Versos que matan
Sin duda no es la mejor novela de Somoza, un autor siempre atrevido y lleno de recursos, pero se sigue con el ánimo en suspenso, pendiente el lector de los asombrosos acontecimientos que tienen lugar. La obra, como sucedía en La sombra del viento, tiene el atractivo de que su intriga se desarrolla en torno del mundo de los libros y la literatura presentado como un ámbito misterioso y sutil oculto detrás de la normalidad cotidiana y como en el caso de la novela de Ruiz Zafón también se puede esperar un éxito de público. Las damas del título, doce más una, la trece, la que permanece escondida, y cuyo desvelamiento es uno de los puntos fuertes de la historia, son asimiladas a las musas de la poesía y a las brujas malvadas de los cuentos populares. Su poder es infinito pues han descubierto la existencia de "versos de poder" que pronunciados en la debida forma producen y causan la realidad. Como si las metáforas de la poesía fueran descripciones literalmente exactas, esos versos modifican el espacio físico, producen heridas, crean un escorpión que sube por tu esófago y o bien te matan o, por el contrario, te convierten en inmortal.
LA DAMA NÚMERO TRECE
José Carlos Somoza
Areté. Barcelona, 2003
454 páginas. 24 euros
Así el mundo, dominado por esos extraños seres femeninos asimilados también a las diosas blancas de Graves, es una versión actualizada del infierno en el que los seres humanos -los "ajenos" en la terminología de las damas- carecemos de autonomía. Quizá por ello se reitera el verso de Dante a la entrada del infierno: "Lasciate ogni speranza". Algo hay aquí de distópico, o sea, de utopía negativa.
Es una novela de terror moderno con una gran cantidad de sueños y alucinaciones que recuerdan la película Abre los ojos pues al igual que en ella se demuestra muy difícil distinguir entre la fantasía y la realidad. En la novela fantástica los atributos imaginarios son limitados, pues están rodeados por las leyes de la realidad. Ésta no pertenece al género, pues todo se desborda como en esas novelas de fantasía heroica en que todo es un prodigio sin control. Aquí es donde la novela es insatisfactoria. A Somoza se le ha ido la mano y hay momentos en que el lector, aunque siga queriendo saber qué pasará, queda empachado por las excesivas dosis de fantasía. El dominio de lo maravilloso es demasiado abrumador. Sin prejuicio de los evidentes méritos que tiene la obra en su conjunto.
Un aviso final para cinéfilos: hay una escena que es la inversión exacta de aquella de Los sobornados en que Lee Marvin lanza al rostro de Gloria Grahame una jarra de agua hirviente.
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