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EL DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN
Columna
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El largo adiós

Al comenzar el debate sobre el estado de la nación, Aznar anunció el propósito de disolver las Cortes Generales a principios de año y reiteró la decisión de no ser el candidato del PP a la presidencia del Gobierno en las elecciones de marzo de 2004. Esa medida -elogiable por el precedente que establece- podría en teoría rebajar la crispación acumulada durante esta legislatura por algunas provocadoras intervenciones del jefe del Ejecutivo contra los partidos de la oposición. Aunque el sistema de turno entre conservadores y liberales para ocupar el poder, consensuado durante la Restauración, evitó las turbulencias de los pronunciamientos militares, lo hizo a costa de falsear las elecciones y de ceder a la Corona la iniciativa de los relevos; la democratización de la Monarquía lograda por la Constitución de 1978 limitó las competencias del Rey a una función moderadora y confió la designación de los gobernantes a la voluntad de los ciudadanos libremente expresada en las urnas. Se diría, sin embargo, que la autenticidad de nuestro sistema político -un paso irreversible desde la primera a la segunda Restauración- tiene que pagar en ocasiones el elevado precio de los turbios, inmorales e incluso ilícitos procedimientos utilizados por la oposición para conquistar el poder o por el Gobierno para retenerlo; el acoso socialista a Suárez desde 1979 a 1981, la campaña lanzada por el PP contra Felipe González desde 1993 a 1996 y el reciente episodio de las elecciones autonómicas en Madrid ofrecen abundantes ejemplos al respecto.

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No parece, sin embargo, que la renuncia de Aznar a buscar un tercer mandato esté motivada por el paradójico propósito de restablecer el juego limpio en una vida pública previamente crispada por sus agresivas intervenciones personales. Los inquisitoriales y mezquinos ataques lanzados por el presidente del Gobierno en el debate contra varios portavoces desbordaron las fronteras no sólo de la cortesía parlamentaria sino también del respeto hacia adversarios que compiten dentro del mismo sistema democrático. La absurda pretensión de monopolizar la propiedad, la defensa y la interpretación de la Constitución de 1978 ilustra la excluyente tendencia de Aznar a negar caprichosamente legitimidad a sus rivales; anteayer, el presidente del Gobierno llevó su osadía hasta el extremo de acusar al PSOE de secundar los planes de otras "fuerzas minoritarias" para "desbordar y romper el marco constitucional".

Esta falsa imputación resulta tanto mas inaceptable cuanto que el constitucionalismo del PP es una creencia sobrevenida. Sólo la mitad del grupo popular votó en el Congreso -el 31 de octubre de 1978- a favor del proyecto constitucional; Fraga -el actual presidente-fundador del PP- defendía entonces un "programa prioritario" de reforma del mismo texto del que había sido ponente. También el autonomismo de los populares en el País Vasco es sobrevenido: en 1979 hicieron campaña contra el Estatuto de Gernika. Aznar desmintió anteayer con aire de doncella ofendida al portavoz del PNV, que le había acusado de no votar la Constitución en el referéndum de 1978. El sufragio secreto depositado hace 25 años en las urnas no tiene más testigo que el propio elector; en cualquier caso, un artículo periodístico del futuro presidente del Gobierno -por entonces secretario general de AP en Logroño- sostenía el 23 de febrero de 1979 ("La abstención. La lección de la historia", La Nueva Rioja) que consideraba "justificada" plenamente la "abstención beligerante" en el referéndum constitucional celebrado dos meses antes.

En su duro intercambio verbal con el portavoz Anasagasti, Aznar acusó al PNV -con buenos argumentos- de aceptar sólo de labios hacia afuera el pluralismo de la sociedad vasca. El presidente del Gobierno hubiese podido emplear el largo adiós de su último debate sobre el estado de la nación para despedirse de sus plurales contrincantes con grandeza de ánimo. Pero las cicateras palabras lanzadas por Aznar contra sus adversarios en las urnas -especialmente José Luis Rodríguez Zapatero- implicaron también un gesto de desprecio hacia los valores pluralistas que constituyen la médula de los sistemas democráticos basados en la alternancia en el poder; cabe desear que el próximo candidato del PP a la presidencia del Gobierno no quede hipotecado por el ominoso legado de su antecesor.

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