Día internacional del refugiado
Hoy 20 de junio es el Día Internacional del Refugiado, la fecha que han establecido las Naciones Unidas para recordar -que no celebrar- los 19 millones de refugiados que aún hay en el mundo y otros 25 millones o más de desplazados internos. Un día para hablar de todas aquellas personas que han tenido que huir de su país a causa de persecuciones políticas, religiosas, étnicas o por su pertenencia a un grupo social determinado, denominación en la que cabe incluir a las mujeres que huyen de la mutilación genital femenina o también a los homosexuales que sufren discriminación en sus países.
En muchos países del mundo sigue siendo una realidad la violación sistemática, continuada y brutal de los más elementales derechos humanos.
En una fecha como ésta, deberíamos manifestarnos en los siguientes extremos. Primero y primordial, en nuestro compromiso con los refugiados, los que con su lucha nos recuerdan la importancia de las libertades, la democracia y los periodos de nuestra historia en que sufrimos por la falta de las mismas. Los refugiados lo han podido perder todo, pero han de ganar nuestra solidaridad para poder rehacer sus vidas entre nosotros.
En segundo lugar, nuestro reconocimiento a los países y gobiernos que trabajan en las circunstancias internacionales más difíciles para lograr la reconciliación de sus pueblos y salir de décadas de opresión, dictaduras y persecuciones. Y en el mundo tenemos ejemplos: Suráfrica, con el fin del apartheid; algunos países centroamericanos que favorecieron el retorno de refugiados; Palestina, que entre otras consideraciones debate cómo conseguir un Estado para sus millones de refugiados que ya conocen la cuarta generación en el exilio; Mozambique, con los acuerdos que permitieron, en la última década, el retorno de cerca de un millón de refugiados, u otros que cabría señalar. Ello demuestra que se puede gestionar la reconciliación y el retorno de refugiados. El exilio no es una realidad para siempre, una fatalidad contra la que no quepa más que la resignación, sino un hecho histórico a combatir y vencer. Ello da coraje a los refugiados.
La tercera reflexión ha de ser la condena a los regímenes que con sus más diversas represiones originan refugiados y condenan al exilio a millones de personas.También a aquellos gobiernos que minimizan u ocultan las violaciones de los derechos.
En España, este Día Internacional del Refugiado adquiere una especial relevancia, ya que coincide con el 25º aniversario de la firma por parte de España de la Convención de Ginebra de 1951 y del Protocolo de Nueva York de 1967, que regula la situación de los refugiados, y que están firmados por más de 130 países. La Constitución también recoge el derecho de asilo, y responde a un mismo espíritu en una llamada a la solidaridad internacional.
No obstante, si tuviéramos que realizar un balance de estos 25 años, deberían compararse bien a un amanecer bien a un crepúsculo. Luces y sombras, propias de cualquier acción política o social. Podemos mencionar el desarrollo legislativo mediante las leyes de asilo de 1984 y su modificación de 1994. Siendo su aplicación restrictiva, suponen una voluntad de acogida y de acercamiento a las posturas tradicionales de nuestro entorno europeo. Se han desarrollado programas sociales de acogida, bien impulsados por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales o vinculados a proyectos europeos. Pero lo mejor, sin duda, lo ha ofrecido la ciudadanía, que en varias oportunidades se ha volcado en campañas y en la acogida de refugiados. Los ejemplos son claros: latinoamericanos huyendo de Argentina, Chile o Uruguay, y posteriormente en las guerras en la Antigua Yugoslavia y la crisis de Kosovo. Esta conciencia ciudadana ha sido el mejor exponente de estos 25 años y ha de ser el acicate para cambiar el pobre balance que en materia de asilo expone España.
Efectivamente, si nos ceñimos a los datos, sólo podemos hablar de una realidad simbólica. Desde 1984 apenas se han concedido unos 7.000 estatutos de refugiados (y hablamos de más de 20 millones de refugiados en el mundo). En el año 2002 se presentaron en España 6.203 solicitudes, cuando en el año anterior fueron 9.490, a pesar del aumento de la conflictividad y de solicitantes en el resto de países de la Unión Europea.
Las medidas de control de la inmigración han afectado de manera muy grave a los solicitantes de asilo. Así, tenemos una política de visados que origina en el refugiado perseguido una serie de inconvenientes: no puede arriesgarse a obtener un visado si su vida corre peligro. El ejemplo en España es claro: desde la imposición de visados a los colombianos, el número de solicitantes ha disminuido un 90%.
¿Qué cabe hacer? En un día como hoy no podemos detenernos en el balance, sino proponer acciones. 1. Fortalecer las Naciones Unidas como foro de mediación en los conflictos y apoyar al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), ya sea en su vertiente política como en la económica: no olvidemos que el 95% de los refugiados permanecen en países pobres y requieren ayuda.
2. Ya que las medidas de control de la inmigración han supuesto agravar las dificultades de los refugiados para acceder a una protección internacional y un lugar seguro, es lógico y consecuente atender los llamamientos del ACNUR, en cuanto a la admisión de grupos de refugiados que se encuentren en situación de vulnerabilidad y que requieran especial ayuda.
3. En cualquier política de acogida la ciudadanía desempeña un papel decisivo, y de ello ha dado muestras de solidaridad en estos 25 años. No se puede enturbiar esta reacción social con mensajes que confundan o siembren alarma, hay que dar una información veraz.
Antoni M. Lluch es director de la Asociación Catalana de Solidaridad y Ayuda a los Refugiados (ACSAR) y coordinador en Cataluña de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
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