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Columna
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Fundamento

Hace años que observo la aparición y mutación permanente de un planeta asombroso: la franja costera de Málaga, gran concentración de gentes de mundos variadísimos. ¿En qué acabará convirtiéndose este lugar? Las casas suben por los montes, se superponen, alcanzan concentraciones pavorosas en horizontal y en vertical: el proceso sólo está comenzando, aunque dura ya cuatro décadas. Se cruzan los modos de vivir (ropas, comida, vivienda, formas de relación entre iguales y desiguales), dudamos entre la fidelidad a los viejos valores familiares y el deseo de rendirnos a las costumbres ajenas, entre la permeabilidad mutua y la más profunda indiferencia o incomunicación. Y existe una división rara, de fondo, entre veraneantes más o menos eternos y servidores de los veraneantes.

Michael Levi, de la Universidad de Cardiff, colaborador del Instituto Andaluz de Criminología, ha dicho que la Costa del Sol es conocida como Costa del Crimen (lo contó Ignacio Martínez en este periódico). Yo no sabía esto. Sé que muchas novelas tratan de crímenes en la zona, Cocaína, por ejemplo, de J. G. Ballard, pero, por encima de esa mediocre trama policiaca, más realidad veía yo en las invenciones puramente fantásticas de Ballard, conocidísimo autor de ciencia-ficción: historias sobre masas de cristal precioso que cubren y devoran las selvas del Camerún, o sobre la vida en un bloque londinense de 40 pisos y 2.000 habitantes, donde un apagón desencadena una guerra civil entre vecinos. En Torre del Mar o Torrox, en la costa este de Málaga, en un bloque de sólo 12 plantas pueden coincidir en agosto casi tantos habitantes como en el edificio imaginario de Ballard.

Hay un ansia general de territorio, de propiedad, pero aquí, en la costa, el ansia es doble: la gente trabaja para comprar una vivienda, pero también trabaja directa o indirectamente en la construcción febril de viviendas. Si se acabara el tráfico de viviendas y suelo, se acabaría el mundo. La angustia de construir provoca su propia patología colectiva, delitos entre lo público y lo privado, de acuerdo con la naturaleza de los bienes con los que se mercadea: terrenos públicos, revalorización de terrenos privados, control de alcaldes y concejales, manipulación y falseamiento de precios desde el inicio de las operaciones hasta la operación final de compraventa, blanqueo de dinero (Andalucía también es el lugar del mundo donde más hachís requisa la policía: 450.000 kilos el año pasado).

Yo diría que estos delitos tienen un valor social. ¿No son el fundamento de la economía en la comarca? Nuestra sociedad es equilibrada, estable, fiel a los principios y normas que garantizan sus modos de vida. Quien no los asume es considerado un ignorante o un excéntrico, como Soledad Becerril, cuando habló del destrozo que había sufrido la costa y pidió un urbanismo con límites. ¿Con límites? El negocio está precisamente en romper todos los límites y construir lo impensable, lo imposible. Y el momento parece propicio: los nuevos tramos de autovías acaban de abrir paisajes nuevos, nuevos territorios para seguir construyendo en prosperidad. Las autovías serán las urbanizaciones futuras.

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