El Bellas Artes rescata del olvido al pintor Larroque
El museo expone 61 cuadros del retratista de la burguesía aristocrática bilbaína de los años 20
El Bellas Artes de Bilbao ha pagado la deuda contraída con Ángel Larroque (Bilbao, 1874-1961), un artista de la segunda generación de pintores vascos, contemporáneo de Arteta, Mogrebejo o los hermanos Zubiarre. La mirada de dos de los nietos de Larroque, José Enrique y Gonzalo, principales impulsores de la retrospectiva de 61 obras que ha comisariado el historiador y director del Artium Javier González de Durana, era ayer la de la justicia. "Con esto hemos pagado una deuda con el abuelo", confesaba José Enrique, tras deshacerse en elogios y agradecimientos al museo, al comisario y al equipo que ha rebuscado entre las 700 pinturas inventariadas del pintor. Entre ellas está Hilanderas Vascas, el primer cuadro que entró en el Bellas Artes por cuestación popular.
La muestra Angel Larroque. Un pintor
, el olvido y la memoria, que se expone en el museo hasta el 28 de septiembre, pretende rescatar precisamente del olvido a un artista formado en el París efervescente de finales del XIX, gracias a una de las primeras becas de la Diputación. El Larroque adolescente bebió hasta saciarse del simbolismo francés de la mano de Eugène Carrière y se trajo bajo el brazo dos obras que le situaron como una "promesa": La chica del gato y La maternidad, ambas incluidas en la exposición.
A su vuelta al Bilbao que, según Durana, terminaría años después por asfixiarle, Larroque volvió su mirada al Siglo de Oro español y el reflejo de Murillo y Velázquez queda marcado en sus cuadros. Manejaba la técnica del óleo o el pastel con mucha destreza y los críticos de la época sólo esperaban que diera el salto final y fuera "él mismo". Pero Larroque tenía marcado ya su propio sendero pictórico. Se empapó de modernidad y vanguardia, pero la dejó a un lado y prefirió mirar hacia atrás. "Es una paradoja, pero su caída en el olvido fue porque él no se olvidó de la historia", dijo Durana. El buen hacer de Larroque fue objeto de deseo de la pujante burguesía aristocrática bilbaína. Fruto de esa relación son algunos de sus retratos, como el de Ramón de la Sota o de los Echevarrieta. Paralelamente, irrumpían con fuerza las cabareteras de La Palanca y sus lienzos inmortalizaban en los años 20 a La Chelito o a
La Fortuna. Acomodado con los encargos de la burguesía y su recién estrenada docencia en la Escuela de Artes y Oficios, Larroque entra en su etapa final, en la que combina escenas costumbristas, bodegones con un viaje a un mundo interior goyesco y oscuro, que la muestra no recoge.
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