El gran fustigador del tancredismo universal
Proclamamos ya que un comportamiento social es orwelliano, como existe lo kafkiano y lo quijotesco. Es el símbolo de una consagración literaria. Y hasta nos hemos familiarizado con la idea siniestra del Gran Hermano, la inquietante anticipación de 1984, aunque la estupidez mandante haya convertido la advertencia orwelliana en un almacén de basura donde solemnes y frígidos secretarios de organización trabajan afanosamente por la abolición de cualquier asomo de orgasmo democrático.
Pocos escritores del siglo XX han dejado una huella más profunda que Orwell, ni se comprometieron tan tempranamente contra los ismos que hicieron de aquellos cien años los más criminales de la historia: imperialismo, fascismo, comunismo estalinista. Cada obra suya fue un trallazo contra el conformismo y la cobardía reinantes, un ladrillazo más para el edificio de odio y maledicencia que persiste contra él en algunos círculos intelectuales.
Aún hoy suenan como trallazos sin misericordia las palabras de Orwell contra el tancredismo de los intelectuales ante los crímenes del gran fiasco del siglo: el estalinismo. "Su amoralidad sólo es posible si uno es la clase de persona que siempre está en otra parte cuando se aprieta el gatillo", escribió contra Wystan H. Auden, que también estuvo en la guerra española (en 1937, como conductor de ambulancias). Esta andanada sirvió para que un abrumado Auden revisara a fondo -y finalmente eliminase de las antologías de su obra- el poema Spain, con la supresión, sobre todo, de la alusión al "asesinato necesario" -o comprensible "liquidación" del discrepante-, además de otras justificaciones del sacrificio de hombres en aras de tanta unidad de destinos universales. Hitchens lo lamenta por Auden, pero reconoce que aquella sumisión de poeta tan influyente subraya lo que califica como "la victoria de Orwell".
"Escribió sin tener en cuenta la popularidad y sin temor a que lo detestasen", dice Hitchens. Un hombre incómodo, Orwell: fastidioso, sin duda. "Libertad significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír", sostuvo en defensa de uno de sus libros, que sus editores querían corregir. Se decía de él que no podía sonarse la nariz sin moralizar sobre las condiciones en la industria del pañuelo. Bien: se salió con la suya: toda su vida escribió lo que quiso, incluso cuando ya no paraba de vomitar sangre. Suyas son algunas de las observaciones más memorables del siglo XX, como el Mandamiento único que regía la granja por orden del totalizador (contra)revolucionario: "Todos los animales son iguales, / pero algunos animales / son más iguales que otros". JUAN G. BEDOYA
La victoria de Orwell. Cristopher Hitchens. Traducción de Eduardo Ojman. Emecé. Barcelona, 2003. 213 páginas. 17 euros. Orwell, la conciencia de una generación . Jeffrey Meyers. Traducción de María Dulcinea Otero. BSA. Vergara, 2003. 443 páginas. 21 euros. Los días de Birmania. George Orwell. Traducción de Manuel Piñón García. Ediciones del Viento. A Coruña, 2003. 322 páginas. 20 euros. Les dies a Birmània. Traducción de Esther Tallada. Editorial 1984, Barcelona, 2003. 380 páginas. 18 euros.
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