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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Campanas de Belén

Tras la retirada de la franja de Gaza, la salida de los soldados israelíes de la simbólica Belén, 33 meses después del comienzo de la segunda Intifada, es una señal de que las relaciones entre Israel y los palestinos han empezado a salir del callejón de la violencia en el que habían quedado atrapadas en estos últimos años. Con la tregua condicional anunciada por Hamás, la Yihad y Al Fatah, éstos son los primeros pasos en la Hoja de Ruta. La capacidad del conflicto de producir planes de paz es tan grande como la de frustrarlos, pero al menos esta vez se ha abierto una esperanza concreta.

El paso previo ha sido la tregua, por separado, de los grupos terroristas de estos movimientos. Cada uno tiene sus razones y objetivos, pero hay algunos elementos comunes: los efectos devastadores de la política antiterrorista israelí, la presión de los regímenes que apadrinan a estos grupos o de Egipto como gran hacedor de paz, los apremios de lo que queda de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y, al menos en el caso de Hamás y Al Fatah, el temor a ser incluidos en las listas internacionales de organizaciones terroristas -especialmente norteamericanas y europeas-, lo que hubiera cercenado sus posibilidades de financiación.

Muchas dudas hay todavía de que lo ocurrido en estos días signifique el principio del fin de la segunda Intifada. La ANP tendrá dificultades para imponerse. De momento, los policías palestinos han vestido de nuevo sus uniformes para encargarse de la seguridad en estas dos zonas, y con la ayuda de Europa y de Estados Unidos llega la hora de reconstruir lo destruido por Israel. El anuncio de Washington de que destinará 30 millones de dólares para reparar las infraestructuras palestinas destruidas por los ataques israelíes es un paso más en la plena implicación de esta Administración en Oriente Próximo, tras sus reticencias iniciales. Es lo que buscaba la ANP.

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La presión de Washington no puede ser ahora más intensa: Bush, Powell y Condoleezza Rice han viajado a la zona, y la consejera de Seguridad Nacional del presidente ha criticado en público la construcción por Israel de una "verja de protección" para aislar a los palestinos. Este muro, y los asentamientos ilegales, son los síntomas del juego turbio de Sharon, y está por ver si Washington podrá finalmente obligarle a "pagar un alto precio por la paz" al que dice estar dispuesto el primer ministro israelí.

Sharon sólo ha levantado algunos controles, sin soltar la tenaza militar sobre casi todas las comunicaciones terrestres, con lo que la mayoría de los palestinos no gozan todavía de libertad de movimientos. Tampoco la tiene Arafat, su presidente, sometido a un infrahumano confinamiento en Ramala y al que ahora Israel permite desplazarse a Gaza. Sharon quizá se ha percatado de que el aislamiento del presidente de la Autoridad Palestina le ha servido para mantener, o incluso engrandecer, su liderazgo. Pese a que el interlocutor de Sharon es el primer ministro palestino, Abu Mazen, el árbitro entre los palestinos sigue siendo Arafat. Sin él no será posible avanzar.

La tregua, la retirada israelí de Gaza y Belén, y la próxima liberación de un número indeterminado de presos palestinos indican que de los gestos se ha pasado a las medidas.

De ahí a un auténtico proceso de paz queda mucho. Ojalá sea, finalmente, un nuevo principio.

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