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Columna
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Riesgos asimétricos

Las últimas declaraciones del portavoz de la dirección del PNV, Joseba Egibar, vuelven a recordarnos que los intereses son malos compañeros de la coherencia. El pasado día 22, Egibar aprovechaba una entrevista en Deia para inducir en su partido un debate sobre la conveniencia de congelar la cuestión sucesoria, el anunciado relevo de Xabier Arzalluz al frente de la ejecutiva nacional, el Euzkadi Buru Batzar (EBB). En su opinión, el cumplimiento de los plazos estatutarios debería ceder ante la coyuntura, y los compromisos personales contraídos por el afectado, doblarse ante las circunstancias, porque "estamos en una situación excepcional".

Lo llamativo es que no se limita a señalar los datos conocidos de esa excepcionalidad -los derivados de lo que el nacionalismo interpreta como un "ataque frontal" contra "lo vasco" por parte del Estado-, sino que saca a la superficie un factor que estaba inédito. Egibar desvela que "dentro del PNV también hay gente que no está de acuerdo con el plan Ibarretxe", porque "piensa que es muy arriesgado lo que se está proponiendo". Fue conocido que bastantes peneuvistas vieron con desasosiego el Acuerdo de Lizarra y sus repercusiones en el rumbo político del partido. Pero se ignoraba que hubiera, más allá de los dos o tres michelines periféricos que han expresado por escrito sus objeciones, una corriente interna reticente al planteamiento de libre asociación diseñado por el lehendakari. Especialmente cuando los dos últimos triunfos electorales han situado a Ibarretxe como referencia máxima del partido, rompiendo de hecho, con el asentimiento general y la complacencia del otrora vigilante Arzalluz, el precepto de la bicefalia.

De las palabras de Egibar se deduce que preocupa más -y sería más fundamental para la prórroga del extenso mandato de Arzalluz- la supuesta existencia en casa de ese foco de incrédulos del "ser para decidir" que la invocada "ofensiva" del Gobierno Aznar contra la soberanía de las instituciones vascas. El portavoz sabe por experiencia que mentar la bicha de la discrepancia interna en una organización que tan mal la soporta es un resorte casi infalible para sus propósitos.

Sin embargo, hay otra faceta del razonamiento que resulta todavía más contradictoria. Para velar por los intereses que le son más cercanos, los del partido que le provee de sustento y tribunas públicas, Joseba Egibar se hace conservador y cauteloso. No es conveniente cambiar de "timonel" en mitad de la tormenta, viene a decir, trasladando a mar abierto el consejo ignaciano de no hacer mudanza en tiempos de tribulación.

En cambio, no tiene ningún inconveniente en someter a toda la sociedad vasca a la travesía más azarosa. Las precauciones y la prudencia recomendadas de puertas adentro del partido se convierten en temeridad hacia fuera. A Egibar no parecen preocuparle demasiado los riesgos que para el conjunto del país incorporan algunas apuestas políticas que jalea con entusiasmo. Pero en su casa desaconseja los experimentos.

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