_
_
_
_
_

Visita apostólica y diplomática

La independencia de Bosnia-Herzegovina, proclamada en enero de 1992, fue el pretexto para una carnicería con pocos precedentes en la historia europea de este siglo, quizás porque, al contrario que Eslovenia y, en menor medida, Croacia, carecía de homogeneidad étnica. Bosnios, serbios y croatas vivían repartidos por todo el territorio uniformemente, pero la limpieza étnica rediseñó dramáticamente el territorio. Las heridas provocadas por esta diáspora masiva están lejos de haberse cerrado. El Papa así lo reconoció en la homilía de la misa de beatificación de Ivan Mertz, un joven laico, nacido en Banja Luka y fallecido a los 32 años en 1928, que ha sido convertido en una especie de héroe del catolicismo nacional croata.

Juan Pablo II podría haber celebrado esta beatificación hace un par de semanas, cuando visitó Croacia durante cinco días, pero la puntillosa diplomacia vaticana consideró que era necesario un nuevo y separado desplazamiento, para dar un espaldarazo a Bosnia-Herzegovina en sus esfuerzos por forjarse un futuro en la UE, e intentar, al mismo tiempo, un tímido acercamiento a la jerarquía ortodoxa serbia.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_