El milagro de los árboles centenarios
Bosques sin Fronteras recupera y cataloga en el campo los ejemplares de más solera vegetal y veteranía histórica
Crecen sanos y fuertes, pero también se encuentran muy solos. Se piensa que permanecen en medio del campo desde siempre y que fueron criados con su porte y dignidad para proteger a hombres o reses, olvidados a sí mismos. Ellos, que dieron durante siglos madera, sombra, frescor y fruto, suelen hoy erguirse tristes en lejanos predios. Su corteza sufre tatuajes ajenos: Ana, te amo. Su tronco se muestra, en ocasiones, taladrado con peldaños para que gentes desdeñosas de su dignidad trepen hasta sus copas; otras veces, se ven ceñidos por alambradas o heridos por clavos de los que cuelgan carteles donde reza: Vedado de caza. Pocos conocen que si han logrado perdurar a través de los siglos lo ha sido contra la codicia de muchos. Son fresnos, encinas, tejos, robles, alisos, sauces, pinos y perales de monumentalidad excepcional que en Madrid perviven. Ahora, los árboles singulares de la región están siendo inventariados.
Uno de ellos es un aliso de cuatro metros de perímetro que crece cerca de San Martín de Valdeiglesias
Uno de ellos es un aliso de 4 metros de perímetro que crece cerca de San Martín de Valdeiglesias. Puede tener 400 años. Por su madera interior anaranjada, algunos le llamaron árbol del diablo. Otro, igualmente empeñado en sobrevivir, es una encina centenaria que crece vigorosa en Aldea del Fresno con un soberbio follaje.
Otro más es el caso de un cerezo, precioso, plantado en 1904 en Puebla de la Sierra el día del Árbol, promovido por el apóstol del árbol, Ricardo Codorniú, a cuya memoria se alzó en el Retiro un busto que le recuerda. Desde entonces, en Puebla florecen decenas de cerezos. Aquel pionero de la arboricultura repobló sierras como la de Espuña (Murcia) con criterios que ingenieros forestales de todo el mundo, como la madrileña Susana Domínguez, admiran. Junto a su esposo Ezequiel Martínez, fotógrafo naturalista, forma parte de Bosques sin Fronteras, organización no gubernamental que cuenta con otros expertos en arboricultura, botánica y sanidad vegetal de la talla de Ángel Fernández Cancio y Mar Génova, consagrados a la defensa de los ejemplares singulares mediante un proyecto: Árboles, leyendas vivas.
Se trata de un programa trianual, patrocinado por el Ministerio de Medio Ambiente, Repsol, Fundación Biodiversidad y Cajamadrid, subvencionado con 150.000 euros, que afronta su última fase con la mayor parte de sus objetivos cubierta. Hasta ahora, este proyecto de catalogación, conservación y divulgación sobre los árboles singulares ha conseguido inventariar más de 3.000 ejemplares en toda España. "Con la información recibida de comunidades autónomas, municipios y particulares, localizamos los más singulares y nos desplazamos hasta donde crecen, para allí estudiarlos", explica Martínez. "Medimos su copa, porte, perímetro..., vemos si padecen enfermedades y averiguamos su edad mediante el conteo de sus anillos", destaca."También recogemos semillas para crear bancos y analizamos su capacidad para seguir dando hijos", añade Susana Domínguez.
Son árboles que viven en parajes rústicos; otros ven hollada la parte superior de sus raíces por sendas o carreteras; muchos fueron utilizados como albergues de cabras -"de las mil ovejas", llamaron a uno de ellos-, de refugio en las tormentas o, incluso, como merenderos de familias enteras. Pese a todo, prosiguen erguidamente dignos en sus enclaves desde hace siglos. "Lo que más nos gusta es recoger las tradiciones orales que historian a cada árbol", explica Susana Domínguez.
Recuerda que hay una encina en Ambite (Madrid), de 25 metros de copa, sobre la que los árabes ya contaban que surgió de las lágrimas de una princesa cuyo amante había partido a la guerra. "De su llanto nació la encina que, aún hoy, muestra todo su esplendor", comenta."Estos árboles han logrado sobrevivir por casualidades como que sus maderas no fueran válidas para fabricar tableros", explica Martínez . O porque su crecimiento entre rocas impidió que el fuego alcanzara sus ramas, como un pino laricio de Guadarrama, a unos 1.200 metros de altitud, que data de 1.508. También frente al Ayuntamiento de esta localidad crece una olma gigante que, inexplicablemente, sobrevivió a la grafiosis, enfermedad que ha diezmado olmos en todo el mundo.
En el paraje del Ventorrillo, cercano a la serrana Cercedilla, existe otro gran árbol que ha merecido la atención de Bosques sin Fronteras. Es el llamado Pino de la Cadena, un ejemplar de 15 metros quepervive en un bosque. Un buen día llegaron los leñadores y decidieron talar todos los árboles. Uno de los presentes recibió allí mismo la noticia del fallecimiento de su madre. Afligido, decidió honrar su memoria indultando aquel árbol. Y para demandar a futuros taladores que respetaran tal ejemplar, decidió colocarle una cadena en cuyos eslabones figuraba la frase A su querida memoria, más las fechas de nacimiento y muerte de su progenitora. La cadena exhibe inscritas las cifras 1840 y 1924.
Hallazgos como éste dan a Domínguez, Martínez y sus compañeros fuerza para proseguir su inventario de los grandes árboles, monumentos solitarios, mas de tenaz resistencia, al amor de cuya frescura tanta vida aún hoy germina.
Insustituible presencia humana
"Lo que más nos llama la atención es la cada vez más elevada edad de las gentes relacionadas con los campos y los bosques", cuenta Ezequiel Martínez, de 42 años, que emplea buena parte de su tiempo libre en recorrer España con su esposa para inventariar los árboles centenarios. "Calculo que la media de edad de estas gentes debe frisar ya los 70 o más años", añade. Este discípulo del naturalista Félix Rodríguez de la Fuente es, además de fotógrafo, especialista en cigüeñas, a las que estudió durante veinte años.
A su juicio, el avejentamiento desplaza al hombre de la intervención inteligente en los bosques. "En las fresnedas, por ejemplo, el hombre encharca su entorno; tala los fresnos de manera que sobre sus tocones nidifican las cigüeñas; a los humedales acuden vaqueros que llevan a sus vacas que allí ramonean; ingieren hierba que, a su vez, transforman en el estiércol que atrae insectos y gusanos de los que se alimentan las cigüeñas". Cuando el hombre abandona los humedales y deja de acarrear hasta allí sus vacas, el paraje se seca, los fresnos cierran sus copas y las cigüeñas se marchan, lo mismo que los pájaros e insectos.
"Solo la presencia inteligente del hombre garantiza la conservación de este ciclo", cuenta Ezequiel Martínez. De igual modo, el bosque pudo dar empleo y sustento a pastores, leñadores, resineros, gabarreros (deslizadores de madera de pinares de El Espinar), fruteros...
"El bosque es un pequeño universo donde viven también árboles maravillosos" subraya Susana Domínguez: "Si alguien conoce dónde se halla un ejemplar monumental, que nos llame a leyendasvivas@leyendasvivas.com; así quedará protegido y conseguiremos que perdure", dice.
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