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Reportaje:LOURDES GARCÍA SOGO | Arquitecto

"Valencia debería comprar la huerta"

Miquel Alberola

Pregunta. Su obra no es corriente: miradores, plantas de tratamiento de residuos, arquitectura efímera...

Respuesta. Hay un absoluto destarifo entre lo que son las competencias de los arquitectos y los ingenieros. Los arquitectos sabemos ver los espacios, adaptarlos a las necesidades de las cosas, organizándolos y haciendo que sirvan para la vida del hombre. Siempre que hay un arquitecto metido en una planta de tratamiento, una nave industrial o una depuradora es porque hay un ingeniero sensato, consciente que necesita ayuda. No debería depender de esto.

P. Las plantas de tratamiento de residuos son estructuras para no verlas ni olerlas.

R. Lo del olor, si se hace bien, está superado. Son una oportunidad para hacer artificios maravillosos, y no hay motivo para que se escondan. Lo peor de las ciudades del siglo XX son sus efectos secundarios: más plantas de residuos, más depuradoras fuera de la ciudad. Cuanto más tendamos a que cada ciudad absorba sus propios efectos secundarios, habrá una mejor gestión de los recursos. Antes las letrinas estaban fuera de las casas porque olían, y ahora están en los cuartos de baño, unos lugares maravillosos que anuncia Isabel Preysler y que no huelen. La ciudad tiene que hacer lo mismo: absorber sus efectos secundarios cuidándolos y haciéndolos bonitos, puesto que la tecnología, como ha ocurrido con los cuartos de baño, ya lo permite.

P. Acaba de hacer un edificio con una depuradora dentro.

R. Con el agua que Valencia le quita a la naturaleza, cada vecino puede tener un jardín de unos 56 metros cuadrados. Es inaudito que tengamos que irnos el sábado en coche para ver una maldita planta, cuando la ciudad dispone de agua más que suficiente para tener la naturaleza al alcance. La depuradora que hemos puesto en el proyecto de Sociópolis, que es de membranas de ultrafiltración y pequeña, saca el agua perfecta para regar una huerta de unos seiscientos residentes.

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P. Todo lo que hace está muy en contacto con la naturaleza.

R. Es una determinación. Estoy convencida que se van a dejar de hacer las ciudades como se hacen ahora. Las ciudades ahora son todas iguales. Tiene que haber un accidente geográfico muy fuerte para que podamos distinguir una de otra. Una ciudad no podrá ser nunca diferente por encargar a un arquitecto que haga un edificio diferente, cuando además lo está haciendo igual en otras ciudades.

P. ¿Dónde reside la identidad de Valencia?

R. Lo que hay de particular en una ciudad es gratis. En Valencia lo que hay de diferente es la huerta, que ni siquiera es naturaleza pero que tiene detrás el peso de la historia y de una cultura. La huerta no se ha visto nunca como un paisaje porque es un espacio productivo. La sustitución de las cebollas y las naranjas por las naves industriales espantosas tiene su lógica. La sustitución sistemática de la huerta por ciudad es ilógica. La ciudad necesita jardines y nosotros tenemos el mejor: la huerta. Ya sólo nos quedan tres bolsas de huerta. Hemos estudiado la situación y, puesto que la agricultura modernizada es rentable con la ayuda de las cooperativas, Valencia debería comprar la huerta y ceder su cultivo para poder preservarla. Pagando bien, vale 6.000 euros la hanegada. Una bolsa como la que tenemos en la cabecera del río, de la mitad de tamaño que Central Park, costaría poco más de 12 millones de euros. Menos de lo que ha costado la última planta de tratamiento residuos sólidos urbanos que hemos hecho, o la sexta parte de lo que puede haber costado el Museo de las Ciencias.

EN DOS TRAZOS

Lourdes García Sogo (Valencia, 1959) ha trabajado a fondo el desarrollo de flujos del agua en el Plan de Acción Estratégica Territorial de Cataluña, y ha prodigado su solvente sello profesional en obras como el mirador de Pedreguer o el Centro de Información del Metro Valencia. Pero no son menos llamativos sus proyectos de plantas de tratamiento de residuos, como el de Villena, o de estaciones depuradoras, como el que ha hecho en Valencia para Sociópolis, donde, más allá de las envolventes y la organización, subyace una profunda lección de ética y una propuesta muy innovadora.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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