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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Religiones

Fuera fuera protestantes / fuera de nuestra Nación / que queremos ser amantes / del Sagrado Corazón".

Estos versitos no llegaron a tiempo de iluminar mi tierna infancia, por haber nacido en el país de la Revolución. Los conocí años más tarde, de boca de mis primos, a una edad en que nos divertía mucho la estrofa "que queremos ser amantes". El piadoso autor de la letra no alcanzó a sospechar que el tiempo llegaría a hacer que su "amante" significase "sujeto de amancebamiento". Pero así es la vida.

De niña, las cosas de este mundo y del otro se me presentaban separadas a la manera cartesiana. En la escuela no había religión ni crucifijos; sólo los símbolos de la Republique y la instruction civique. Yo iba los jueves, después de clase, a la parroquia, en la parte vieja de Burdeos, a recibir la catequesis. Esto era más por mi madre que por mi padre. Pues ella vivía en un mundo verdadero situado más allá de los Pirineos, y más allá de la realidad, en la Euskadi de sus sueños; y la religión formaba parte de ese mundo. En cambio mi padre iba y venía a París por el trabajo que, aunque relacionado con el arte, no le hacía apartar los pies de tierra firme. Siempre llegaba en el tren de la noche, justo para darme un beso cuando me despertaba.

¿Es que ignora Aznar cómo contribuyó el cristianismo a la unidad de Europa?

De la catequesis de la parroquia me quedó el recuerdo de un Dios que me quería desde algún lugar remoto y alto, donde podía divisar Burdeos, París e incluso Euskadi. Debía viajar en aquel Sputnik que atravesaba el cielo por la noche haciendo bip-bip. Pero el cielo estaba poblado por otras divinidades, de los musulmanes, budistas y muchos otros. Lo que hacía especial al Dios que conocí en la catequesis, es que Éste me quería a mí. Como mis padres me querían a mí y yo a ellos. Es lo que les hacía especiales. Porque lo que es padres, existen muchos en el mundo. Como hay muchos satélites contemplándonos desde el cielo y no nos pegamos por decidir cuál de ellos es el verdadero.

De haber conocido antes la estrofa que cantaban mis primos, no habría entendido nada de esa explosión de celos hacia los protestantes. Habría sido como imaginar a un niño en el patio de mi escuela pretendiendo echar fuera a los otros niños, por el hecho de amar a sus padres. Mademoiselle Emilie hubiera dicho en seguida: "Ah, les espagnoles... siempre a garrotazos".

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Y es que España no ha hecho su revolución ni el pueblo ha cortado nunca la cabeza a su rey, como han hecho los franceses y, antes de ellos, los ingleses. Por supuesto que ya es demasiado tarde para hacerlo, Dios nos libre. Estas cosas encontraron su significado político en un determinado momento histórico. Ni antes ni después. Porque lo mismo que un niño debe hacerse adulto y no basta con que se haga mayor, también una nación para hacerse adulta ha de resolver ciertos complejos, como las personas resolvemos mal que bien nuestros complejos de Electra o de Edipo. Si no, los fantasmas vuelven a aparecérsenos encadenados a nuestros dirigentes y se ponen a recitarnos canciones infantiles con gesto trascendente.

No me refiero en esta ocasión, para variar, a los nacionalistas; que no es que tengan complejos por no haber usado la guillotine, es que ellos mismos constituyen el Ancien Régime. Tampoco me refiero al genial compañero de viaje del Gobierno de Ibarretxe, ahora encartado (que no encantado) ante la Justicia penal por no hilar fino en esto de poner adjetivos a la monarquía española. Hablo del Gobierno de José María Aznar, que pretende volver a poner la Religión (entiéndase, no cualquier religión, sino "la verdadera") como asignatura con valor académico. Y que, como penitencia por el pecado de soberbia cometido al oponerse a la política sobre la guerra de Irak, está dispuesto a salir en rogativa para que el cristianismo sea reconocido como parte de los cimientos de la Constitución de Europa. Hace días le escuché en televisión decir que no lo hace por motivos religiosos sino por motivos históricos. Por motivos históricos no debería mentar la soga en casa del ahorcado. ¿Es que ignora el presidente cómo contribuyó el cristianismo a la unidad de Europa? En todo caso debería proponerlo como el principal factor de enfrentamiento fratricida entre europeos. Eso sí podría hacerse en nombre de la Historia. Y podría citarse también, no sólo al cristianismo sino al nacionalismo, los dos juntos como Dios y Patria. Yo propondría una alternativa para nuestra ya próxima Constitución de Europa: "Que la diosa Razón nos libre de caer de nuevo en guerras de religión o de orgullo nacional". Que por Dios y por la Patria ya nos hemos matado bastante y algunos entre nosotros aún no se han cansado.

Hasta mis primos, hace muchos años, modificaron la última estrofa: "...Vive Dios que nunca muere / y la Santa Religión / las Hermanas de esta Escuela / que nos dan la Educación", por otra más hedonista: "... que nos llevan de excursión".

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