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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las mejores preguntas

"Mi esperanza", confiesa Norman Mailer, "es que el mundo imaginario de El fantasma de Harlot tenga mayor relación con la realidad de sus acontecimientos históricos que el espectro de hechos y errores de información, en su mayor parte intencionados, que aún los rodea". Ciertamente, ésta es una novela en la que los personajes ficticios se codean con personajes reales que abarcan cuatro decenios de la historia americana. La ambición del autor es integrar la historia real en la ficción -y no al contrario- con el propósito de situar a la ficción en una posición dominante: la suya propia. Si podemos distinguir entre lo real y lo real imaginario, podemos decir que la literaria es una realidad tan firme como la realidad "real". A eso llega toda gran narración, aunque no siempre proponiéndoselo de antemano. Mailer se lo propone de antemano y elige una realidad ejemplar de la moral norteamericana de la segunda mitad del pasado siglo -la CIA- para incurrir en ella desde un doble frente: su propia experiencia personal como ciudadano afectado por el descubrimiento, la convivencia y las consecuencias de esa moral en su vida y, en segundo lugar, la fuerza de la imaginación para intentar ordenar esa experiencia. En un momento dado, el personaje central, Harry Hubbard, dice alcanzar una regla de oro del conocimiento: sólo hay preguntas, no respuestas, pero -añade- "por supuesto, algunas preguntas pueden ser mejores que otras". Yo me atrevería a decir que en esta apreciación está la esencia del arte literario y, de paso, el de esta novela.

EL FANTASMA DE HARLOT

Norman Mailer

Traducción de Rolando Costa Picazo

Anagrama. Barcelona, 2003

1.296 páginas. 29,50 euros

El elemento sobre el que

Mailer carga el peso de la narración es la idea de duplicidad. La novela se compone de dos manuscritos, llamados Alfa y Omega, el primero conteniendo la memorias de Hubbard desde su infancia hasta el momento en que comienza el manuscrito Omega; éste contiene a su vez la narración de los últimos meses de Hubbard en torno a la noche en que se descubre la muerte de su mentor Harlot; por último hay un tercer texto que transcurre en el momento presente, releyendo ambos. Alfa y Omega serán también la denominación de las dos personas que habitan en cada persona, según Kittredge, el amor perenne de Hubbard y esposa de Harlot. La novela termina con un admirable "continuará" que corona la ambigüedad que traspasa el libro; una ambigüedad vital y no sólo expresiva -la novela es de un realismo casi agresivo- basada en la imagen de Hubbard y de todos sus colegas de la CIA como detentadores de una vida doble que acaba sustentándose sola y únicamente en su propia duplicidad. En ese terreno nada es lo que parece, todo es motivo de sospecha y entonces la vida así vivida se dirige en línea recta a la idea de que "la confirmación de una hipótesis es una de las emociones más ricas que le quedan al temperamento contemporáneo".

Pero ¿cómo se origina esa duplicidad vital, que no es sino la manifestación metafórica de la inseguridad como el único suelo que hoy puede pisar el hombre contemporáneo? Curiosamente ese mundo de desinformación organizada que genera la CIA acaba convirtiéndose en un fin en sí mismo, un fin que forma una espiral por la que desaparece hasta el propio Harlot hacia una forma de entropía. La figura de Harlot tiene ribetes divinos: es el cerebro, la referencia última , una versión de un Dios terreno imposible -pero real para la ficción- a cuya intención se someten, siempre sin conocer el verdadero alcance final de sus actos, todos cuantos pertenecen a esa suerte de familia brutal y brutalmente jerarquizada que es la CIA. "Nuestra tarea", dice Harlot, "es convertirnos en la mente de Estados Unidos".

Lo que sucede es que Harl ot

no es Dios o, por decirlo de otra manera, sólo alcanza la condición de tal como fantasma. Hay una frase de Hubbard (que sigue a las consecuencias inmediatas para la CIA del asesinato del presidente Kennedy) que resume a la perfección esta clave: "Es en ocasiones como ésa cuando la mente se desboca. Todos inhalaban los fantasmas de los demás". La imagen es extraordinaria porque contiene la doble imagen de la agencia: su capacidad de acción y modificación de la realidad es decisiva y contundente, aun en sus errores, pero, al mismo tiempo, la niebla conspirativa que genera para conseguir sus fines la vuelve evanescente cuando sus hombres necesitan un asidero. El mismo Harlot ¿ha muerto asesinado o se trata de una desaparición de escena perfectamente controlada por él? En todo caso, lo seguro es que el fantasma de Harlot habita en Hubbard, en la CIA y en Norteamérica. A Hubbard le ha condicionado la vida, lo ha educado y transformado en lo que es. Y ¿qué es?: finalmente, un hombre educado en la duplicidad, perdido en la duda y en busca de un fantasma que habita también dentro de él. En este mundo de hombres duros sin otro código que el de la traición y la fuerza, el conocimiento no sólo conduce a la duda sino también a la perdición. La soledad extrema de Hubbard es todo cuanto le queda. Y continuará...

El enorme volumen de páginas no debe desalentar al lector. Es cierto que un lector americano reconocerá tantas cosas de su realidad real que no tendrá tiempo de desfallecer, aunque sólo sea por curiosidad morbosa. El lector extranjero puede que sí, pero me permito recordar que Mailer sigue la norma tolstoiana de que sólo lo exhaustivo es interesante, que su capacidad de narrador está por encima de cualquier pelmada enumerativa o reiterativa y que también en Moby Dick hay excursos abundantes sobre el mundo de la ballena y los balleneros y nadie ha formulado queja alguna al respecto. Ésta es una novela sobre nuestro mundo, nuestro camino a la entropía y nuestras condiciones morales para sobrevivir. Una obra maestra del realismo norteamericano contemporáneo que viene de Dreiser y a la que hay que buscarle tiempo para convivir con ella y poder disfrutarla intensamente.

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