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Columna
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'Trash', basura

Soy, a qué negarlo, gente de desorden. Imagínense que aborrezco a ETA por fascista, y me siento radicalmente incómodo con las autoridades que nos toca padecer. Ni el Gobierno de Ibarretxe ni el de Aznar me resultan simpáticos. Les diré aún más: hasta la leal oposición (lealtad ganada con intención y esfuerzo) me empieza a defraudar seriamente. ¿Será por eso que comprendo a los amantes de la música heavy o del trash-metal? Por lo demás, nunca he usado chupa ni monto una Harley ("maneras de montar"). Según los estándares, podría decirse que soy más bien gente de orden. Qué les voy a decir, esquizofrenias del ahora que trato con alguna fortuna de conciliar (¡inmodesto!, dirá alguno, con razón).

El pasado domingo salían del paisito caminito de Madrid varios autobuses llenos de jóvenes (alguno talludo, es cierto) para escuchar al grupo californiano Metallica. Soy, como Tucídides, testigo indirecto de la batalla. El caso es que el stablishment del espectáculo y la música sigue hablando con elogio de Luis de Pablo, Halffter o Carmelo Bernaola, en el mejor de los casos, o se entusiasma con la ya pobre música sincopada de los vetustos Rolling (¿Piedra que rueda no hace musgo? No es ya su caso.)

Desde Arnold Schönberg (1874-1951) y la música dodecafónica, atonal, aleatoria, inarmónica para aquí, la llamada "música clásica" ignoró que existiera un público. Como diría Félix de Azúa, pudiendo oír a Brahms en un compacto, ¿para qué echar mano de la dodecafonía que nunca remite a nada sino al vacío sonoro? La dodecafonía es a la música, lo que las posvanguardias son a la plástica (pongamos que lo dijo Gombrich). Claro, con alguna salvedad como el neoexpresionismo alemán y algún etcétera.

Por otro lado, el pop (véase La Oreja de Van Goth o a Mikel Erentxun en los fastos de la Real) y el viejo rock (Rolling) resultan patéticamente vacuos, banales. ¿Qué queda a la gente joven? Ésta es la cuestión.

La gente joven de toda edad y condición, necesita tener su lifestyle, su manera de vivir; e incluso su manera de morir, deathstyle (Frantic, Metallica, 2003). Eso se lo dio el rock hasta que fue, por un lado, envejeciendo (San Mamés ha sido testigo), y, por otro, evolucionando: Eric Clapton, Led Zeppelin, Black Sabbath, Deep Purple. Motörhead daría el salto hacia el heavy metal. Sus herederos trash son el grupo Metallica que actuó este mes en Barcelona y Madrid con generosidad (fueron dos horas de escenario).

El stablishment vio en el acto a "hordas" seguidoras de los "energúmenos californianos" (léase Metallica). ¿Y cómo se veían a sí mismas esas hordas? Padecieron un sol de ley en Madrid (tres cuartos de hora de distancia al suministrador más próximo de agua). Entraron y padecieron sudores y empujones. Pero, al final, llegó el momento.

Mientras (antes y durante), se sintieron solidarios, se fotografiaron juntos desconocidos entre sí por el simple hecho -y placer- de compartir símbolos, se pasaron agua con camaradería (elemento, como bien se sabe, esencial en sí mismo; y más en un acto así), y abrieron paso entre la masa a cualquiera que quisiera pasar. Gente, sin duda, "enfurecida", que no quiere terminar teniendo un "sentimiento innombrable", the unnamed feeling. Puede que acabe teniéndolo (¿quién se libra de ello?), pero mientras tanto, dura "la juerga". En todo caso, gente bien distinta, quiero subrayarlo, a los hooligan o a los ultras de cualquier equipo de fútbol. Gente tranquila, pacífica y entusiasta de valores humanistas. Rebelde, sí, pero con causa.

En el paisito ese espíritu de contestación y solidario lo capitalizó, espuriamente, ETA (Su ta Gar, con letras patéticamente prosaicas), y algún grupo más auténtico como Latzen (desafortunadamente disuelto). Nuestra juventud se merece tener símbolos que les transmitan valores del humanismo y de la rebeldía propia. Como es sabido, Schönberg nunca sirvió para eso. La música sincopada de los Rolling resulta inerte. Abramos una ventana, aunque sea sucia (Dirty Window; todas las cursivas son de St. Anger, Metallica 2003), una ventana a la esperanza para los jóvenes de todas las edades. ¿Una ventana basura hacia el futuro? Pudiera servir. Todo antes que un presente omnímodo y cínico.

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