaba introducir lo poético como si fuera un habla organicista. Respecto a la dialéctica de lo lleno y lo vacío, padre y madre de la escultura, es Gastón Bachelard, a quien el escultor donostiarra conoció a fines de los 50, el que aduce que esa dialéctica sólo corresponde a dos irrealidades geométricas. A partir de esas dos irrealidades el artista construye su mundo, que se presenta una y otra vez claro de tan personal e inimitable como es.

Jabès y Bachelard no son los únicos que pueden ayudarnos a entender mejor las creaciones de Chillida. Hay otros más, de acreditada solvencia, que sirven para conducirnos por la vida creativa de aquel a quien un momento de su existencia le dio por peinar al viento y en otro por remar sobre las flores.

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